La noche era cerrada cuando Nicolás salió del Hotel Central, donde Emiliano le había expuesto el próximo movimiento. El hombre había sido claro y directo: querían que liderara una misión crítica, algo que probaría su lealtad, pero también marcaría una línea irreversible.Mientras avanzaba por las calles apenas iluminadas, un peso en el pecho lo asfixiaba. La ciudad parecía diferente a la que él conocía; las luces titilantes y las sombras lo envolvían en un aire hostil y lleno de desconfianza. Nicolás estaba perdiendo algo de sí mismo con cada paso que daba, y aunque su ambición y necesidad de control se reforzaban, había una grieta que crecía a su alrededor, una barrera invisible que se interponía entre él y la paz que alguna vez imaginó.Un mensaje en su teléfono rompió el silencio, vibrando en su mano. Lo miró de reojo, notando que era de un número desconocido:"Necesitamos hablar. Sé que tienes preguntas. Bar Dos Lunas, en una hora."Sintió una punzada de sospecha. A lo largo de la
Nicolás se despertó antes del amanecer, sintiendo el peso de la noche anterior sobre sus hombros. Las palabras de Raúl seguían retumbando en su mente, como si fueran un eco imposible de apagar. Al abrir la ventana, la ciudad aún estaba sumida en un silencio inquietante, como si presintiera el caos que estaba a punto de desencadenarse.Había aprendido a moverse en el submundo de las sombras, pero nunca imaginó que enfrentaría una disyuntiva tan brutal: quedarse y someterse al control absoluto de los líderes o arriesgarse a una traición que podría costarle la vida. La última opción que Raúl le había presentado, una facción misteriosa que operaba en las sombras dentro de las mismas sombras, parecía atractiva. Aun así, Nicolás sabía que no podía confiar en nadie, ni siquiera en Raúl, por mucho que él hubiera afirmado ser su “única salida”.Mientras tomaba un café amargo, su teléfono vibró en la mesa. Un mensaje en la pantalla le indicó que debía dirigirse a la Torre de Control, uno de los
Nicolás regresó a su oficina en la madrugada, agotado y aún desconcertado por los eventos de la noche. Había eliminado dos de los tres objetivos, pero la intervención desconocida en la segunda misión lo había dejado inquieto. Sabía que el control que creía tener se le estaba escapando de las manos, como arena entre los dedos.El sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos. Era Emiliano.—Nicolás —la voz de Emiliano era tensa, casi contenida—, he recibido informes de que la operación no salió como esperábamos. ¿Qué pasó?Nicolás respiró hondo, controlando su frustración.—Alguien más intervino. Una explosión, de la que no tenía conocimiento, eliminó al segundo objetivo antes de que pudiera llegar a él.—¿Alguien más? —repitió Emiliano, como si no pudiera aceptar la idea—. ¿Tienes idea de quién podría ser?—No, pero dejaron claro que saben mis movimientos, y que no tienen intención de facilitarme las cosas. Están jugando con nosotros, Emiliano —respondió Nicolás, dejando entrever l
La brisa fría de la noche se colaba por las ventanas de la oficina mientras Nicolás Valverde contemplaba la ciudad iluminada desde lo alto. Su encuentro con Lorenzo no solo había despertado viejas ambiciones, sino también una inquietud que lo atormentaba. No podía evitar preguntarse qué tan lejos estaba dispuesto a llegar por el poder y el control que alguna vez había perdido.El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos, y al contestar, la voz de Lorenzo resonó con la misma serenidad con la que había hablado en el Club Aurora.—Nicolás, espero que hayas reflexionado sobre nuestra charla. Hay mucho que debemos discutir si realmente quieres tomar el camino que elegiste.—Ya tomé mi decisión, Lorenzo. Solo dime qué necesitas que haga —respondió Nicolás, tratando de sonar confiado a pesar de la ligera incertidumbre que sentía.—Perfecto. Esta noche haremos un juramento que consolidará tu lealtad a Los Sin Nombre y te otorgará una posición más alta que la que jamás hayas imaginado.
El despacho de Nicolás se encontraba en silencio. La tenue luz de las primeras horas de la mañana atravesaba las persianas y delineaba su figura con sombras largas y misteriosas. Apenas unas horas habían pasado desde que había completado la misión que Lorenzo le había encomendado, pero la tranquilidad que Nicolás sentía en aquel instante estaba lejos de ser plena. Había logrado algo que hacía mucho tiempo había perdido: poder, respeto y el temor de quienes antes se interponían en su camino. Sin embargo, una voz en su interior le susurraba que aquello era solo el inicio de una senda aún más sombría.Mientras miraba el horizonte de la ciudad, la puerta de su oficina se abrió con un leve crujido, y Lorenzo entró con su acostumbrada calma y una expresión enigmática.—Nicolás, qué bien verte en pie tan temprano. —Lorenzo se acomodó en una de las sillas frente al escritorio de Nicolás, con un ligero destello de satisfacción en sus ojos—. Parece que te has adaptado bien a tu nuevo rol.Nicol
Nicolás permanecía en su despacho, mirando el reloj con impaciencia. Aquella reunión con Lorenzo y los demás había dejado un sabor amargo en su boca, una mezcla de sospechas y desconfianza que solo se acrecentaba con el tiempo. Sabía que la estructura de Los Sin Nombre dependía de su liderazgo, pero últimamente, algunos miembros parecían más atentos a sus errores que a sus logros, y Hugo, en particular, parecía ansioso por encontrar una debilidad que lo desacreditara.La puerta se abrió de repente, y Lorenzo entró con la misma calma calculada de siempre. Traía consigo una carpeta negra y una mirada que, aunque serena, reflejaba cierta preocupación.—Nicolás, tenemos información nueva. —Lorenzo dejó la carpeta sobre el escritorio—. Es sobre la llamada que recibiste. Hemos logrado rastrear el origen de la señal.Nicolás frunció el ceño y tomó la carpeta, abriéndola con rapidez. La primera página mostraba una dirección en las afueras de la ciudad, en un lugar que Nicolás recordaba bien.
Nicolás se levantó temprano, a pesar de haber dormido solo unas horas. Las palabras del mensaje que había recibido la noche anterior resonaban en su mente. “Nos veremos pronto. Esta vez no escaparás.” Alguien, quizá más de uno, estaba jugando con su miedo, intentando manipularlo. Y aunque su primera reacción había sido una mezcla de furia e incredulidad, esa mañana sintió algo distinto: una sospecha que lo mantenía en guardia, obligándolo a analizar cada movimiento.Aún sin desayunar, bajó a su despacho, donde Lorenzo lo esperaba con una carpeta en la mano y una expresión seria.—Lorenzo, espero que tengas buenas noticias —dijo Nicolás sin preámbulos, tomando asiento frente a su escritorio.—Encontré algo, Nicolás. Creo que podrías considerarlo una pista, aunque la situación es más complicada de lo que parece. —Lorenzo dejó la carpeta sobre el escritorio y se quedó de pie, con una postura tensa.Nicolás abrió la carpeta y empezó a revisar los documentos. Había varias fotos en blanco y
Nicolás permaneció en su despacho, con la mirada fija en la ventana mientras el sol empezaba a esconderse detrás de la línea del horizonte. Desde la llamada, una especie de neblina oscura se había apoderado de sus pensamientos, envolviéndolo en una extraña mezcla de furia y paranoia. Las palabras de la misteriosa voz seguían resonando en su mente: *"La sangre no se borra."*Mientras intentaba procesar el significado de aquella amenaza, su teléfono vibró sobre la mesa. Al ver el número, reconoció que era de uno de sus informantes en la ciudad. Contestó con un suspiro, intentando mantener la calma.—¿Qué tienes? —preguntó de inmediato, evitando cualquier formalidad.—Señor Valverde —comenzó el hombre con un tono serio—, he conseguido algo de información sobre el hombre con el anillo, el que vimos en las cámaras de seguridad.Nicolás se enderezó en su asiento, intrigado.—Habla.—No logramos identificarlo completamente, pero al parecer es alguien que estuvo vinculado a los Alarcón desde