“¿Casarnos?”—¿Estás embarazada? —preguntó perplejo. Se puso de pie.Asentí con una miríada de emociones.Nervios, felicidad, miedo…Mucho miedo.Él no salía de la estupefacción. Ni yo, por su inesperada propuesta. La idea de casarnos me detuvo el corazón. Y a él la noticia lo dejó mudo. Por supuesto que quería ser su esposa.Su esposa…Nunca medité en ello.—¡Amor, estás embarazada! —exclamó lleno de emoción. Entonces tomó mi rostro y me besó con ardor. Cuando se separó de mis labios dejó sus manos sobre mi abdomen. —¿En serio? Mi visión se tornó borrosa debido a las lágrimas.Hincó de nuevo la rodilla en el piso.—Eres el amor de mi vida, la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida y con la que quiero tener otro hijo y los que vengan en un futuro. Soy feliz contigo, tú me das los motivos para serlo. Ahora dime Emireth ¿Te casarías conmigo, mi ángel? —preguntó mostrando un precioso anillo de diamante y oro en su cajita de terciopelo. Tragué grueso. Estaba ansiosa y sen
Empujó la puerta y sin más se adentró observando con sorpresa su estudio: una amplia habitación con escritorio y sobre este un flexo y una laptop. Un juego de sofás, caballetes, pinturas pinceles y lápices de colores también había una estantería repleta de libros, materiales como papel, hojas blancas y cuadernos, al lado una puerta que conducía al balcón.En la pared pintada de azul celeste estaba colgado el dibujo que Matt hizo cuando tenía 5 años: los dos estábamos de espalda sentados en ese columpio. Sonreí al ver otro más reciente que hizo en el colegio: nuestra familia. —¿Qué dices, hijo? —revolvió su cabello, lo miré boquiabierto.—¿Es todo mío?—Todo tuyo, campeón. Si no te gusta algo…—¡Me encanta, papá! Gracias, gracias.Saltó de la alegría. Amaba su sonrisa verlo feliz y emocionado me producía satisfacción queríamos lo mejor para nuestro niño lo queríamos con locura.—Eres increíble, Max. —Gracias —expresé cuando nuestro hijo se alejó de nosotros.—Ya he perdido tanto t
POV. MáximilianoLo sabía todo. Mi Emireth, mi ángel desenterró uno de los tormentos de mi vida. Y lo sacaba justo en el momento equivocado. Había sido un día difícil. No estaba con ganas de decirle mi pasado. —Sigues sin confiar en mí. Es eso, si no me dijeras lo que tanto te afecta —parpadeó repetidas veces alejando las lágrimas.Me sentí un maldito imbécil. Estaba a punto de romperse y evitarlo era romperme yo mismo contándole la verdad.—*Je suis un monstre, Emireth —gruñí frotando mi frente. Silencio. Siguió ahí de pie, con su enorme barriga. Sus mejillas pintadas de carmesí. Sus ojos entristecidos. —Desconozco lo que resulta terrible para ti, pero hayas tenido o no que ver en toda esa mierda que te causa dolor, no eres un monstruo, Maximiliano. —¡No digas que no soy lo que yo sí veo cada maldita vez que me miro en el espejo! —escupí apretando los puños —. ¡No tengo que decirte nada, Emireth, lo que pasó antes de conocerte debe quedarse justo donde está!Me miró temerosa. A
1 mes después…Anduve con prisa, Amanda me sonrió, con un poco de reproche al verme entrar a la cocina. —Señora Copperfield, quédese tranquila, yo me encargo de todo. —¿Cómo crees? No voy a dejarte con todo el trabajo.Me puse el delantal.—Para eso me paga el señor, y si la ve aquí…—Max no es mi padre, además quiero ayudar. Ya el señor Davies debe estar por llegar —recordé mirando la hora. La cena consistía en un exquisito platillo de Fettucini en saba blanca con trozos de pollo. Y el postre, pastel de queso, mi favorito y según Max, también el de David Davies.Amanda puso la mesa. Todo estuvo listo antes de que sonase el timbre. Me arreglé la falda del vestido azul cielo y le hice señas a Amanda. Yo abrí la puerta.—Buenas noches, usted debe ser la señora Copperfield —me saludó el castaño, que estaba solo, pero sobre su hombro divisé a Maximiliano bajando del jaguar negro. Le di la mano algo aturdida. Era alto, musculoso, atractivo y sus ojos verdes transmitían una
—Todo está en orden. Cuídese mucho señora Cooperfields, hasta pronto Maximiliano. Nos despedimos del doctor y salimos del consultorio. Tomé la ecografía y la observé de camino a casa. Se distinguía mucho mejor, mi pequeña y linda bebé. Algunas lágrimas se acumularon en mis ojos. Parpadeé varias veces con la intención de alejarlas. Solo un poco más, un mes y una semana es lo que faltaba y la tendría en mis brazos. —¿Tienes hambre, cielo? Podemos hacer una parada en Starbucks. —No, estoy bien. Max…—Dime, Emi. —Debemos afinar algunos detalles en la habitación de Claire.—¿Claire? —Bueno…es mi segundo nombre y creo que sería muy bonito llamarle así. A menos que no estés de acuerdo. —No, me parece bien, es un nombre hermoso. En cuanto a lo otro, esta misma semana me encargo de eso. —Estaba pensando que Matt podría hacer dibujos en una pared, yo lo ayudaría, quiero que nuestra bebé tenga ese detalle de parte de Matt. —Es una buena idea. Avísame si necesitan materiales. —Lo haré.
—Pero me regalaste a Marie. —¿Qué? —acuné su rostro —. Matt, yo nunca hice eso. Cuando te tuve era muy joven y tu abuela pensó que lo mejor sería hacerte creer que ella era tu mamá. No espero que lo entiendas, solo tienes diez años, pero cuando seas un adolescente volveremos hablar del tema, te explicaré todo. —De acuerdo —me abrazó fuerte —. Yo te amo, mamá.Yo también y me vas a hacer llorar, pequeño.—Y yo, no sabes cuanto. ¿Salimos a central Park? —propuse para animarlo. Y yo necesitaba distraerme. Sacarme de la cabeza a esa mujerzuela. Enseguida asintió con la cabeza. Así que tomamos un taxi. Al llegar le compré dulces. Incluso alquilé una bici para que recorriera el parque. Lo vigilé desde una banca. El día estaba estupendo, soleado y cálido. ¿Por qué nunca vine antes?—No te alejes mucho, Matt.—¡Está bien, mamá!Este parque es el pulmón verde de Manhattan y es inmenso, lleno de lagos, miradores, estatuas y jardines. Algunas personas practicando deportes, otras picnic en fa
—Puedo sola —las palabras salieron de mi boca antes de poder evitarlo. —Vamos, no seas terca. Quiero pasar el resto del día con mi familia. Sin discusiones. Discúlpame por lo de esta mañana —agregó. —No me dejaste hablar, supongo que tenías mucha prisa. ¿En serio una reunión el día sábado, Max?—No te miento, me reuní con mi padre para discutir ciertos temas. Así que te he dicho la verdad. Dame un beso y ya deja los celos, Emireth. —¿Es verdad que despediste a Sylvana?—Sí, claro que lo hice. Te lo dije anoche y ni siquiera me miraste. —Tú tampoco me abrazaste, estamos a mano, Maximiliano. Pensé alejarme y me tomó por la muñeca, con fiereza. Aflojó su agarre al darse cuenta que me hacía daño. —Lo siento. No alarguemos esta pugna, por favor. No nos hace bien, ahora más que nunca debemos estar unidos —dejé que besara mi mejilla —. Necesito decirte algo, Emireth. —¿Más secretos? Creí saberlo todo.—Y yo —inhaló por la nariz —.No sé trata de mí, es sobre ti, cariño. Y quiero que m
Después de saber que mi madre estaba viva, pasé el resto de la tarde encerrada en la habitación. Cuestionando mi propia existencia. Mis propios abuelos fueron capaces de deshacerse de mí, porque arruinaría la vida de su hija. Una completa locura. No tenían escrúpulos, sino, hielo cubriendo sus corazones. ¿Por qué nunca pensé en eso?En una familia.Max entornó la puerta y se asomó. —Pasa —volví a sorber por la nariz, acurrucándome. —Te traje un té, bebe. Por favor.Lo dejó en la mesita y se sentó en la orilla de la cama. Su mano acarició mi frente y luego descendió hasta mi mejilla. Sin apartar su ojos de los míos. Suspiré.—¿Me parezco al menos a ella? —No lo sé. Quizás sea una mujer tan hermosa como tú, mi ángel. —¿Mis abuelos siguen con vida?—No. Toma este té, cariño —insistió dándome la taza blanca y me acomodé sobre la cama. Algo dentro de mí se estremeció. —Gracias. ¿Has telefoneado a Amanda?—Hace unos minutos. Están divirtiéndose. No te preocupes —me guiñó un ojo. —