La habitación del hotel estaba sumida en la penumbra, con solo la luz tenue de las farolas en la calle iluminando el espacio de vez en cuando. Nicolás se encontraba sentado en el borde de la cama, mirando la pantalla de su teléfono. La llamada que había recibido horas antes seguía resonando en su mente. Las palabras eran claras: lo necesitaban de vuelta. Pero lo que no habían dicho era igual de importante. El mensaje implícito estaba allí, escondido en las sombras de su memoria.Se levantó y caminó hacia la ventana, apoyándose en el marco mientras observaba las luces de la ciudad a lo lejos. Esa ciudad, que una vez le perteneció, que una vez controló, ahora prosperaba sin él. Y lo más inquietante era que lo hacía con la sangre de su pasado, con los cimientos que Aitana había dejado atrás. Nicolás no pudo evitar preguntarse si todo ese éxito estaba manchado, si detrás de las nuevas caras en el poder había las mismas sombras que siempre lo habían acechado.—Lo necesito… —susurró para sí
La oscuridad había tomado por completo la vida de Nicolás Valverde. El poder que alguna vez había deseado con fervor ahora le pertenecía, pero todo lo demás se había desmoronado a su alrededor. Su familia, la vida tranquila con Helena y sus hijos, todo eso era un recuerdo distante. Desde el día en que recibió esa llamada devastadora, había creído que ellos ya no existían. Su decisión de regresar a la ciudad, de desafiar a Gabriel, había sellado su destino y el de los suyos. O al menos eso pensaba.Aquella mañana, Nicolás estaba sentado en su oficina, observando la vista de la ciudad a través de los ventanales. La sombra de su antigua vida lo perseguía constantemente, pero trataba de ahogarla con el ruido de los negocios, las amenazas y el control que había logrado recuperar. Sin embargo, algo lo carcomía por dentro. El peso de las decisiones que había tomado era cada vez más insoportable, aunque jamás lo admitiría.Su teléfono sonó de repente, interrumpiendo su tren de pensamientos. A
La oscuridad envolvía cada rincón de la habitación donde Nicolás Valverde estaba sentado, su mente atrapada entre las sombras de sus decisiones y el peso del poder que había alcanzado. Las luces tenues apenas iluminaban el espacio, pero a Nicolás ya no le importaba. Había llegado demasiado lejos, cruzado demasiados límites. Y la pregunta constante seguía acechándolo: ¿por qué había permitido que todo llegara a esto?De repente, la puerta se abrió lentamente, y Gabriel apareció en el umbral. Su figura imponente, vestida de negro, avanzó con calma, como si ya supiera lo que iba a pasar. Tenía una sonrisa sardónica en el rostro, como si todo lo que había ocurrido hasta ese momento fuera parte de un plan mucho más grande.—Nicolás... —la voz de Gabriel era fría y calculadora—. Veo que finalmente has llegado al lugar que te corresponde.Nicolás no apartó la vista de Gabriel, sus ojos llenos de resentimiento y odio. Sabía que no podía confiar en él, pero al mismo tiempo, Gabriel siempre hab
Nicolás observaba la ciudad desde la ventana de su oficina. A pesar del poder que había adquirido, algo lo inquietaba. Helena. La sensación de que algo no cuadraba con la desaparición de su familia no lo dejaba en paz. Sabía que, para mantener su posición y no mostrarse débil, debía cerrar ese capítulo de su vida, pero su mente no dejaba de volver a ese lugar oscuro donde la duda se mezclaba con los recuerdos.Llamó a uno de sus hombres de confianza, Iván, quien había demostrado ser más astuto de lo que Nicolás inicialmente había pensado.—Iván —dijo con tono firme, sin apartar la mirada del horizonte—. Necesito que investigues sobre Helena y mi familia. Quiero saber qué sucedió exactamente después de que me fui.Iván lo miró con algo de incertidumbre. No era un tema que había visto en la agenda de Nicolás recientemente. El hombre había cambiado. Se había endurecido en los últimos meses, pero la mención de su familia traía un destello de humanidad en su voz.—¿Hay algo en particular q
Nicolás no había dormido. Las imágenes de la casa quemada y el símbolo pintado en la pared seguían resonando en su mente como una constante y oscura advertencia. Las horas pasaban y, mientras el sol comenzaba a salir sobre la ciudad, él seguía sentado en su despacho, rodeado de las fotos y papeles que Iván le había traído la noche anterior.Cada detalle le gritaba algo que aún no alcanzaba a entender. Esa nueva organización, ese símbolo que nunca había visto antes, le estaba dejando claro que lo que había enfrentado hasta ahora era solo el principio. Había algo más profundo detrás de la desaparición de su familia.—¿Cómo pude no verlo antes? —se preguntó en voz baja, frotándose los ojos cansados.El sonido del teléfono lo sacó de sus pensamientos. El aparato sonaba con insistencia, rompiendo el silencio de la habitación. Nicolás lo miró unos segundos antes de levantar el auricular.—¿Qué? —dijo de manera brusca, sin siquiera esperar a escuchar quién estaba al otro lado.—Señor Valverd
Nicolás conducía a toda velocidad por la autopista que lo alejaba del lugar que alguna vez fue su hogar. No había nada más que cenizas y recuerdos de lo que había perdido. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, como si lo llamaran de vuelta a un lugar al que ya no pertenecía. Sabía que estaba tomando un camino sin retorno. La decisión ya estaba tomada: enfrentaría a quien fuera necesario para obtener respuestas. Pero, ¿a qué costo?Mientras conducía, sus pensamientos volvían una y otra vez a Helena y sus hijos. Esa maldita llamada... las palabras de Gabriel sobre su destino, las advertencias de Iván sobre la organización misteriosa que lo estaba observando desde las sombras. Todo se enredaba en su mente, haciéndolo cuestionar quién era en ese momento. Pero una cosa estaba clara: no podía confiar en nadie. Ni siquiera en él mismo.La pantalla de su teléfono brilló de repente. Un mensaje corto apareció: **"Te estamos observando. No podrás esconderte de nosotros."**Nicolás ce
Nicolás se quedó quieto, sintiendo la fría aceptación del trato que acababa de hacer. Era como si un peso invisible le hubiese sido quitado de los hombros, pero al mismo tiempo, algo mucho más oscuro y denso lo envolvía. Había entregado todo lo que le quedaba de su humanidad, y lo sabía. El hombre frente a él no decía nada, observándolo con esa mirada penetrante que parecía leer su alma.—Ya no hay vuelta atrás —dijo el hombre en un tono solemne, como si hubiese leído sus pensamientos—. Has cruzado la última línea, Nicolás. Pero también has ganado algo que pocos han tenido la fortaleza de aceptar: el poder absoluto.—¿Poder absoluto? —repitió Nicolás con una mezcla de escepticismo y curiosidad—. Hasta ahora solo he visto cómo ese poder destruye a los que lo buscan.El hombre esbozó una sonrisa leve, como si la respuesta de Nicolás fuera exactamente lo que esperaba.—Porque la mayoría no está dispuesta a pagar el precio completo. Todos creen que pueden aferrarse a algo de su vieja vida
Nicolás avanzó por los pasillos oscuros de su oficina en el rascacielos del centro, sintiendo el peso de las palabras que resonaban en su mente: tres días. Podía sentir el reloj implacable contando, como un espectro acechante que le recordaba que la línea final estaba más cerca que nunca. A pesar de su ambición, una nueva ansiedad lo perturbaba. Aquella llamada había removido algo en él, como si hubiera un enemigo más peligroso de lo que jamás había enfrentado.Mientras se sentaba en su amplio escritorio, una vibración suave lo sacó de sus pensamientos. Revisó su teléfono y, para su sorpresa, encontró otro mensaje de un número desconocido. La simple palabra que apareció en pantalla hizo que su pecho se contrajera:“**Instrucciones.**”Abrió el mensaje, solo para encontrar un breve texto:*Si quieres las respuestas, ve a la biblioteca central a medianoche. Sótano. No olvides el reloj que llevas en la muñeca, es la llave.*Nicolás entrecerró los ojos, examinando cada palabra, tratando d