Capitulo 4

"La corona pesa cuando no tienes cabeza"

Azura

El aire estaba denso. El olor a incienso, cuero y vino inundaba la gran plaza de la manada. Las antorchas danzaban en lo alto, proyectando sombras salvajes sobre los rostros de todos los presentes. Sonaban tambores. El canto de los ancestros llenaba la noche como una profecía. Y en el centro, estaba él. Kael. Vestía una túnica negra con bordes plateados, la misma que había usado su padre el día en que asumió el cargo antes de morir devorado por traidores. Pero esa noche… Kael no era la imagen del poder que todos esperaban. Estaba pálido. Sus ojos dorados, ahora apagados, buscaban algo entre la multitud. Y su postura, aunque firme, se notaba forzada. Como si el dolor lo carcomiera por dentro y solo la rabia lo mantuviera en pie.

Yo lo sabía. Rosaly lo sabía.

"El rechazo le había costado más de lo que él jamás admitiría."

—Se ve… destruido —susurró una de las omegas a mi lado, mientras fingía que yo era una más, de esas invisibles.

—Dicen que estuvo gritando toda la mañana, que no podía respirar —añadió otra.

—Tal vez su lobo lo está castigando… —musitó una tercera.

Yo no dije nada. Me mantuve entre las sombras, sin alzar la mirada. El corazón me golpeaba el pecho como un tambor de guerra. Rosaly estaba inquieta.

“Él sigue buscándote.”

“Que se canse.”

Mi voz interna era una mezcla de tristeza y orgullo. Él me rechazó. Me escupió el alma. ¿Y aún me busca?

El anciano del consejo levantó su bastón. Los tambores callaron.

—Hoy, bajo la luna llena, coronamos a Kael Magnus Storm, hijo de los vientos y la sangre, como Alfa supremo de la manada Luna de Sangre.

Un rugido se alzó en respuesta. Gritos, aullidos, vítores. Todos lo celebraban. Yo no. Y entonces, ocurrió. Una figura cruzó el estrado. Alta, esbelta, de cabellos dorados como trigo bajo el sol. Llevaba un vestido rojo ajustado que dejaba poco a la imaginación. Y sin permiso, sin pudor, se acercó a Kael, le tomó el rostro entre las manos… y lo besó. Un beso largo. Público. Sorprendente. Mi estómago se contrajo.

“Eso es todo.”

Rosaly no dijo nada. No hizo falta.

Me di media vuelta sin esperar nada más. Entre el ruido, el vino y el espectáculo, nadie notó a una omega sucia escabullirse por la parte trasera del evento. Corrí. Mi corazón se disparó. El viento levantaba mi vestido. Las piedras cortaban mis pies descalzos. A lo lejos, los faroles de la frontera brillaban como una amenaza.

—¡Alto! —gritó un guardia—. ¡¿Quién va ahí?!

Corrí más rápido. El silbato de alarma retumbó en la colina.

—¡Detengan a la intrusa!

“¡Rosaly, ayúdame!”

“Confía en mí.”

Mi visión cambió. Mis huesos crujieron. El mundo giró como un torbellino. En un segundo, ya no era Azura. Era Rosaly. Blanca como la luna, veloz como el viento. Mis patas golpeaban la tierra con furia mientras los gritos quedaban atrás. Las flechas silbaron. Sentí una que rozó mi flanco, otra que se hundió en la tierra a mi lado.

“Más rápido. Más fuerte.”

Salté un arbusto, esquivé un tronco caído. Atravesé la línea de la frontera justo cuando una red se cerraba detrás de mí.

“Estamos fuera.”

Mis patas temblaban. El bosque prohibido me tragó sin compasión. Oscuro, profundo, lleno de leyendas que nadie se atrevía a nombrar. Decían que aquí vivían los exiliados. Las criaturas sin nombre. Los fantasmas de las manadas rotas. Pero yo… por primera vez en mi vida, no sentí miedo. Sentí libertad. Rosaly aulló. Un aullido largo, potente, lleno de vida y rabia. Y yo, por primera vez, me uní a ella.

No sé cuántos días pasaron desde que crucé la frontera. El tiempo aquí no funciona como en el mundo que dejé atrás. Las noches eran interminables. El frío, cruel. Y el silencio… peor que cualquier castigo. Un silencio que parecía observarme, juzgarme, devorarme. Rosaly y yo corríamos sin rumbo. A veces éramos nosotras. A veces solo ella. Yo la dejaba tomar el control porque mi cuerpo no podía más. Porque si dependiera de mí, ya habría caído en una zanja, rendida al olvido.

“Sigo oliendo el miedo en ti, Azura…”

—Porque no sé qué hay aquí. Porque no sé quién soy, Rosaly.

“Eres más de lo que te hicieron creer. Pero estás cansada. Nos queda poco.”

El bosque oscuro era una bestia viva. Árboles con raíces como garras, sombras que se movían cuando no mirabas, ríos que murmuraban nombres que jamás pronuncié. No había caza. No había frutas. Solo hojas amargas, agua turbia y mi esperanza, desgastándose como mis pies descalzos. Llevábamos más de quince días vagando sin rumbo. Más de quince días siendo perseguidas por sombras del pasado y los ecos del rechazo. Mi estómago rugía. Sentía que el aire me quemaba los pulmones. Cada paso era una súplica, cada respiración un castigo. Rosaly iba más lento. Yo también.

“No puedo más, Azura…”

—Entonces déjame volver.

“¿Estás segura? La forma humana no resistirá mucho…”

—Prefiero caer con mi rostro.

Sentí su tristeza. Sentí su esfuerzo por protegerme. Pero al final, como una madre que cede ante el llanto de su hija, Rosaly me devolvió el control. El cambio fue como una bofetada. Caí de rodillas desnuda, temblando. Mis huesos dolían. Las cicatrices ardían. Mis piernas no respondían. Me arrastré hasta un árbol podrido, dejándome caer contra su corteza. El mundo giraba. Todo era borroso. El sol no entraba aquí. Solo tinieblas.

—Esto… es lo que merezco —murmuré, con la voz quebrada—. Sucia… indeseada… rechazada…

Mi cuerpo se encogió, temblando de frío y fiebre. Los labios partidos. Los ojos secos de tanto llorar.

—¿Qué somos, Rosaly…? ¿Un error?

“No.”

Su voz fue tan suave… que pensé haberla imaginado.

“Eres la hija de la luna. No naciste para arrastrarte, sino para rugir.”

—Ya no puedo…

“Entonces, mira…”

Mis párpados pesaban toneladas, pero antes de que se cerraran, lo vi. Cuatro, tal vez cinco figuras… acercándose entre los árboles. Hombres. Altos. Armados. Ropa negra. Ojos que brillaban como el acero. Uno de ellos se detuvo.

—¿Está viva?

—Apenas…

—¿Qué hace una hembra… sola… en este bosque?

—¿Omega?

—No. Mira su piel. Su cabello, …

Sus voces eran ecos en mi mente. Palabras sueltas. No tenía fuerzas para entenderlas.

—Es hermosa… parece una criatura del mito.

—Llévenla. Puede ser útil.

Y luego… oscuridad. Caí en ella sin resistencia. Como una flor que se marchita en pleno invierno. Solo escuché una última cosa. Una voz grave. Autoritaria. Inesperadamente suave, era musica ara mis oidos.

—Que nadie la toque. Esta hembra… es mía ahora.

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