Nicolás despertó en una fría habitación, sus manos todavía atadas. La iluminación apenas iluminaba el lugar, suficiente solo para revelar las grietas en las paredes y el polvo acumulado en el suelo. Sentía la garganta seca y la presión de las cuerdas alrededor de sus muñecas, que habían cortado la circulación de sus manos. Al observar alrededor, se dio cuenta de que aquel lugar no era desconocido. Era una vieja bodega donde, años atrás, había cerrado varios tratos importantes. Pero ahora, estaba atrapado en su propio pasado, en un juego peligroso que lo desafiaba a cada instante.—Veo que ya estás despierto, Valverde —una voz grave y desconocida rompió el silencio.Alzó la vista, intentando enfocar la silueta en la penumbra que lo observaba con una expresión de satisfacción. El hombre, de cabello oscuro y un rostro marcado por cicatrices, llevaba una chaqueta de cuero desgastada. Detrás de él, otros dos hombres, tan imponentes como el primero, permanecían inmóviles, como sombras a su
Nicolás se quedó sentado en aquella fría habitación, con la voz de Helena resonando en su cabeza. La confirmación de que estaba viva lo había llenado de una mezcla de alivio y rabia contenida. Sin embargo, sabía que cualquier paso en falso significaría no solo perderla a ella sino perderse a sí mismo en un mundo del que ya no podría escapar. Se levantó lentamente, con una calma calculada, y salió hacia el despacho donde los líderes de las sombras se habían reunido.En cuanto entró, notó cómo las miradas de los presentes se clavaban en él. Unos lo observaban con interés, otros con desconfianza. Pero todos compartían la misma expectativa.—Bienvenido, Valverde —dijo uno de los hombres, un hombre de mediana edad con el cabello entrecano y un aire de autoridad—. Nos han dicho que finalmente has tomado la decisión de aceptar nuestra oferta.Nicolás los miró con frialdad, manteniendo su postura rígida.—Parece que no tenía otra opción, ¿verdad? —respondió en tono desafiante—. Ustedes han he
Nicolás se ajustó el saco, la corbata ligeramente aflojada, y con una última mirada a su despacho, salió para reunirse con los líderes de las sombras. La misión que le habían asignado, una operación en el norte que implicaba negociar bajo amenazas, era solo el principio. Sentía el peso de sus propias decisiones cada vez más profundamente en sus hombros, aunque intentaba no mostrarlo.Al salir de la oficina, recibió una notificación en el teléfono que le habían proporcionado. Sin abrirla, supo que era el itinerario para el vuelo de esa misma noche. Las sombras no desperdiciaban tiempo.Horas después, ya en el avión privado, Nicolás se encontró repasando los documentos que le habían entregado. La operación consistía en asegurar la lealtad de un grupo rival, cuya influencia se extendía por el norte del país. Al parecer, Gabriel había tratado de consolidar una alianza con ellos antes de su muerte, y ahora los líderes de las sombras querían asegurar que no se rebelaran ante su reciente aus
La noche era cerrada cuando Nicolás salió del Hotel Central, donde Emiliano le había expuesto el próximo movimiento. El hombre había sido claro y directo: querían que liderara una misión crítica, algo que probaría su lealtad, pero también marcaría una línea irreversible.Mientras avanzaba por las calles apenas iluminadas, un peso en el pecho lo asfixiaba. La ciudad parecía diferente a la que él conocía; las luces titilantes y las sombras lo envolvían en un aire hostil y lleno de desconfianza. Nicolás estaba perdiendo algo de sí mismo con cada paso que daba, y aunque su ambición y necesidad de control se reforzaban, había una grieta que crecía a su alrededor, una barrera invisible que se interponía entre él y la paz que alguna vez imaginó.Un mensaje en su teléfono rompió el silencio, vibrando en su mano. Lo miró de reojo, notando que era de un número desconocido:"Necesitamos hablar. Sé que tienes preguntas. Bar Dos Lunas, en una hora."Sintió una punzada de sospecha. A lo largo de la
Nicolás se despertó antes del amanecer, sintiendo el peso de la noche anterior sobre sus hombros. Las palabras de Raúl seguían retumbando en su mente, como si fueran un eco imposible de apagar. Al abrir la ventana, la ciudad aún estaba sumida en un silencio inquietante, como si presintiera el caos que estaba a punto de desencadenarse.Había aprendido a moverse en el submundo de las sombras, pero nunca imaginó que enfrentaría una disyuntiva tan brutal: quedarse y someterse al control absoluto de los líderes o arriesgarse a una traición que podría costarle la vida. La última opción que Raúl le había presentado, una facción misteriosa que operaba en las sombras dentro de las mismas sombras, parecía atractiva. Aun así, Nicolás sabía que no podía confiar en nadie, ni siquiera en Raúl, por mucho que él hubiera afirmado ser su “única salida”.Mientras tomaba un café amargo, su teléfono vibró en la mesa. Un mensaje en la pantalla le indicó que debía dirigirse a la Torre de Control, uno de los
Nicolás regresó a su oficina en la madrugada, agotado y aún desconcertado por los eventos de la noche. Había eliminado dos de los tres objetivos, pero la intervención desconocida en la segunda misión lo había dejado inquieto. Sabía que el control que creía tener se le estaba escapando de las manos, como arena entre los dedos.El sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos. Era Emiliano.—Nicolás —la voz de Emiliano era tensa, casi contenida—, he recibido informes de que la operación no salió como esperábamos. ¿Qué pasó?Nicolás respiró hondo, controlando su frustración.—Alguien más intervino. Una explosión, de la que no tenía conocimiento, eliminó al segundo objetivo antes de que pudiera llegar a él.—¿Alguien más? —repitió Emiliano, como si no pudiera aceptar la idea—. ¿Tienes idea de quién podría ser?—No, pero dejaron claro que saben mis movimientos, y que no tienen intención de facilitarme las cosas. Están jugando con nosotros, Emiliano —respondió Nicolás, dejando entrever l
La brisa fría de la noche se colaba por las ventanas de la oficina mientras Nicolás Valverde contemplaba la ciudad iluminada desde lo alto. Su encuentro con Lorenzo no solo había despertado viejas ambiciones, sino también una inquietud que lo atormentaba. No podía evitar preguntarse qué tan lejos estaba dispuesto a llegar por el poder y el control que alguna vez había perdido.El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos, y al contestar, la voz de Lorenzo resonó con la misma serenidad con la que había hablado en el Club Aurora.—Nicolás, espero que hayas reflexionado sobre nuestra charla. Hay mucho que debemos discutir si realmente quieres tomar el camino que elegiste.—Ya tomé mi decisión, Lorenzo. Solo dime qué necesitas que haga —respondió Nicolás, tratando de sonar confiado a pesar de la ligera incertidumbre que sentía.—Perfecto. Esta noche haremos un juramento que consolidará tu lealtad a Los Sin Nombre y te otorgará una posición más alta que la que jamás hayas imaginado.
El despacho de Nicolás se encontraba en silencio. La tenue luz de las primeras horas de la mañana atravesaba las persianas y delineaba su figura con sombras largas y misteriosas. Apenas unas horas habían pasado desde que había completado la misión que Lorenzo le había encomendado, pero la tranquilidad que Nicolás sentía en aquel instante estaba lejos de ser plena. Había logrado algo que hacía mucho tiempo había perdido: poder, respeto y el temor de quienes antes se interponían en su camino. Sin embargo, una voz en su interior le susurraba que aquello era solo el inicio de una senda aún más sombría.Mientras miraba el horizonte de la ciudad, la puerta de su oficina se abrió con un leve crujido, y Lorenzo entró con su acostumbrada calma y una expresión enigmática.—Nicolás, qué bien verte en pie tan temprano. —Lorenzo se acomodó en una de las sillas frente al escritorio de Nicolás, con un ligero destello de satisfacción en sus ojos—. Parece que te has adaptado bien a tu nuevo rol.Nicol