El viento gélido de la noche cortaba la piel de Nicolás mientras avanzaba a paso rápido por una calle desierta. Las luces de la ciudad parecían más lejanas que nunca, apenas destellos parpadeantes en la distancia. La reunión que Adrián le había concertado con un posible contacto para esclarecer su situación se había convertido en una trampa mortal. Su cuerpo aún vibraba con la adrenalina del escape.Había estado cerca. Demasiado cerca.Recordó el lugar: un pequeño almacén en las afueras de la ciudad. Todo parecía normal cuando llegó, pero la sensación en el estómago de que algo estaba mal no lo dejó en paz. Fue ese instinto lo que lo salvó.—Aquí es —había dicho Adrián al teléfono antes de colgar, asegurándole que el contacto lo esperaría en el almacén.Nicolás había apagado el coche a unos metros de la entrada y decidió caminar los últimos pasos en silencio. Cuando llegó a la puerta, la tensión en su pecho aumentó. Algo no cuadraba. El lugar estaba demasiado tranquilo, demasiado vací
Aitana caminaba de un lado a otro en su oficina, su mente atrapada en una tormenta de pensamientos contradictorios. Las últimas semanas habían sido un torbellino de revelaciones, traiciones y decisiones difíciles. Después de recibir la fotografía que mostraba a Nicolás disparándole a su padre, el odio y la desconfianza hacia él habían crecido hasta ocupar cada rincón de su corazón. Sin embargo, parte de ella aún se resistía a creerlo, aferrándose a la idea de que tenía que haber una explicación, una verdad oculta detrás de todo.Pero ¿cuál?El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Era Adrián.—Aitana, necesito hablar contigo. Es urgente.Su voz sonaba tensa, lo que solo aumentó la inquietud de Aitana. Sin embargo, asintió para sí misma y se obligó a calmarse.—Ven ahora —respondió, tratando de mantener un tono neutral.Minutos después, Adrián llegó al despacho, con el rostro sombrío y una expresión que no prometía nada bueno. Cerró la puerta tras de sí y se acercó con caut
La mañana llegó con una calma engañosa. Los primeros rayos del sol se filtraban por las cortinas de la ventana del despacho de Aitana, proyectando sombras alargadas en el suelo. A pesar de la aparente tranquilidad, había una tensión en el aire, una sensación de que algo siniestro se cernía sobre ella.Estaba revisando los informes de las últimas semanas, tratando de concentrarse en el negocio mientras su mente continuaba agitada. Las palabras de Adrián resonaban en su cabeza: "No puedes confiar en Nicolás. Todo lo que diga podría ser parte de una manipulación."Aitana había decidido distanciarse de Nicolás, pero no había podido detener ese instinto de querer entender la verdad. ¿Cómo podía el hombre que había amado estar involucrado en algo tan macabro?En medio de sus pensamientos, su teléfono vibró sobre el escritorio. Un mensaje. Era de un número desconocido. Sintió una punzada de miedo, pero su curiosidad fue más fuerte. Lo abrió, y al leer las palabras, su corazón se aceleró."Ni
Aitana se encontraba en la sala principal de la mansión, sola, contemplando el fuego crepitar en la chimenea. Su mente estaba agotada, pero no podía permitirse el lujo de relajarse. Cada pensamiento se entrelazaba con preguntas sin respuesta, con verdades a medias, y con el miedo constante de que La Sombra se acercaba más y más. Había una sensación asfixiante en el aire, como si estuviera siendo observada desde las sombras.Adrián ya no era de fiar. Después de esa última conversación, la certeza había caído sobre ella como una losa. Su instinto, que tantas veces había ignorado por confiar ciegamente en él, ahora le gritaba que algo estaba terriblemente mal. Pero, ¿qué podía hacer? Adrián sabía demasiado sobre todo y, lo más inquietante, sobre ella.Por otro lado, estaba Nicolás. Su corazón latía más rápido cada vez que pensaba en él. Las dudas sobre su lealtad seguían allí, pero... si Adrián había mentido, ¿podía haber mentido también sobre Nicolás? Y si La Sombra había manipulado la
La mansión Alarcón se encontraba envuelta en un silencio extraño, pesado, como si los muros mismos hubieran absorbido las tragedias que estaban ocurriendo sin que nadie pudiera verlas con claridad. Sofía, la madre de Aitana, caminaba por los largos pasillos de mármol, su rostro apagado por una mezcla de confusión y dolor. Desde la muerte de Alejandro, todo había sido una niebla de preguntas sin respuestas. Y aunque aún no conocía todos los detalles, una sospecha se había instalado en su corazón.En el gran salón, Victoria, la abuela de Aitana, se encontraba sentada en su sillón habitual, mirando fijamente hacia la ventana, como si esperara que las respuestas llegaran por sí solas. Tenía una copa de vino en la mano, pero no la había tocado. Su rostro severo apenas dejaba entrever la tristeza que sentía, un tipo de tristeza que había aprendido a ocultar durante los años de rigidez social que la habían moldeado.Sofía se acercó a ella, y tras una breve pausa, rompió el silencio.—Madre..
La mansión Alarcón, aún envuelta en un silencio inquietante, albergaba secretos mucho más oscuros de lo que Aitana alguna vez imaginó. La conversación con su madre y su abuela la había dejado más intranquila que antes, y aunque había intentado calmar sus emociones, el peso de las miradas de desconfianza de ambas la perseguía como una sombra.Aitana subió las escaleras con pasos lentos, su mente en constante movimiento. Mientras cruzaba el pasillo hacia su estudio personal, sintió que la atmósfera se volvía aún más opresiva. Tenía que encontrar una salida a todo este caos antes de que consumiera a todos los que amaba.Al llegar al umbral del estudio, fue sorprendida por una figura alta y delgada que aguardaba cerca de la puerta. Era el mayordomo de la familia, Luis, un hombre que había estado a su servicio desde hacía décadas. Siempre impecable y reservado, Luis había sido una presencia constante y silenciosa en su vida. Aunque su rostro mostraba el paso de los años, sus ojos brillaban
La luz tenue de la pantalla del ordenador iluminaba el rostro de Aitana mientras observaba, con el corazón acelerado, cómo Luis —o mejor dicho, Hunter— tecleaba con velocidad y precisión en el teclado. La atmósfera en el estudio era tensa. Aunque las sombras de la mansión parecían quedarse quietas, la sensación de que algo oscuro acechaba en las profundidades del misterio no abandonaba a Aitana.Hunter, el hombre que había sido su mayordomo durante toda su vida, estaba inmerso en un laberinto digital, buscando cualquier pista que pudiera desentrañar la verdadera identidad de La Sombra, el enigmático y mortal líder que había arruinado su vida.—Lo tengo —dijo Luis, su voz cortante quebrando el silencio de la habitación.Aitana se acercó rápidamente, inclinándose sobre su hombro para ver la pantalla. Un torrente de líneas de código y pantallas de seguridad pasaban delante de sus ojos, pero Luis había encontrado algo más allá de simples datos. Había conseguido lo que hasta ahora parecía
El eco de los pasos de Adrián resonaba en los pasillos vacíos de la mansión Alarcón. Con cada paso, el silencio se volvía más denso, casi asfixiante. Aitana lo escuchaba acercarse desde su estudio, su corazón latiendo con fuerza, pero su mente fría y calculadora, lista para enfrentarse a la verdad que había descubierto. Sabía que este momento llegaría, aunque nunca imaginó que fuera bajo tales circunstancias.Luis, a su lado, mantenía la mirada fija en la puerta. Ambos sabían que estaban entrando en territorio peligroso. Confrontar a La Sombra, ahora sabiendo que Adrián estaba detrás de todo, era un juego que podría costarles mucho más que sus vidas. Sin embargo, Aitana no podía permitir que su traición quedara impune.—Está aquí —murmuró Luis, bajando ligeramente la cabeza.Aitana asintió, su expresión serena, aunque por dentro una tormenta de emociones amenazaba con consumirla. Tenía que mantener el control, al menos hasta que supiera exactamente cuáles eran las intenciones de Adriá