Capítulo especial: Recuerdos 1/2Años Atrás...No pude sostenerle la mirada. —Deberías comer rápido. Se va a enfriar.—N-no tengo hambre —titubeé.—No te estoy preguntado si quieres o no comer, maldita sea —golpeó la mesa.Contuve el llanto.“No debes ser débil, no debes ser débil Emireth”.—Lo siento, pero es que en verdad no puedo más, me ha hecho comer demasiado.—¿Demasiado? Mi bebé debe estar sano y fuerte cuando nazca, no quiero un niño desnutrido por tu culpa —escupió apretando con rudeza mi barbilla. Gemí.—No me haga daño por favor.—Entonces no me lleves la contraria —dijo sin más y se fue cerrando de un portazo.Sostuve la cuchara temblorosa, iba a colapsar si metía otro bocado en mi sistema.Rebeka llegó para cambiar el cobertor y dejar en mi armario la ropa recién lavada.—La señora se ha ido, ya sabes a las tontas tertulias con sus amigas. Si no quieres comer, solo dámela y me la llevaré. —Soy una tonta. —No digas eso, eres una niña encantadora y nadie ha sabido valor
Capítulo especial: Recuerdos 2/2Parpadeé en el presente. Encarcelada de nuevo en la estúpida realidad. Dejé sobre la mesita los audífonos; el portarretrato seguía ahí, obligándome a recordar día y noche que fui feliz.Me hice ovillo sobre la cama y me dormí. Los meses pasaron, la espera acabó. Estaba en el jardín cuando sentí fuertes dolores en mi vientre.Contracciones. Una tras otra.No hubo tiempo de llevarme a un hospital. Nada.Enseguida Emma y Rebeka me auxiliaron. Marie ni el señor André estaban en casa.El sudor perlaba mi frente, mi respiración errática. Estaba quedándome sin energías.—Linda puja con todas tus fuerzas.—Tú puedes —animó Rebeka tomándome la mano y asentí.Fue un arduo trabajo y valió la pena cuando el llanto de un bebé invadió la habitación.Mi bebé.—Oh, mira que criatura tan bonita —dijo Emma cortando el cordón umbilical.Lo tuve entre mis brazos y sentí como una sensación nueva me invadía. Sus ojos estaban abiertos, sus lindos y pequeños ojos azules.
“¿Casarnos?”—¿Estás embarazada? —preguntó perplejo. Se puso de pie.Asentí con una miríada de emociones.Nervios, felicidad, miedo…Mucho miedo.Él no salía de la estupefacción. Ni yo, por su inesperada propuesta. La idea de casarnos me detuvo el corazón. Y a él la noticia lo dejó mudo. Por supuesto que quería ser su esposa.Su esposa…Nunca medité en ello.—¡Amor, estás embarazada! —exclamó lleno de emoción. Entonces tomó mi rostro y me besó con ardor. Cuando se separó de mis labios dejó sus manos sobre mi abdomen. —¿En serio? Mi visión se tornó borrosa debido a las lágrimas.Hincó de nuevo la rodilla en el piso.—Eres el amor de mi vida, la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida y con la que quiero tener otro hijo y los que vengan en un futuro. Soy feliz contigo, tú me das los motivos para serlo. Ahora dime Emireth ¿Te casarías conmigo, mi ángel? —preguntó mostrando un precioso anillo de diamante y oro en su cajita de terciopelo. Tragué grueso. Estaba ansiosa y sen
Empujó la puerta y sin más se adentró observando con sorpresa su estudio: una amplia habitación con escritorio y sobre este un flexo y una laptop. Un juego de sofás, caballetes, pinturas pinceles y lápices de colores también había una estantería repleta de libros, materiales como papel, hojas blancas y cuadernos, al lado una puerta que conducía al balcón.En la pared pintada de azul celeste estaba colgado el dibujo que Matt hizo cuando tenía 5 años: los dos estábamos de espalda sentados en ese columpio. Sonreí al ver otro más reciente que hizo en el colegio: nuestra familia. —¿Qué dices, hijo? —revolvió su cabello, lo miré boquiabierto.—¿Es todo mío?—Todo tuyo, campeón. Si no te gusta algo…—¡Me encanta, papá! Gracias, gracias.Saltó de la alegría. Amaba su sonrisa verlo feliz y emocionado me producía satisfacción queríamos lo mejor para nuestro niño lo queríamos con locura.—Eres increíble, Max. —Gracias —expresé cuando nuestro hijo se alejó de nosotros.—Ya he perdido tanto t
POV. MáximilianoLo sabía todo. Mi Emireth, mi ángel desenterró uno de los tormentos de mi vida. Y lo sacaba justo en el momento equivocado. Había sido un día difícil. No estaba con ganas de decirle mi pasado. —Sigues sin confiar en mí. Es eso, si no me dijeras lo que tanto te afecta —parpadeó repetidas veces alejando las lágrimas.Me sentí un maldito imbécil. Estaba a punto de romperse y evitarlo era romperme yo mismo contándole la verdad.—*Je suis un monstre, Emireth —gruñí frotando mi frente. Silencio. Siguió ahí de pie, con su enorme barriga. Sus mejillas pintadas de carmesí. Sus ojos entristecidos. —Desconozco lo que resulta terrible para ti, pero hayas tenido o no que ver en toda esa mierda que te causa dolor, no eres un monstruo, Maximiliano. —¡No digas que no soy lo que yo sí veo cada maldita vez que me miro en el espejo! —escupí apretando los puños —. ¡No tengo que decirte nada, Emireth, lo que pasó antes de conocerte debe quedarse justo donde está!Me miró temerosa. A
1 mes después…Anduve con prisa, Amanda me sonrió, con un poco de reproche al verme entrar a la cocina. —Señora Copperfield, quédese tranquila, yo me encargo de todo. —¿Cómo crees? No voy a dejarte con todo el trabajo.Me puse el delantal.—Para eso me paga el señor, y si la ve aquí…—Max no es mi padre, además quiero ayudar. Ya el señor Davies debe estar por llegar —recordé mirando la hora. La cena consistía en un exquisito platillo de Fettucini en saba blanca con trozos de pollo. Y el postre, pastel de queso, mi favorito y según Max, también el de David Davies.Amanda puso la mesa. Todo estuvo listo antes de que sonase el timbre. Me arreglé la falda del vestido azul cielo y le hice señas a Amanda. Yo abrí la puerta.—Buenas noches, usted debe ser la señora Copperfield —me saludó el castaño, que estaba solo, pero sobre su hombro divisé a Maximiliano bajando del jaguar negro. Le di la mano algo aturdida. Era alto, musculoso, atractivo y sus ojos verdes transmitían una
—Todo está en orden. Cuídese mucho señora Cooperfields, hasta pronto Maximiliano. Nos despedimos del doctor y salimos del consultorio. Tomé la ecografía y la observé de camino a casa. Se distinguía mucho mejor, mi pequeña y linda bebé. Algunas lágrimas se acumularon en mis ojos. Parpadeé varias veces con la intención de alejarlas. Solo un poco más, un mes y una semana es lo que faltaba y la tendría en mis brazos. —¿Tienes hambre, cielo? Podemos hacer una parada en Starbucks. —No, estoy bien. Max…—Dime, Emi. —Debemos afinar algunos detalles en la habitación de Claire.—¿Claire? —Bueno…es mi segundo nombre y creo que sería muy bonito llamarle así. A menos que no estés de acuerdo. —No, me parece bien, es un nombre hermoso. En cuanto a lo otro, esta misma semana me encargo de eso. —Estaba pensando que Matt podría hacer dibujos en una pared, yo lo ayudaría, quiero que nuestra bebé tenga ese detalle de parte de Matt. —Es una buena idea. Avísame si necesitan materiales. —Lo haré.
—Pero me regalaste a Marie. —¿Qué? —acuné su rostro —. Matt, yo nunca hice eso. Cuando te tuve era muy joven y tu abuela pensó que lo mejor sería hacerte creer que ella era tu mamá. No espero que lo entiendas, solo tienes diez años, pero cuando seas un adolescente volveremos hablar del tema, te explicaré todo. —De acuerdo —me abrazó fuerte —. Yo te amo, mamá.Yo también y me vas a hacer llorar, pequeño.—Y yo, no sabes cuanto. ¿Salimos a central Park? —propuse para animarlo. Y yo necesitaba distraerme. Sacarme de la cabeza a esa mujerzuela. Enseguida asintió con la cabeza. Así que tomamos un taxi. Al llegar le compré dulces. Incluso alquilé una bici para que recorriera el parque. Lo vigilé desde una banca. El día estaba estupendo, soleado y cálido. ¿Por qué nunca vine antes?—No te alejes mucho, Matt.—¡Está bien, mamá!Este parque es el pulmón verde de Manhattan y es inmenso, lleno de lagos, miradores, estatuas y jardines. Algunas personas practicando deportes, otras picnic en fa