Nicolás se encontraba en su despacho una vez más, rodeado de papeles, mapas, y expedientes esparcidos por toda la mesa. Cada nombre, cada rostro, y cada negocio registrado en esos documentos estaba relacionado de alguna manera con su caída y el regreso inesperado de viejos enemigos. Tenía la mandíbula tensa y la mirada fija en el informe reciente que Lorenzo le había entregado. En medio de los informes, destacaba un nombre: *Raúl De la Fuente*.Había sido uno de los hombres más leales a los Alarcón, un verdadero brazo derecho del padre de Aitana. De la Fuente siempre había mantenido un perfil bajo, pero quienes lo conocían sabían que había movido más hilos de los que muchos imaginaban. Su regreso a la ciudad representaba una amenaza que Nicolás no podía ignorar.Mientras contemplaba los documentos, Lorenzo entró en la sala con paso firme.—Señor, ya tenemos a De la Fuente bajo vigilancia, pero parece que está tomando precauciones adicionales. Ha cambiado de hotel tres veces en las últ
A la mañana siguiente, Nicolás revisaba los informes de sus recientes movimientos cuando recibió una notificación en su teléfono. Era una dirección en las afueras de la ciudad, sin remitente y con un mensaje críptico que solo decía: "*Llega solo si quieres respuestas.*" Nicolás frunció el ceño, intentando identificar al autor del mensaje, pero rápidamente descartó a sus enemigos más obvios. ¿De la Fuente? Poco probable. ¿Algún traidor en sus filas? Posible, pero no tenía indicios claros. Sabía que acudir a una ubicación desconocida era un riesgo, pero en su interior, la promesa de obtener respuestas superaba cualquier temor.Después de un breve intercambio con Lorenzo para coordinar su cobertura y ubicación, salió de la ciudad, adentrándose en los caminos sinuosos hacia el lugar indicado.Al llegar, lo esperaba una antigua fábrica abandonada, rodeada de una calma inquietante y un aire cargado de desconfianza. Se dirigió al edificio con pasos firmes, el eco de sus zapatos resonando en
Esa noche, Nicolás se encontraba en su oficina improvisada en el pequeño departamento que había alquilado al regresar a la ciudad. Los muebles eran mínimos, los adornos inexistentes. Solo estaba él, su computadora y la tenue luz del escritorio, como un refugio que le ofrecía escasa paz en medio del caos que había desatado.Mientras miraba la pantalla, revisando los informes y los movimientos de sus rivales, no podía quitarse de la cabeza las palabras del hombre en la fábrica. Cada frase, cada insinuación, se había adherido a sus pensamientos como un veneno, corroyéndolo. ¿Quiénes eran "ellos"? ¿Realmente tenía enemigos más allá de las sombras? La incertidumbre era como un peso en el pecho, uno que, aunque intentaba ignorar, no podía apartar.Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando un sonido suave rompió el silencio: su teléfono vibraba. Miró la pantalla. Un número desconocido. Por un segundo, dudó, pero finalmente respondió.—¿Quién habla? —preguntó con voz firme.—Nicolás Valve
La oscuridad en la oficina de Nicolás solo era rota por la luz tenue de un viejo escritorio, donde papeles desordenados y restos de café frío evidenciaban noches de insomnio. Sus ojos se movían rápidamente sobre un documento, aunque su mente parecía haberse estancado en un laberinto de pensamientos. La conversación con aquel hombre del banco había encendido una chispa de paranoia que no lograba apagar. Lo peor de todo era que, a pesar de su evidente manipulación, cada palabra resonaba en él con la fuerza de una verdad ineludible.La idea de una red de enemigos ocultos, fuerzas operando en las sombras, era una constante en la vida de Nicolás, pero esta vez se sentía diferente. Las amenazas parecían demasiado personales, como si todo estuviera orquestado con el único propósito de quebrarlo.Estaba sumido en esas reflexiones cuando un sonido vibrante lo sacó de su trance: su teléfono. Miró la pantalla, y, para su sorpresa, el número era desconocido.Respiró hondo y contestó, tratando de
Nicolás observó cómo la figura enmascarada se desvanecía entre las sombras del almacén, dejando tras de sí el eco de sus palabras en la fría penumbra. Un silencio abrumador lo rodeaba, como si incluso el mundo se hubiera detenido en el momento en que se revelaba la verdad que había temido enfrentar. No era solo un líder poderoso ni un hombre de negocios implacable; era el abismo mismo, destinado a devorar y ser devorado.Un nudo se le formó en el estómago mientras caminaba de vuelta hacia su auto. Las luces del almacén parpadearon un instante antes de apagarse, dejándolo sumido en la oscuridad absoluta. Se detuvo, y su respiración se aceleró. **¿Aceptar su destino?** La idea le quemaba en la mente, confrontando su orgullo, su dolor, y la rabia que había alimentado por años. Ese poder que tanto había deseado ya no era algo tangible ni glorioso; ahora lo veía como una maldición, una prisión.El chirrido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. La pantalla parpadeaba con un número des
Nicolás permaneció de pie, aún mirando la ciudad iluminada desde las alturas, pero ya sin admiración. Ahora la ciudad parecía un organismo vivo, y él, atrapado en su red de arterias, respirando el aire que alimentaba al monstruo. Sabía que las palabras de aquel hombre no eran vacías. Había desafiado al sistema y eso tendría consecuencias. **Pero si los verdaderos dueños de la ciudad deseaban arrebatarle su lugar, tendrían que enfrentarse a él en el campo de batalla**.Sin esperar más, encendió su teléfono y llamó a Emilio, uno de sus hombres de confianza, quien en otras circunstancias hubiera sido la primera persona en recibir instrucciones ante un problema. Esta vez, sin embargo, las cosas parecían diferentes, y Nicolás no podía confiar completamente en nadie.—Emilio, quiero que vigiles cada movimiento alrededor del edificio —ordenó con voz baja y tensa—. Nadie entra ni sale sin mi autorización. Ni siquiera tú. ¿Entendido?La voz al otro lado de la línea sonaba cautelosa.—Entendido
El sol se había escondido hacía horas, dejando en penumbras el edificio que Nicolás ahora llamaba su fortaleza. A lo lejos, la ciudad resplandecía indiferente a los conflictos que se cocían en sus entrañas. Las primeras explosiones apenas habían dejado daños superficiales, pero la tensión que cargaban era inmensa, como si fueran el prólogo de una tormenta mucho más feroz.Dentro, el aire se sentía denso, pesado, mientras los murmullos de los guardias y los susurros de dudas flotaban en los pasillos. Nicolás observaba a sus hombres moverse de un lado a otro, revisando municiones, asegurando puertas y colocando refuerzos en las ventanas. La atmósfera era de guerra.—Señor Valverde —llamó uno de sus asistentes, un hombre alto de expresión inquieta—, hemos detectado más movimientos en las afueras. Los sistemas de seguridad marcan que al menos una docena de vehículos rodean el edificio.Nicolás asintió sin mostrar sorpresa, como si ya hubiera esperado aquella información. Se mantuvo en sil
El eco de los disparos resonaba por todo el edificio, y las sombras se alargaban en cada rincón, creando un ambiente de tensión palpable. Nicolás Valverde, rodeado de escombros y humo, sintió que la batalla por su vida alcanzaba un nuevo clímax. No había retorno; había cruzado el umbral y el único camino que quedaba era hacia adelante, hacia la confrontación que él mismo había provocado.Las explosiones seguían retumbando, y cada vez que una nueva detonación sacudía las paredes, la realidad se tornaba más oscura. La adrenalina corría por sus venas mientras contemplaba la escena de caos a su alrededor. Sus hombres luchaban con valentía, pero a medida que el tiempo avanzaba, se volvían cada vez más escasos. La determinación brillaba en sus rostros, pero también la desesperación.—¡Cúbranse! —gritó Nicolás, levantando su arma y apuntando hacia la entrada principal, donde un grupo de atacantes había logrado abrirse paso—. ¡No dejemos que avancen más!Los hombres de Nicolás se reagruparon