Albert se levanta de la cama, camina hacia la puerta y abre un poco, lo suficiente como para asomar su cabeza y preguntarle a su cuñada que desea. —¿Sucede algo, Raquel? —No, sólo vine a darte las buenas noches y a agradecerte por permitirme estar en tu casa. —Te dije que no tienes que preocuparte. Eres la madre de mi sobrino y aún tú y Robert siguen casados, eres de la familia. —responde dejando marcado algunos límites. —Sí, lo sé. Pero igual, eres un hombre excepcional y muy importante para mí. Albert guarda silencio, no desea ser grosero con ella. Sin embargo, no deja de sentirse asediado por su hermosa cuñada. —Ve y descansa, Raquel. Ahora más que nunca debes estar tranquila. —Sí, eso haré —Ella se eleva en puntas de pie para darle un beso en la mejilla que ‘casualmente’ llega a rozar la comisura de sus labios. Esta vez, Albert la sujeta por los brazos y se separa de ella con un gesto algo violento. Aún así, Raquel no desiste de sus intenciones de vengarse de su ma
La adrenalina del enojo se funde con la del deseo y Albert se transforma en un hombre ardiente y apasionado. Sin mirar su entorno, sin preocuparse por lo que está a su alrededor, toma a la pelirrubia entre sus brazos y la levanta para sentarla sobre el escritorio de caoba pulida. Albert la sostiene por la nuca haciéndola su prisionera, mientras con su labios y lengua la besa fervientemente. Con ambas manos, ansioso de sentir el calor que emana de su entrepierna, sube el vestido de algodón alicrado que se amolda perfectamente a su silueta y lo lleva a la altura de sus muslos torneados para internarse entre ellos. Las manos de Albert no se detienen, se mueven con precisión por el cuerpo de la hermosa mujer. Antonella no tiene tiempo de reaccionar, apenas es una marioneta del placer que siente al tener frente a ella, a Albert Miller. Su cuerpo reacciona instantáneamente a sus caricias y su piel se eriza por completo; el fuego que se desprende de su interior recorre sus venas, dejándo
La expresión de asombro en el rostro de Raquel, es notoria.—Disculpen —dice y se da la vuelta para irse. Albert y Antonella se miran desconcertados por lo que acaba de suceder. Él termina de arreglarse el pantalón, mientras ella baja del escritorio, toma la pantie que está sobre la alfombra y arregla su vestido. —Ya regreso, mi amor. —dice él.—¿A dónde vas? —pregunta ella.—Tengo que hablarle, ya regreso. —Antonella asiente sin entender quién es aquella mujer y por qué Albert va detrás de ella. Albert sale hasta el pasillo, Raquel camina con rapidez rumbo al ascensor, por lo que él debe correr para alcanzarla. —Espera Raquel —dice, sujetándola del brazo justo cuando ella presiona el botón—Aguarda. Ella se detiene, se cruza de brazos y lo mira con enojo. —Como es posible que te folles a tu asistente y en tu misma oficina, Albert —recrimina.— ¿Te has vuelto loco? —No follo con mi asistente —responde con severidad— Antonella, es mi prometida. —¿Prometida? —pregunta c
El auto se detiene frente al lujoso edificio residencial. Antonella mira con expectación los más de treinta pisos de altura. —¿Vives aquí? —pregunta asombrada.—Sí, hace dos meses me mudé a este lugar. —suspira— Vamos. —La convida y ella asiente. Albert toma el equipaje de la pelirrubia, ingresan al edificio, suben al ascensor que los llevará hasta el último piso donde están ubicados los lujosos pent-house. Las puertas metálicas se abren, él le ofrece su mano, ella la toma y caminan hasta el apartamento 20-A. Albert saca el manojo de llaves del bolsillo de su pantalón y abre la puerta:—Bienvenida a mi hogar. —extiende su mano como un gesto galante. Antonella entra al pent-house y Albert, detrás de ella. Maravillada ante lo ostentoso de aquel lugar, la pelirrubia se distrae observando el elegante mobiliario que hace juego con la decoración minimalista del apartamento. Aunque imaginaba el nivel de vida del que debía disfrutar un hombre con la posición social de Albert, aquell
Albert entra a la habitación, Antonella espera por él, sentada en la cama. Al verlo se levanta emocionada, el brillo en sus ojos y su sonrisa plena, cargada de felicidad hacen que el CEO, se contagie de su alegría. —¿Cómo te ha ido en la reunión? —pregunta rodeando su cuello con ambas manos.—Pues… —él se enseria, hace una pausa— ¡excelente! —exclama. Lo logramos, logramos resolverlo todo. Así que para celebrar saldremos a cenar. —Entonces, debo cambiarme. —comenta ella, quien lleva un vestido de poliester sencillo, color turquesa, de tiros, ajustado al torso y con una falda ancha que cae sobre sus caderas hasta llegar a sus rodillas y sandalias de tacón bajo. —No necesitas cambiarte, te ves hermosa, mi amor. Siempre te ves hermosa. —Bien, entonces sólo me pongo algo de maquillaje y estoy lista. —Vale… iré a ver si Raquel ya está lista. —Antonella frunce el ceño— Iremos a cenar con mi cuñada. ¿No quieres que nos acompañe? —Sí, no hay problema —dice y se encoge de hombros.
Durante la cena, Raquel hace gala de su conocimiento sobre vinos y platos mediterráneos dejando ver la ignorancia y poca cultura de la pelirrubia, un hecho que Albert detecta de inmediato, por lo que hace todo lo posible por demostrarle a Antonella lo importante que es ella, para él. En un momento, en que Albert se levanta de la mesa para atender otra llamada de su ex mujer, Raquel siembra la cizaña y las dudas en la pelirrubia. —¿Qué tiempo llevan juntos? ¿No me digas que eras su amante mientras estaba casado con Marta? —esgrime.Aquel comentario desagradable de Raquel, lleva a Antonella a un punto de inflexión en la que su paciencia se agota. —No, no acostumbro a salir con hombres comprometidos —afirma con severidad.— Nunca sería la amante de ningún hombre. La mujer sonríe de forma burlona ante la respuesta de la pelirrubia. Su intención de sacar de control a Antonella, le estaba funcionando como quería:—En eso, si eres un poco diferente a Marta. Ella si estila salir con
Lentamente, Raquel comienza a reaccionar. Albert exhala un suspiro de alivio al ver que abre sus grandes ojos. —¿Qué me pasó? —pregunta llevando su mano a su cabeza, se ve aturdida. —Te desmayaste. —contesta él. Ella respira profundamente y una vez que se recupera, con la ayuda de Albert salen del restaurante. Antonella sube al coche sin esperar a que él le abra la puerta como suele hacerlo, mientras éste ayuda a su cuñada a entrar en el auto. El silencio reina durante el trayecto y las contadas veces en las que Albert le hace alguna pregunta a la pelirrubia, sus respuestas se limitan a simples y tajantes monosílabos: un “Sí” o un “No”. Al llegar al pent-house, Antonella se dirige hasta la habitación. —¿Puedes ir sola hasta tu dormitorio? —interroga él. —Sí, eso creo. —responde Raquel— ¿Me disculpas por arruinarte la cena?—No te preocupes, son cosas que pueden pasarle a cualquiera. Mucho más en tu estado. —Realmente no sé que me pasó. —Hace una pausa— tu prometida no
Tan intensa como las emociones, son las reconciliaciones, y Antonella acaba de vivir aquella experiencia extrema. A pesar de que su enojo, provenía más de su imaginación y sus celos, que de la realidad, ese encuentro entre ellos expande la llama del deseo que ambos llevan por dentro. Albert la lleva hasta la cama, ella se deja caer sobre las sábanas, separa sus piernas y ofrece su feminidad que como una ostra se abre dejando a la vista el espectáculo de unos labios rosados que recubren la perla que guarda entre sus pliegues. Como todo un buscador de un tesoro, él se sumerge entre sus muslos y separando con ambas manos sus gruesos y resplandecientes labios, devora su sexo. Los movimientos sinuosos de su lengua se acompasan con el ritmo cadencioso de su cadera. Antonella estalla de pasión y lujuria cuando sus labios son succionados por él. Esta vez, ella grita de placer y Albert se motiva aún más en su tarea, mientras sorbe las mieles y néctar de su exquisita flor. Albert limpia c