La oscuridad en la oficina de Nicolás solo era rota por la luz tenue de un viejo escritorio, donde papeles desordenados y restos de café frío evidenciaban noches de insomnio. Sus ojos se movían rápidamente sobre un documento, aunque su mente parecía haberse estancado en un laberinto de pensamientos. La conversación con aquel hombre del banco había encendido una chispa de paranoia que no lograba apagar. Lo peor de todo era que, a pesar de su evidente manipulación, cada palabra resonaba en él con la fuerza de una verdad ineludible.La idea de una red de enemigos ocultos, fuerzas operando en las sombras, era una constante en la vida de Nicolás, pero esta vez se sentía diferente. Las amenazas parecían demasiado personales, como si todo estuviera orquestado con el único propósito de quebrarlo.Estaba sumido en esas reflexiones cuando un sonido vibrante lo sacó de su trance: su teléfono. Miró la pantalla, y, para su sorpresa, el número era desconocido.Respiró hondo y contestó, tratando de
Nicolás observó cómo la figura enmascarada se desvanecía entre las sombras del almacén, dejando tras de sí el eco de sus palabras en la fría penumbra. Un silencio abrumador lo rodeaba, como si incluso el mundo se hubiera detenido en el momento en que se revelaba la verdad que había temido enfrentar. No era solo un líder poderoso ni un hombre de negocios implacable; era el abismo mismo, destinado a devorar y ser devorado.Un nudo se le formó en el estómago mientras caminaba de vuelta hacia su auto. Las luces del almacén parpadearon un instante antes de apagarse, dejándolo sumido en la oscuridad absoluta. Se detuvo, y su respiración se aceleró. **¿Aceptar su destino?** La idea le quemaba en la mente, confrontando su orgullo, su dolor, y la rabia que había alimentado por años. Ese poder que tanto había deseado ya no era algo tangible ni glorioso; ahora lo veía como una maldición, una prisión.El chirrido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. La pantalla parpadeaba con un número des
Nicolás permaneció de pie, aún mirando la ciudad iluminada desde las alturas, pero ya sin admiración. Ahora la ciudad parecía un organismo vivo, y él, atrapado en su red de arterias, respirando el aire que alimentaba al monstruo. Sabía que las palabras de aquel hombre no eran vacías. Había desafiado al sistema y eso tendría consecuencias. **Pero si los verdaderos dueños de la ciudad deseaban arrebatarle su lugar, tendrían que enfrentarse a él en el campo de batalla**.Sin esperar más, encendió su teléfono y llamó a Emilio, uno de sus hombres de confianza, quien en otras circunstancias hubiera sido la primera persona en recibir instrucciones ante un problema. Esta vez, sin embargo, las cosas parecían diferentes, y Nicolás no podía confiar completamente en nadie.—Emilio, quiero que vigiles cada movimiento alrededor del edificio —ordenó con voz baja y tensa—. Nadie entra ni sale sin mi autorización. Ni siquiera tú. ¿Entendido?La voz al otro lado de la línea sonaba cautelosa.—Entendido
El sol se había escondido hacía horas, dejando en penumbras el edificio que Nicolás ahora llamaba su fortaleza. A lo lejos, la ciudad resplandecía indiferente a los conflictos que se cocían en sus entrañas. Las primeras explosiones apenas habían dejado daños superficiales, pero la tensión que cargaban era inmensa, como si fueran el prólogo de una tormenta mucho más feroz.Dentro, el aire se sentía denso, pesado, mientras los murmullos de los guardias y los susurros de dudas flotaban en los pasillos. Nicolás observaba a sus hombres moverse de un lado a otro, revisando municiones, asegurando puertas y colocando refuerzos en las ventanas. La atmósfera era de guerra.—Señor Valverde —llamó uno de sus asistentes, un hombre alto de expresión inquieta—, hemos detectado más movimientos en las afueras. Los sistemas de seguridad marcan que al menos una docena de vehículos rodean el edificio.Nicolás asintió sin mostrar sorpresa, como si ya hubiera esperado aquella información. Se mantuvo en sil
El eco de los disparos resonaba por todo el edificio, y las sombras se alargaban en cada rincón, creando un ambiente de tensión palpable. Nicolás Valverde, rodeado de escombros y humo, sintió que la batalla por su vida alcanzaba un nuevo clímax. No había retorno; había cruzado el umbral y el único camino que quedaba era hacia adelante, hacia la confrontación que él mismo había provocado.Las explosiones seguían retumbando, y cada vez que una nueva detonación sacudía las paredes, la realidad se tornaba más oscura. La adrenalina corría por sus venas mientras contemplaba la escena de caos a su alrededor. Sus hombres luchaban con valentía, pero a medida que el tiempo avanzaba, se volvían cada vez más escasos. La determinación brillaba en sus rostros, pero también la desesperación.—¡Cúbranse! —gritó Nicolás, levantando su arma y apuntando hacia la entrada principal, donde un grupo de atacantes había logrado abrirse paso—. ¡No dejemos que avancen más!Los hombres de Nicolás se reagruparon
El eco de los disparos y el choque de puños reverberaban por el espacio confinado. Nicolás, con el rostro ensombrecido por la determinación y la furia, mantenía una postura defensiva mientras esquivaba y bloqueaba los ataques feroces de sus enemigos. Las sombras del lugar parecían cobrar vida, oscureciendo cada rincón y disimulando los movimientos de los hombres de Nicolás, que avanzaban tras él con precisión militar, abriendo paso en una batalla brutal.Cada paso que daba lo llevaba más cerca de su objetivo, el misterioso líder que había prometido destruirlo. Era un combate que, en el fondo, Nicolás sentía que tenía que librar solo. A pesar del cansancio, sus ojos brillaban con una frialdad que hacía retroceder a algunos de sus atacantes.Uno de los hombres avanzó con un cuchillo reluciente en su mano. Nicolás, sin pensarlo dos veces, atrapó su brazo y, con un giro brusco, lo desarmó antes de lanzarlo al suelo. Mientras el hombre caía, escuchó una voz familiar detrás de él.—Valverde
El escape apenas les había dado respiro. Nicolás sentía la herida en su hombro arder y le costaba mantener la compostura mientras Ricardo lo ayudaba a mantenerse de pie. Tras un rato de caminar por callejones oscuros y evitar patrullas, llegaron a un edificio abandonado que Ricardo había asegurado como refugio temporal. Nicolás se dejó caer contra una pared, jadeando, mientras Ricardo revisaba sus alrededores.—Es seguro aquí, jefe —dijo Ricardo, aún con preocupación en la mirada mientras observaba la sangre en el hombro de Nicolás—. Pero esa herida necesita atención.—No tenemos tiempo para eso —respondió Nicolás con una voz ronca pero firme, a pesar del dolor. Se forzó a mantenerse erguido, sus ojos oscuros y enfocados—. Ese hombre… él sabe algo. Y quiere que yo también lo sepa, de la peor manera posible.Ricardo lo observó con una mezcla de inquietud y lealtad.—¿Quién era? ¿Tienes idea de por qué parece tan decidido a destruirte?Nicolás cerró los ojos por un momento, recordando e
Las explosiones aún resonaban en los oídos de Nicolás mientras él y Ricardo se refugiaban tras una pila de escombros en un intento por ocultarse del avance implacable de los atacantes. La adrenalina corría por sus venas, y en el caos, cada segundo parecía durar una eternidad. Podía oír el sonido de pasos acercándose y voces bajas que intercambiaban órdenes. Era evidente que este grupo estaba coordinado y bien entrenado, como si hubieran estado preparándose para esta misma situación desde hacía mucho tiempo.—No se van a detener —murmuró Ricardo, limpiando la sangre de un corte en la frente con la manga de su chaqueta—. Están aquí para acabar contigo, jefe.Nicolás asintió, endureciendo la expresión mientras revisaba su pistola. Apenas le quedaban balas, y el camino de regreso al auto estaba bloqueado. Estaban atrapados, rodeados como animales acorralados.—Lo sé, Ricardo —respondió con voz firme, aunque por dentro se sentía cada vez más en la cuerda floja—. Pero no vamos a rendirnos.