Aitana se quedó en silencio durante largos segundos, observando a Adrián desde el otro lado del despacho. Aquel hombre que había compartido tantas sonrisas con ella, que había sido su amigo y confidente durante tanto tiempo, ahora parecía un completo extraño. Pero la verdad era que, aunque sintiera un inmenso rencor por haber descubierto la identidad de su medio hermano, sabía que Adrián tenía razón en algo: si quería salvar a su hijo, tendría que cooperar.—De acuerdo —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Te ayudaré a destruir lo que queda de mi familia. Pero mi prioridad es mi hijo. Y no voy a permitir que nada ni nadie lo lastime.Adrián se cruzó de brazos, como si analizara cada palabra, cada matiz en el tono de su hermana.—¿Y cómo planeas protegerlo desde aquí? —preguntó él, su voz fría pero con un toque de curiosidad—. Te puedo asegurar que hay muchas cosas que no sabes. La gente que está detrás de esto no se detendrá solo porque tú te escondas detrás de las paredes de tu m
El silencio en la mansión de los Alarcón era pesado, casi palpable, mientras las sombras de la noche caían sobre el lugar. Aitana estaba en su despacho, tratando de organizar sus pensamientos, cuando el sonido de un golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento. Luis, su fiel mayordomo, entró con una expresión serena pero tensa.—Señorita Aitana, debo hablar con usted —dijo con voz grave, acercándose lentamente.—¿Qué sucede, Luis? —preguntó ella, alzando la vista, notando el cambio en su comportamiento habitual.Luis bajó la mirada por un segundo, como si lo que estaba a punto de decirle pesara sobre su conciencia.—He encontrado un lugar seguro para su hijo, tal como lo pidió —anunció, su voz tranquila—. Está en un sitio donde ni siquiera la Sombra podría encontrarlo. Sin embargo, por razones de seguridad, creo que es mejor que no sepa dónde está exactamente.Aitana frunció el ceño. Algo no estaba bien. Aunque confiaba en Luis, la ambigüedad de su respuesta la puso nerviosa.—¿Po
El despacho de Adrián estaba sumido en penumbras, con apenas la luz del monitor iluminando su rostro. Afuera, la noche era densa, como si el mundo mismo conspirara con él en sus oscuros planes. Adrián estaba sentado frente a su escritorio, revisando una serie de informes cuando el sonido de la puerta abriéndose suavemente lo sacó de su concentración.Luis entró con pasos silenciosos, siempre meticuloso en su proceder, y cerró la puerta detrás de él. Su rostro reflejaba la misma calma de siempre, aunque en sus ojos se podía vislumbrar una sombra de preocupación.—Adrián —saludó, haciendo una leve inclinación de cabeza—. Creo que es hora de que hablemos sobre Aitana… y su hijo.Adrián no levantó la vista de la pantalla, pero su mandíbula se tensó al escuchar aquellas palabras.—¿Qué pasa con ellos, Luis? —preguntó con voz baja, sin apartar los ojos de su trabajo.Luis avanzó lentamente hasta quedar frente al escritorio, manteniendo una postura erguida.—Creo que es necesario evaluar si
El día comenzaba a oscurecer, y el aire en la mansión se sentía más pesado que nunca. Aitana estaba sentada en el borde de su cama, con la vista perdida en la ventana. Afuera, las sombras de la tarde se estiraban lentamente, cubriendo cada rincón del jardín. Su mente, enredada en una tormenta de pensamientos, no encontraba descanso.Sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba hacer algo tan simple como respirar. No sabía qué camino tomar ni en quién confiar. Lo peor de todo es que, después de todo lo que había descubierto, no podía acercarse a su familia. Ellos creían que la muerte de su padre, Alejandro, era culpa suya. Desde que la noticia se había filtrado, había sentido el frío y el distanciamiento de su madre y su abuela.Con el ceño fruncido, dejó escapar un suspiro cargado de frustración. No podía culparlas del todo, pues apenas había tenido tiempo de procesar todo lo que había pasado. Pero lo que más dolía era que la única familia que le quedaba estaba convencida de que
La noche en la mansión había caído como un manto sombrío, ocultando cualquier rastro de luz que pudiera guiar a quienes buscaban esperanza. Aitana estaba de pie en el centro del despacho de Adrián, observando la oscuridad que se reflejaba en los ventanales. El aire era pesado, y el silencio, opresivo.Adrián la observaba desde el otro extremo de la habitación. Sus ojos reflejaban un brillo de satisfacción mezclado con una cautela mal disimulada. Había logrado llevarla al borde, empujarla hasta el límite de sus convicciones. Sin embargo, incluso él no sabía si ella realmente cumpliría con lo que había prometido.—Entonces, ¿has tomado una decisión? —preguntó Adrián con un tono suave, casi reconociendo una victoria.Aitana asintió con determinación, aunque su estómago estaba hecho un nudo y su corazón latía desbocado.—Sí —respondió con voz firme, aunque temblaba internamente—. Lo haré, Adrián. Pero te lo advierto, será la primera y la última vez que jalaré un gatillo por ti.Adrián arq
El eco del disparo aún retumbaba en la cabeza de Aitana. La habitación parecía congelada en el tiempo, mientras ella permanecía inmóvil, mirando el cuerpo de Nicolás en el suelo. Por un segundo, todo parecía haber terminado.Pero entonces, algo ocurrió.Nicolás no se movía. No había sangre, no había el impacto que esperaba. La confusión llenó sus ojos cuando de repente, el cuerpo de Nicolás emitió un leve gemido. Su pecho seguía subiendo y bajando. ¿No estaba muerto?Aitana soltó el aire que había estado conteniendo, su corazón latía con fuerza. Levantó la mirada hacia Adrián, quien observaba la escena con una expresión intrigante, como si hubiera estado esperando ese momento.—Interesante —dijo Adrián, rompiendo el silencio con una voz cargada de un sarcasmo malicioso.Aitana retrocedió un paso, la pistola todavía temblaba en su mano. No entendía qué había pasado. Se suponía que todo había terminado con ese disparo, pero algo estaba mal.—¿Qué está pasando? —preguntó Aitana, su voz a
El eco del disparo aún resonaba en la cabeza de Aitana, pero el silencio que siguió fue aún más aterrador. Sus pensamientos eran un caos, pero no tuvo tiempo de procesarlo cuando Adrián, con su semblante imperturbable, chasqueó los dedos de nuevo.La puerta del salón se abrió lentamente y, por ella, entró una figura. En sus brazos llevaba algo que hizo que el corazón de Aitana se detuviera. Un bebé. Su bebé.—No… —susurró Aitana, sus ojos fijos en el niño. No podía creer lo que veía. Su respiración se hizo más rápida, más errática. El horror en su rostro era palpable.El hombre que sostenía al bebé se detuvo a un metro de distancia de Aitana y lo entregó a Adrián, quien lo sostuvo con una facilidad inquietante. Aitana dio un paso adelante, su instinto maternal aflorando.—¿Qué has hecho? —preguntó con un hilo de voz, su cuerpo temblaba mientras se enfrentaba a la realidad.Adrián la miró, sin rastro de remordimiento.—Siempre supe dónde estaba tu hijo, Aitana. —Dijo, su tono calmado,
El almacén era frío y lúgubre, con paredes de metal oxidadas y techos altos que parecían amplificar el eco de cada paso. Adrián caminaba con una seguridad que irradiaba autoridad, su figura iluminada brevemente por los tenues rayos de luz que se colaban a través de las grietas en el techo. En ese silencio inquietante, una sombra encadenada se movía en el rincón más oscuro del lugar. Nicolás.Sentado en una vieja silla de madera, Nicolás levantó la mirada al escuchar los pasos acercándose. Sus ojos, alguna vez llenos de poder y orgullo, ahora estaban opacos y cansados. La traición, las mentiras y la caída desde la cima habían dejado una huella profunda en él. Sabía que este encuentro definiría su destino, y lo que quedaba de su vida estaba en manos de un hombre al que había subestimado.Adrián se detuvo frente a Nicolás, mirándolo desde arriba con una mezcla de desprecio y satisfacción.—Nicolás —dijo, su voz resonando en el vacío del almacén—. Siempre fuiste un hombre inteligente, ast