Albert conduce hasta la mansiĂłn, está realmente decepcionado y frustrado por el papel de imbĂ©cil que acababa de hacer.—¿CĂłmo pude creer que eras diferente, joder? ÂżPor quĂ©, Antonella, por quĂ© me enamorĂ© de ti? Maldita sea —golpea el volante una y otra vez. La impotencia, la rabia y el dolor convergen dentro de su pecho. Se siente golpeado en no sĂłlo en su orgullo sino en su propia hombrĂa. —Pero no volverás a hacerme daño, voy a sacarte de mi vida, asĂ sea lo Ăşltimo que haga —dice y pisa el acelerador poniendo el coche en sobre marcha. Minutos despuĂ©s estaciona su auto, baja del mismo sintiendo como el aire frĂo de la noche acrecienta su embriaguez. Con dificultad camina hasta la entrada principal y como puede logra abrir la puerta de su casa. Entra silenciosamente, en la oscuridad de la sala, apenas iluminada por una lámpara, Marta está sentada con una copa de vino en la mano y sobre la mesa, dos botellas vacĂas. —¡Albert! Por fin llegas —dice tropezando las palabras. —¿Q
—Iremos de paseo al parque. ÂżOs parece? —pregunta Albert a sus dos hijos mientras desayunan. —SĂ, papá, yo quiero —responde Shirley.—Yo tambiĂ©n papá, tambiĂ©n quiero ir al parque. —¿Podemos llevarnos a Chispita? —pregunta de inmediato, la pequeña. —SĂ, puedes llevarla. —contesta el complaciente padre.Al ver que Marta no ha bajado a desayunar, Albert le pregunta a su empleada, quien le informa que Ă©sta pidiĂł no molestarla ya que tiene mucha jaqueca. Albert más que nadie, imagina como debe sentirse ella; Ă©l mismo tuvo que tomar un energĂ©tico para poder recuperarse y pasar la resaca. —Entonces, iremos sĂłlo nosotros tres de paseo —propone Albert.—Cuatro, papá. Chispita va con nosotros —responde Shirley agitando sus manitas. —SĂ, mi amor. Tienes razĂłn, los cuatro. En tanto, en su habitaciĂłn Marta aĂşn sigue llena de rabia. HabĂa sido humillada por Albert y sĂłlo piensa en la manera de vengarse de Ă©l Âży que mejor manera que hacerlo follando con Robert? Se levanta de la cama
—¿DĂłnde estoy? —pregunta, angustiada. Mira a su alrededor y ve al hombre vestido de mĂ©dico. —¿CĂłmo se siente Sra Miller? —¿QuĂ© ha pasado conmigo? ÂżDĂłnde está Robert? —Su rostro refleja confusiĂłn y ansiedad. —El Sr Miller tuvo que irse. Pero no se preocupe, me dejĂł a cargo de usted. Marta se apoya en sus codos y levanta el torso, siente un dolor en la parte baja de entrepierna. —¿QuĂ© me han hecho? —interroga con voz trĂ©mula. —Tuvo un aborto espontáneo, Sra Miller. —¡No! Eso no puede ser. —exclama. —Lo lamento Sra Miller. —dice el mĂ©dico tocando su hombro para calmarla. —No, doctor. Usted no me está entendiendo. No puedo perder a ese bebĂ©. —Realmente no se pudo hacer nada, a veces nuestro cuerpo rechaza algo de forma voluntaria y fue lo que ocurriĂł en su caso. —aplana sus labios— La dejo para que descanse. En un par de horas puede regresar a su casa. El mĂ©dico sale de la habitaciĂłn, mientras Marta queda sumergida en la angustia y en la impotencia. HabĂa perdido la
Los dĂas pasan indetenibles, Antonella continĂşa viviendo en la posada y trabajando con Angelo. La amistad entre ellos, es cada vez mayor y Ă©l, no pierde oportunidad alguna para hacerla sentir bien y demostrarle cuanto le importa. Poco a poco se ha ido ganando el cariño de la pelirrubia. Albert, en tanto continĂşa trabajando fuerte al lado de Blas y Lugo, formando junto a ellos, una triada invencible. Sus ideas para mejorar la situaciĂłn financiera de la empresa han dado buenos resultados. Enfocarse en su trabajo, es algo que tambiĂ©n le ha funcionado para olvidar su realidad que tiene nombre y perfume de mujer “Antonella”. En su hogar, se distrae con el amor sincero de sus hijos y en la empresa, se limita a asistir sĂłlo a las reuniones de socios que exigen su presencia o aquellas donde no coincida con su hermano Robert.Por otro lado, la convivencia entre Blas y Lugo, el nuevo sub gerente de AVEMiller, es cada vez más cercana. El moreno admira el trabajo de su compañero e inclusive ha
—Geme, son imaginaciones mĂas o estás un poco más rellenita. —pregunta con curiosidad, Blas mientras realiza la video llamada.—Quizás sĂ, he estado algo ansiosa y ya sabes como me gusta la mantequilla de manĂ. Imposible no engordar. —Pues Ăşltimamente es casi un milagro verte y poder hablar contigo. Pareciera que estuvieras escondiĂ©ndote de mĂ y de Maca. —No digas gilipolleces, a veces llegĂł cansada y no me apetece sino dormir. Además tĂş tambiĂ©n has estado algo distante. —Es que mi jefe no para de inventar cosas y tengo que trabajar el doble, por eso a veces me toca trabajar en la noche y algunos fines de semana; lo bueno es que me paga todas las horas extras. Tengo que reunir ese dinero antes de las festividades religiosas y aprovechar de viajar a Nápoles. Muero de ganas por ver a Marcos. —Joder, y yo que pensaba que era a mĂ a quien extrañabas. —Claro que te extraño, pero tambiĂ©n lo extraño a Ă©l. Por cierto, está un tanto evasivo, cada vez que le digo que irĂ© a verlo, me
Esa noche mientras Angelo cae profundamente dormido, Antonella revive su primera noche al lado de Albert, el deseo la invade y la necesidad por saber de Ă©l, se intensifica. Se levanta lentamente de la cama, toma la cartera tipo sobre, saca su mĂłvil y luego se dirige sigilosamente hasta el balcĂłn de la lujosa suite. Busca su contacto, el mismo que habĂa bloqueado en su agenda, creyendo que de esa forma podrĂa bloquearlo de su corazĂłn. Basta apenas un movimiento de sus dedos, pizca en la pantalla y ve su foto de perfil. Abre la imagen y acaricia con sus finos dedos el rostro de su ex jefe y amante; dibuja sus labios, exhala un suspiro al recordar sus besos. Las dudas la invaden, aunque su corazĂłn le insiste en que lo llame, su racional la cuestiona. Acababa de darle un sĂ, a un hombre que estaba dispuesto a darlo todo por ella, y ella en cambio, deseaba saber de Albert Miller, un hombre prohibido. Mira su Ăşltima conexiĂłn, media hora atrás. Tal vez ya se habĂa dormido, piensa. Es
Pronto, los vecinos se acercan al lugar, alarmados por su grito. Dos de ellos lo ayudan a levantarse y lo trasladan hasta el hospital. Mientras tanto, Antonella comienza a impacientarse al ver que Angelo no llega. La ansiedad crece en su pecho, decide tomar su mĂłvil e intentar llamarlo, pero no recibe respuesta de su parte. Su corazĂłn se acelera cuando recibe la llamada de un nĂşmero desconocido. Con un nudo en el estĂłmago, atiende aquella llamada.—¿Angelo? —pregunta con voz temblorosa. Mas, en lugar de la respuesta deseada, escucha la voz de una mujer que anuncia una fatalidad.—Lo siento, señora. El Sr Angelo Paulini está recluido en la emergencia de nuestro hospital. Necesitamos que venga lo antes posible. Antonella siente una fuerte presiĂłn en su pecho, la desesperaciĂłn la invade mientras un escalofrĂo helado recorre su cuerpo. Sin pensarlo dos veces, llama a Jácome, quien rápidamente se traslada al hotel y en unos cuantos minutos llegan al hospital. Aunque Angelo es atend
—¿QuĂ© tienes que decirle a tu padre, Marcos? —pregunta Claudia quien acaba de recibir el mensaje de Piero. —La verdad mamá, la verdad sobre… —¿De que verdad hablas? —cuestiona Mauro. Claudia abre sus ojos haciĂ©ndole señas a su hijo para que no le cuente sobre aquel pasado.— ÂżCuál verdad, Marcos? —insiste. —Antonella Cerati, es tu hija —suelta sin más. —¿De dĂłnde sacas eso, hijo? —Claudia interviene con desesperaciĂłn— Te dije que está mal de la cabeza —agrega, tratando de distraer a Mauro. —No estoy loco, mamá. Lo dijiste el dĂa que tuve el accidente. Para Mauro, aquella verdad es como un puñalada atravesado su corazĂłn. Ahora entiende porque Antonella insistĂa tanto en hablar con Ă©l, la foto, sus llamadas. ¡Oh por Dios! HabĂa intentado acabar con su propia hija. Mauro avanza hasta las escaleras, mientras Claudia le pide detenerse. DebĂa hablar con su hija. —¿CĂłmo te atreviste, Marcos? Me has traicionado, a mĂ que soy tu madre. —Mi padre merece saber la verdad, mamá.