Las primeras luces del amanecer se filtraban a través de las cortinas raídas de un pequeño apartamento en los suburbios de la ciudad. El joven Adrián, apenas un niño de nueve años, se encontraba sentado en el borde de una cama destartalada, observando a su madre, Marta, quien respiraba con dificultad. Desde hacía días, ella no podía levantarse, y su semblante pálido y demacrado delataba la gravedad de su condición.Marta había sido una mujer hermosa en otro tiempo, con una energía vibrante que llenaba cualquier habitación, pero ahora, la vida parecía estar escapando de su cuerpo a cada segundo. Adrián la miraba con una mezcla de miedo y desesperación, sin saber qué hacer para ayudarla.—Mamá… —su voz era apenas un susurro—. ¿Por qué no te mejoras? Necesitas comer algo.Marta abrió los ojos lentamente, sus labios agrietados esbozando una débil sonrisa.—Lo siento, hijo —murmuró con esfuerzo—. Quisiera poder ser más fuerte por ti… pero hay cosas que no puedes controlar. Lo que estoy viv
Adrián observaba desde las sombras cómo la vida de Aitana tomaba giros inesperados, y en cada uno de ellos, él encontraba nuevas razones para mantenerse cerca. Aunque había llegado al orfanato con una única idea en mente: vengar la muerte de su madre y destruir a Alejandro Alarcón, todo cambió cuando descubrió la verdadera identidad de Aitana. Fue como si el destino se hubiera burlado de él, colocando a la hija de su peor enemigo en su camino.Durante sus años en el orfanato, Adrián siempre había sido un niño reservado. No compartía con los demás niños sus pensamientos oscuros ni sus deseos de venganza. Pero cuando vio a Aitana, algo dentro de él cambió. Descubrir que era una Alarcón fue un golpe emocional. Ella, como él, también había sido abandonada por su familia, aunque por razones diferentes. Se preguntó si ella sentía la misma rabia que él, si albergaba el mismo resentimiento hacia aquellos que la habían dejado crecer en un lugar como ese. Pensó que quizás, si se acercaba lo suf
El despacho estaba sumido en una pesada penumbra, solo iluminado por la tenue luz que se filtraba desde la ventana, reflejándose sobre los muebles antiguos y los estantes llenos de libros polvorientos. El ambiente estaba cargado de tensión. Aitana, de pie frente a la gran mesa de caoba, cruzaba los brazos sobre su pecho, incapaz de apartar la mirada de Adrián, quien permanecía sentado en la silla de cuero, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada.Aitana apenas podía creerlo. Todo lo que había conocido, todo lo que alguna vez había considerado seguro, había sido destrozado por el hombre que ahora tenía enfrente. Adrián, su amigo de la infancia, el hombre que alguna vez había creído que era su aliado más fiel, resultaba ser el arquitecto de la destrucción de su familia.—¿Qué sigue ahora, Adrián? —preguntó Aitana con una voz baja, casi apagada, pero cargada de una furia contenida. Sabía que había llegado el momento de enfrentar la verdad, pero no sabía qué hacer con ella—. Ya destr
Aitana se quedó en silencio durante largos segundos, observando a Adrián desde el otro lado del despacho. Aquel hombre que había compartido tantas sonrisas con ella, que había sido su amigo y confidente durante tanto tiempo, ahora parecía un completo extraño. Pero la verdad era que, aunque sintiera un inmenso rencor por haber descubierto la identidad de su medio hermano, sabía que Adrián tenía razón en algo: si quería salvar a su hijo, tendría que cooperar.—De acuerdo —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Te ayudaré a destruir lo que queda de mi familia. Pero mi prioridad es mi hijo. Y no voy a permitir que nada ni nadie lo lastime.Adrián se cruzó de brazos, como si analizara cada palabra, cada matiz en el tono de su hermana.—¿Y cómo planeas protegerlo desde aquí? —preguntó él, su voz fría pero con un toque de curiosidad—. Te puedo asegurar que hay muchas cosas que no sabes. La gente que está detrás de esto no se detendrá solo porque tú te escondas detrás de las paredes de tu m
El silencio en la mansión de los Alarcón era pesado, casi palpable, mientras las sombras de la noche caían sobre el lugar. Aitana estaba en su despacho, tratando de organizar sus pensamientos, cuando el sonido de un golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento. Luis, su fiel mayordomo, entró con una expresión serena pero tensa.—Señorita Aitana, debo hablar con usted —dijo con voz grave, acercándose lentamente.—¿Qué sucede, Luis? —preguntó ella, alzando la vista, notando el cambio en su comportamiento habitual.Luis bajó la mirada por un segundo, como si lo que estaba a punto de decirle pesara sobre su conciencia.—He encontrado un lugar seguro para su hijo, tal como lo pidió —anunció, su voz tranquila—. Está en un sitio donde ni siquiera la Sombra podría encontrarlo. Sin embargo, por razones de seguridad, creo que es mejor que no sepa dónde está exactamente.Aitana frunció el ceño. Algo no estaba bien. Aunque confiaba en Luis, la ambigüedad de su respuesta la puso nerviosa.—¿Po
El despacho de Adrián estaba sumido en penumbras, con apenas la luz del monitor iluminando su rostro. Afuera, la noche era densa, como si el mundo mismo conspirara con él en sus oscuros planes. Adrián estaba sentado frente a su escritorio, revisando una serie de informes cuando el sonido de la puerta abriéndose suavemente lo sacó de su concentración.Luis entró con pasos silenciosos, siempre meticuloso en su proceder, y cerró la puerta detrás de él. Su rostro reflejaba la misma calma de siempre, aunque en sus ojos se podía vislumbrar una sombra de preocupación.—Adrián —saludó, haciendo una leve inclinación de cabeza—. Creo que es hora de que hablemos sobre Aitana… y su hijo.Adrián no levantó la vista de la pantalla, pero su mandíbula se tensó al escuchar aquellas palabras.—¿Qué pasa con ellos, Luis? —preguntó con voz baja, sin apartar los ojos de su trabajo.Luis avanzó lentamente hasta quedar frente al escritorio, manteniendo una postura erguida.—Creo que es necesario evaluar si
El día comenzaba a oscurecer, y el aire en la mansión se sentía más pesado que nunca. Aitana estaba sentada en el borde de su cama, con la vista perdida en la ventana. Afuera, las sombras de la tarde se estiraban lentamente, cubriendo cada rincón del jardín. Su mente, enredada en una tormenta de pensamientos, no encontraba descanso.Sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba hacer algo tan simple como respirar. No sabía qué camino tomar ni en quién confiar. Lo peor de todo es que, después de todo lo que había descubierto, no podía acercarse a su familia. Ellos creían que la muerte de su padre, Alejandro, era culpa suya. Desde que la noticia se había filtrado, había sentido el frío y el distanciamiento de su madre y su abuela.Con el ceño fruncido, dejó escapar un suspiro cargado de frustración. No podía culparlas del todo, pues apenas había tenido tiempo de procesar todo lo que había pasado. Pero lo que más dolía era que la única familia que le quedaba estaba convencida de que
La noche en la mansión había caído como un manto sombrío, ocultando cualquier rastro de luz que pudiera guiar a quienes buscaban esperanza. Aitana estaba de pie en el centro del despacho de Adrián, observando la oscuridad que se reflejaba en los ventanales. El aire era pesado, y el silencio, opresivo.Adrián la observaba desde el otro extremo de la habitación. Sus ojos reflejaban un brillo de satisfacción mezclado con una cautela mal disimulada. Había logrado llevarla al borde, empujarla hasta el límite de sus convicciones. Sin embargo, incluso él no sabía si ella realmente cumpliría con lo que había prometido.—Entonces, ¿has tomado una decisión? —preguntó Adrián con un tono suave, casi reconociendo una victoria.Aitana asintió con determinación, aunque su estómago estaba hecho un nudo y su corazón latía desbocado.—Sí —respondió con voz firme, aunque temblaba internamente—. Lo haré, Adrián. Pero te lo advierto, será la primera y la última vez que jalaré un gatillo por ti.Adrián arq