El sol se había escondido hacía horas, dejando en penumbras el edificio que Nicolás ahora llamaba su fortaleza. A lo lejos, la ciudad resplandecía indiferente a los conflictos que se cocían en sus entrañas. Las primeras explosiones apenas habían dejado daños superficiales, pero la tensión que cargaban era inmensa, como si fueran el prólogo de una tormenta mucho más feroz.Dentro, el aire se sentía denso, pesado, mientras los murmullos de los guardias y los susurros de dudas flotaban en los pasillos. Nicolás observaba a sus hombres moverse de un lado a otro, revisando municiones, asegurando puertas y colocando refuerzos en las ventanas. La atmósfera era de guerra.—Señor Valverde —llamó uno de sus asistentes, un hombre alto de expresión inquieta—, hemos detectado más movimientos en las afueras. Los sistemas de seguridad marcan que al menos una docena de vehículos rodean el edificio.Nicolás asintió sin mostrar sorpresa, como si ya hubiera esperado aquella información. Se mantuvo en sil
El eco de los disparos resonaba por todo el edificio, y las sombras se alargaban en cada rincón, creando un ambiente de tensión palpable. Nicolás Valverde, rodeado de escombros y humo, sintió que la batalla por su vida alcanzaba un nuevo clímax. No había retorno; había cruzado el umbral y el único camino que quedaba era hacia adelante, hacia la confrontación que él mismo había provocado.Las explosiones seguían retumbando, y cada vez que una nueva detonación sacudía las paredes, la realidad se tornaba más oscura. La adrenalina corría por sus venas mientras contemplaba la escena de caos a su alrededor. Sus hombres luchaban con valentía, pero a medida que el tiempo avanzaba, se volvían cada vez más escasos. La determinación brillaba en sus rostros, pero también la desesperación.—¡Cúbranse! —gritó Nicolás, levantando su arma y apuntando hacia la entrada principal, donde un grupo de atacantes había logrado abrirse paso—. ¡No dejemos que avancen más!Los hombres de Nicolás se reagruparon
El eco de los disparos y el choque de puños reverberaban por el espacio confinado. Nicolás, con el rostro ensombrecido por la determinación y la furia, mantenía una postura defensiva mientras esquivaba y bloqueaba los ataques feroces de sus enemigos. Las sombras del lugar parecían cobrar vida, oscureciendo cada rincón y disimulando los movimientos de los hombres de Nicolás, que avanzaban tras él con precisión militar, abriendo paso en una batalla brutal.Cada paso que daba lo llevaba más cerca de su objetivo, el misterioso líder que había prometido destruirlo. Era un combate que, en el fondo, Nicolás sentía que tenía que librar solo. A pesar del cansancio, sus ojos brillaban con una frialdad que hacía retroceder a algunos de sus atacantes.Uno de los hombres avanzó con un cuchillo reluciente en su mano. Nicolás, sin pensarlo dos veces, atrapó su brazo y, con un giro brusco, lo desarmó antes de lanzarlo al suelo. Mientras el hombre caía, escuchó una voz familiar detrás de él.—Valverde
El escape apenas les había dado respiro. Nicolás sentía la herida en su hombro arder y le costaba mantener la compostura mientras Ricardo lo ayudaba a mantenerse de pie. Tras un rato de caminar por callejones oscuros y evitar patrullas, llegaron a un edificio abandonado que Ricardo había asegurado como refugio temporal. Nicolás se dejó caer contra una pared, jadeando, mientras Ricardo revisaba sus alrededores.—Es seguro aquí, jefe —dijo Ricardo, aún con preocupación en la mirada mientras observaba la sangre en el hombro de Nicolás—. Pero esa herida necesita atención.—No tenemos tiempo para eso —respondió Nicolás con una voz ronca pero firme, a pesar del dolor. Se forzó a mantenerse erguido, sus ojos oscuros y enfocados—. Ese hombre… él sabe algo. Y quiere que yo también lo sepa, de la peor manera posible.Ricardo lo observó con una mezcla de inquietud y lealtad.—¿Quién era? ¿Tienes idea de por qué parece tan decidido a destruirte?Nicolás cerró los ojos por un momento, recordando e
Las explosiones aún resonaban en los oídos de Nicolás mientras él y Ricardo se refugiaban tras una pila de escombros en un intento por ocultarse del avance implacable de los atacantes. La adrenalina corría por sus venas, y en el caos, cada segundo parecía durar una eternidad. Podía oír el sonido de pasos acercándose y voces bajas que intercambiaban órdenes. Era evidente que este grupo estaba coordinado y bien entrenado, como si hubieran estado preparándose para esta misma situación desde hacía mucho tiempo.—No se van a detener —murmuró Ricardo, limpiando la sangre de un corte en la frente con la manga de su chaqueta—. Están aquí para acabar contigo, jefe.Nicolás asintió, endureciendo la expresión mientras revisaba su pistola. Apenas le quedaban balas, y el camino de regreso al auto estaba bloqueado. Estaban atrapados, rodeados como animales acorralados.—Lo sé, Ricardo —respondió con voz firme, aunque por dentro se sentía cada vez más en la cuerda floja—. Pero no vamos a rendirnos.
La noche era pesada y silenciosa, rota solo por el leve eco de sus pasos mientras Nicolás y Ricardo avanzaban por los callejones oscuros y estrechos que rodeaban el almacén. La adrenalina comenzaba a disiparse, dejando espacio para la fatiga y el dolor que, hasta ese momento, Nicolás había logrado ignorar. La herida en su abdomen sangraba, y aunque no había tiempo para evaluarla, el ardor le recordaba que su cuerpo estaba al límite. Aun así, su mente seguía enfocada en un solo objetivo: no detenerse hasta desenmascarar a quien estaba detrás de esta emboscada.Ricardo lo observó con preocupación al notar cómo su jefe se tambaleaba.—Jefe… esa herida… tenemos que atenderla antes de que pierda más sangre —dijo en un tono grave—. No llegará muy lejos si seguimos así.Nicolás apretó los dientes, decidido a no mostrar debilidad.—No importa… Hemos pasado por cosas peores. Pero… tienes razón. Busquemos un lugar seguro. Ya han visto que no soy tan fácil de eliminar —respondió, mientras apoyab
El día comenzaba a amanecer cuando Nicolás y Ricardo abandonaron la bodega donde habían dejado a Mendoza. Con cada paso que daban, Nicolás sentía la determinación encenderse en él. La traición que acababa de descubrir dejaba al descubierto una red de mentiras que había permanecido oculta por años. Alguien, alguien que consideraba cercano, había orquestado cada uno de los movimientos que lo habían conducido hasta ese punto.Ricardo lo miró mientras caminaban de regreso al vehículo.—¿Y ahora qué sigue, jefe? —preguntó con voz grave—. Tenemos la información de Mendoza, pero... no hay manera de saber qué tan lejos llega esto.Nicolás se detuvo y observó el amanecer, sus ojos oscuros reflejando la tenue luz. El cansancio en su rostro parecía disiparse, reemplazado por una intensidad que Ricardo no había visto en él en mucho tiempo.—Ahora seguimos el rastro —respondió Nicolás, su voz cargada de firmeza—. Si Mendoza dijo la verdad, entonces esta persona tiene más aliados de los que imaginá
Nicolás sabía que la última batalla apenas había dejado una muestra del caos que se aproximaba. A pesar de haber logrado escapar con Olivares, la noche le había revelado el verdadero alcance del poder de sus enemigos. La red que los rodeaba era más amplia y profunda de lo que había imaginado, una red construida con paciencia y determinación, tejida en la sombra por manos expertas.Esa mañana, Nicolás y Ricardo se encontraban en un almacén secreto, uno de los pocos lugares que consideraba seguro. El lugar estaba rodeado de altos muros y custodiado por un equipo de seguridad en el que podía confiar, aunque cada vez sentía que confiar en alguien era un lujo que no podía permitirse. Las sombras estaban más cerca de lo que nunca habían estado, y la desesperación por el control empezaba a llevarlo a terrenos que jamás pensó que pisaría.Ricardo revisaba un mapa de la ciudad, sobre el que había señalado los puntos donde se sospechaba que los enemigos de Nicolás operaban. Los rostros de sus a