La noche en la mansión había caído como un manto sombrío, ocultando cualquier rastro de luz que pudiera guiar a quienes buscaban esperanza. Aitana estaba de pie en el centro del despacho de Adrián, observando la oscuridad que se reflejaba en los ventanales. El aire era pesado, y el silencio, opresivo.Adrián la observaba desde el otro extremo de la habitación. Sus ojos reflejaban un brillo de satisfacción mezclado con una cautela mal disimulada. Había logrado llevarla al borde, empujarla hasta el límite de sus convicciones. Sin embargo, incluso él no sabía si ella realmente cumpliría con lo que había prometido.—Entonces, ¿has tomado una decisión? —preguntó Adrián con un tono suave, casi reconociendo una victoria.Aitana asintió con determinación, aunque su estómago estaba hecho un nudo y su corazón latía desbocado.—Sí —respondió con voz firme, aunque temblaba internamente—. Lo haré, Adrián. Pero te lo advierto, será la primera y la última vez que jalaré un gatillo por ti.Adrián arq
El eco del disparo aún retumbaba en la cabeza de Aitana. La habitación parecía congelada en el tiempo, mientras ella permanecía inmóvil, mirando el cuerpo de Nicolás en el suelo. Por un segundo, todo parecía haber terminado.Pero entonces, algo ocurrió.Nicolás no se movía. No había sangre, no había el impacto que esperaba. La confusión llenó sus ojos cuando de repente, el cuerpo de Nicolás emitió un leve gemido. Su pecho seguía subiendo y bajando. ¿No estaba muerto?Aitana soltó el aire que había estado conteniendo, su corazón latía con fuerza. Levantó la mirada hacia Adrián, quien observaba la escena con una expresión intrigante, como si hubiera estado esperando ese momento.—Interesante —dijo Adrián, rompiendo el silencio con una voz cargada de un sarcasmo malicioso.Aitana retrocedió un paso, la pistola todavía temblaba en su mano. No entendía qué había pasado. Se suponía que todo había terminado con ese disparo, pero algo estaba mal.—¿Qué está pasando? —preguntó Aitana, su voz a
El eco del disparo aún resonaba en la cabeza de Aitana, pero el silencio que siguió fue aún más aterrador. Sus pensamientos eran un caos, pero no tuvo tiempo de procesarlo cuando Adrián, con su semblante imperturbable, chasqueó los dedos de nuevo.La puerta del salón se abrió lentamente y, por ella, entró una figura. En sus brazos llevaba algo que hizo que el corazón de Aitana se detuviera. Un bebé. Su bebé.—No… —susurró Aitana, sus ojos fijos en el niño. No podía creer lo que veía. Su respiración se hizo más rápida, más errática. El horror en su rostro era palpable.El hombre que sostenía al bebé se detuvo a un metro de distancia de Aitana y lo entregó a Adrián, quien lo sostuvo con una facilidad inquietante. Aitana dio un paso adelante, su instinto maternal aflorando.—¿Qué has hecho? —preguntó con un hilo de voz, su cuerpo temblaba mientras se enfrentaba a la realidad.Adrián la miró, sin rastro de remordimiento.—Siempre supe dónde estaba tu hijo, Aitana. —Dijo, su tono calmado,
El almacén era frío y lúgubre, con paredes de metal oxidadas y techos altos que parecían amplificar el eco de cada paso. Adrián caminaba con una seguridad que irradiaba autoridad, su figura iluminada brevemente por los tenues rayos de luz que se colaban a través de las grietas en el techo. En ese silencio inquietante, una sombra encadenada se movía en el rincón más oscuro del lugar. Nicolás.Sentado en una vieja silla de madera, Nicolás levantó la mirada al escuchar los pasos acercándose. Sus ojos, alguna vez llenos de poder y orgullo, ahora estaban opacos y cansados. La traición, las mentiras y la caída desde la cima habían dejado una huella profunda en él. Sabía que este encuentro definiría su destino, y lo que quedaba de su vida estaba en manos de un hombre al que había subestimado.Adrián se detuvo frente a Nicolás, mirándolo desde arriba con una mezcla de desprecio y satisfacción.—Nicolás —dijo, su voz resonando en el vacío del almacén—. Siempre fuiste un hombre inteligente, ast
El salón de juntas del Grupo Alarcón estaba lleno de las personas más influyentes del país. Ejecutivos, empresarios y políticos aguardaban en silencio mientras el reloj avanzaba lentamente hacia el inicio de la reunión. El nombre de Aitana Alarcón había resonado en cada rincón de la nación durante los últimos meses. Su presencia, su influencia y su inquebrantable liderazgo habían transformado la percepción de la familia y el grupo que llevaba su apellido.Aitana entró en la sala con la cabeza alta, su mirada fija y segura. Llevaba un traje negro perfectamente ajustado que destacaba su figura esbelta, pero lo que más impactaba era su porte. Cada movimiento, cada palabra que decía, emanaba poder. No era solo la heredera del imperio Alarcón, era la mujer que lo había elevado a un nivel de poder nunca antes visto.Luis caminaba un par de pasos detrás de ella, siempre vigilante. Había sido su sombra fiel en los últimos meses, ayudándola a fortalecer alianzas y asegurar que ningún obstáculo
Los días eran largos en las montañas. El aire frío mordía su piel, y la soledad se había convertido en su única compañera. Nicolás Valverde, el hombre que una vez había sido el más poderoso de la ciudad, estaba ahora confinado a una cabaña de madera, en una tierra lejana donde las sombras se alargaban al atardecer y los días pasaban en silencio.Habían pasado ya varios meses desde que Adrián lo había desterrado, sentenciándolo a vivir en ese exilio eterno. La cabaña en la que vivía no era más que un refugio rústico, con una chimenea que apenas lograba mantener el lugar cálido y una pequeña ventana que daba hacia las montañas nevadas. Las semanas habían pasado en un vaivén de días interminables, donde el eco del viento era lo único que rompía la tranquilidad. Las personas del pequeño pueblo cercano lo conocían, pero mantenían la distancia. Nicolás nunca compartía más de lo necesario, y sus ojos siempre estaban llenos de una oscuridad que no lograban comprender.Una mañana, mientras Nic
El viento helado rugía a través de las montañas, aullando como un lobo hambriento. Nicolás, cubierto con una manta vieja y raída, se encontraba tumbado en el suelo de su cabaña. Cada respiración era una lucha, cada inhalación quemaba sus pulmones como si estuviera tragando fuego. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, y el sudor empapaba su frente. No sabía cuánto tiempo había estado así, días quizás, o tal vez semanas. El tiempo había perdido su significado en este lugar olvidado por el mundo.De pronto, la puerta de la cabaña se abrió de golpe. La figura de Helena se recortaba contra la luz del exterior, su silueta marcada por la nieve que caía a su alrededor. Había llegado con la intención de dejarle algo de comida, como solía hacerlo de vez en cuando. Sin embargo, al verlo postrado en el suelo, su rostro perdió el color.—¡Dios mío, estás ardiendo en fiebre! —exclamó mientras se arrodillaba a su lado, sintiendo el calor abrasador que emanaba de su cuerpo.Nicolás apenas pudo abrir
El sol apenas se asomaba entre las montañas, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado. Nicolás se despertó temprano, como cada mañana desde su recuperación. Había algo en el silencio de la montaña que lo hacía sentir en paz, aunque esa paz era frágil, siempre amenazada por las sombras de su pasado. Pero esa mañana era diferente. Después de semanas de reflexión y largas noches de insomnio, Nicolás supo que era hora de moverse. No podía seguir atrapado en un lugar donde la bondad de los demás le recordaba constantemente que no pertenecía allí.Se levantó lentamente, sus músculos aún algo débiles, pero lo suficientemente fuertes para enfrentarse al día. Miró alrededor de la cabaña que había sido su refugio, un lugar que ahora sentía tan distante, casi como una jaula. Sabía que debía agradecer a Helena y su familia por todo lo que habían hecho por él, pero quedarse allí no era lo que realmente deseaba.Con esa convicción en mente, comenzó a empacar las pocas pertenencias que tenía. Gu