La mansión Alarcón se encontraba envuelta en un silencio extraño, pesado, como si los muros mismos hubieran absorbido las tragedias que estaban ocurriendo sin que nadie pudiera verlas con claridad. Sofía, la madre de Aitana, caminaba por los largos pasillos de mármol, su rostro apagado por una mezcla de confusión y dolor. Desde la muerte de Alejandro, todo había sido una niebla de preguntas sin respuestas. Y aunque aún no conocía todos los detalles, una sospecha se había instalado en su corazón.En el gran salón, Victoria, la abuela de Aitana, se encontraba sentada en su sillón habitual, mirando fijamente hacia la ventana, como si esperara que las respuestas llegaran por sí solas. Tenía una copa de vino en la mano, pero no la había tocado. Su rostro severo apenas dejaba entrever la tristeza que sentía, un tipo de tristeza que había aprendido a ocultar durante los años de rigidez social que la habían moldeado.Sofía se acercó a ella, y tras una breve pausa, rompió el silencio.—Madre..
La mansión Alarcón, aún envuelta en un silencio inquietante, albergaba secretos mucho más oscuros de lo que Aitana alguna vez imaginó. La conversación con su madre y su abuela la había dejado más intranquila que antes, y aunque había intentado calmar sus emociones, el peso de las miradas de desconfianza de ambas la perseguía como una sombra.Aitana subió las escaleras con pasos lentos, su mente en constante movimiento. Mientras cruzaba el pasillo hacia su estudio personal, sintió que la atmósfera se volvía aún más opresiva. Tenía que encontrar una salida a todo este caos antes de que consumiera a todos los que amaba.Al llegar al umbral del estudio, fue sorprendida por una figura alta y delgada que aguardaba cerca de la puerta. Era el mayordomo de la familia, Luis, un hombre que había estado a su servicio desde hacía décadas. Siempre impecable y reservado, Luis había sido una presencia constante y silenciosa en su vida. Aunque su rostro mostraba el paso de los años, sus ojos brillaban
La luz tenue de la pantalla del ordenador iluminaba el rostro de Aitana mientras observaba, con el corazón acelerado, cómo Luis —o mejor dicho, Hunter— tecleaba con velocidad y precisión en el teclado. La atmósfera en el estudio era tensa. Aunque las sombras de la mansión parecían quedarse quietas, la sensación de que algo oscuro acechaba en las profundidades del misterio no abandonaba a Aitana.Hunter, el hombre que había sido su mayordomo durante toda su vida, estaba inmerso en un laberinto digital, buscando cualquier pista que pudiera desentrañar la verdadera identidad de La Sombra, el enigmático y mortal líder que había arruinado su vida.—Lo tengo —dijo Luis, su voz cortante quebrando el silencio de la habitación.Aitana se acercó rápidamente, inclinándose sobre su hombro para ver la pantalla. Un torrente de líneas de código y pantallas de seguridad pasaban delante de sus ojos, pero Luis había encontrado algo más allá de simples datos. Había conseguido lo que hasta ahora parecía
El eco de los pasos de Adrián resonaba en los pasillos vacíos de la mansión Alarcón. Con cada paso, el silencio se volvía más denso, casi asfixiante. Aitana lo escuchaba acercarse desde su estudio, su corazón latiendo con fuerza, pero su mente fría y calculadora, lista para enfrentarse a la verdad que había descubierto. Sabía que este momento llegaría, aunque nunca imaginó que fuera bajo tales circunstancias.Luis, a su lado, mantenía la mirada fija en la puerta. Ambos sabían que estaban entrando en territorio peligroso. Confrontar a La Sombra, ahora sabiendo que Adrián estaba detrás de todo, era un juego que podría costarles mucho más que sus vidas. Sin embargo, Aitana no podía permitir que su traición quedara impune.—Está aquí —murmuró Luis, bajando ligeramente la cabeza.Aitana asintió, su expresión serena, aunque por dentro una tormenta de emociones amenazaba con consumirla. Tenía que mantener el control, al menos hasta que supiera exactamente cuáles eran las intenciones de Adriá
Las primeras luces del amanecer se filtraban a través de las cortinas raídas de un pequeño apartamento en los suburbios de la ciudad. El joven Adrián, apenas un niño de nueve años, se encontraba sentado en el borde de una cama destartalada, observando a su madre, Marta, quien respiraba con dificultad. Desde hacía días, ella no podía levantarse, y su semblante pálido y demacrado delataba la gravedad de su condición.Marta había sido una mujer hermosa en otro tiempo, con una energía vibrante que llenaba cualquier habitación, pero ahora, la vida parecía estar escapando de su cuerpo a cada segundo. Adrián la miraba con una mezcla de miedo y desesperación, sin saber qué hacer para ayudarla.—Mamá… —su voz era apenas un susurro—. ¿Por qué no te mejoras? Necesitas comer algo.Marta abrió los ojos lentamente, sus labios agrietados esbozando una débil sonrisa.—Lo siento, hijo —murmuró con esfuerzo—. Quisiera poder ser más fuerte por ti… pero hay cosas que no puedes controlar. Lo que estoy viv
Adrián observaba desde las sombras cómo la vida de Aitana tomaba giros inesperados, y en cada uno de ellos, él encontraba nuevas razones para mantenerse cerca. Aunque había llegado al orfanato con una única idea en mente: vengar la muerte de su madre y destruir a Alejandro Alarcón, todo cambió cuando descubrió la verdadera identidad de Aitana. Fue como si el destino se hubiera burlado de él, colocando a la hija de su peor enemigo en su camino.Durante sus años en el orfanato, Adrián siempre había sido un niño reservado. No compartía con los demás niños sus pensamientos oscuros ni sus deseos de venganza. Pero cuando vio a Aitana, algo dentro de él cambió. Descubrir que era una Alarcón fue un golpe emocional. Ella, como él, también había sido abandonada por su familia, aunque por razones diferentes. Se preguntó si ella sentía la misma rabia que él, si albergaba el mismo resentimiento hacia aquellos que la habían dejado crecer en un lugar como ese. Pensó que quizás, si se acercaba lo suf
El despacho estaba sumido en una pesada penumbra, solo iluminado por la tenue luz que se filtraba desde la ventana, reflejándose sobre los muebles antiguos y los estantes llenos de libros polvorientos. El ambiente estaba cargado de tensión. Aitana, de pie frente a la gran mesa de caoba, cruzaba los brazos sobre su pecho, incapaz de apartar la mirada de Adrián, quien permanecía sentado en la silla de cuero, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada.Aitana apenas podía creerlo. Todo lo que había conocido, todo lo que alguna vez había considerado seguro, había sido destrozado por el hombre que ahora tenía enfrente. Adrián, su amigo de la infancia, el hombre que alguna vez había creído que era su aliado más fiel, resultaba ser el arquitecto de la destrucción de su familia.—¿Qué sigue ahora, Adrián? —preguntó Aitana con una voz baja, casi apagada, pero cargada de una furia contenida. Sabía que había llegado el momento de enfrentar la verdad, pero no sabía qué hacer con ella—. Ya destr
Aitana se quedó en silencio durante largos segundos, observando a Adrián desde el otro lado del despacho. Aquel hombre que había compartido tantas sonrisas con ella, que había sido su amigo y confidente durante tanto tiempo, ahora parecía un completo extraño. Pero la verdad era que, aunque sintiera un inmenso rencor por haber descubierto la identidad de su medio hermano, sabía que Adrián tenía razón en algo: si quería salvar a su hijo, tendría que cooperar.—De acuerdo —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Te ayudaré a destruir lo que queda de mi familia. Pero mi prioridad es mi hijo. Y no voy a permitir que nada ni nadie lo lastime.Adrián se cruzó de brazos, como si analizara cada palabra, cada matiz en el tono de su hermana.—¿Y cómo planeas protegerlo desde aquí? —preguntó él, su voz fría pero con un toque de curiosidad—. Te puedo asegurar que hay muchas cosas que no sabes. La gente que está detrás de esto no se detendrá solo porque tú te escondas detrás de las paredes de tu m