Capitulo 2

“Antes de ser reina, fui ceniza.”

Azura

El dolor comenzó como una punzada leve en mi pecho, justo debajo de la clavícula. Un calor extraño se expandió desde ahí, como si algo se deshiciera bajo mi piel, como si una llama suave pero persistente quisiera abrirse camino a través de mis huesos. Al principio intenté ignorarlo. Después de todo, siempre había algo que dolía. El cuerpo, el alma, el orgullo… ¿qué más daba un dolor más? Pero esta vez era diferente. Esta vez… era interno. Primordial. Salvaje. Apoyé una mano en la pared de piedra húmeda del pasillo trasero del templo, luchando por mantener el equilibrio. La vista se me nubló. El corazón comenzó a latir tan rápido que pensé que se me saldría del pecho. No era miedo. No era hambre. Era algo más antiguo que ambas cosas juntas.

—¿Puedo… salir un momento? —le pregunté a Luci mientras sostenía un cesto de madera con flores marchitas.

Ella me lanzó una mirada de asco. Como si el simple hecho de que mi voz rompiera el aire fuera un delito.

—¿Para qué, Azura? ¿No ves que estamos ocupados? Hoy es la coronación del Alfa. No puedes desaparecer como si nada.

—Por favor… —susurré, tragándome el orgullo y ese fuego que me quemaba por dentro—. Solo unos minutos. Me siento... mal.

Ella torció los labios, fastidiada.

—Haz lo que quieras. Pero si ensucias algo, te juro que esta vez no te salvas.

No respondí. Apenas podía caminar. Mis piernas temblaban como hojas en otoño. Salí tambaleándome del lugar, alejándome del ruido, del incienso, de los gritos de los otros omegas preparando la gran celebración. Caminé hasta el claro más alejado del bosque, donde los árboles formaban un techo natural que bloqueaba la vista del cielo. El aire era denso. La luna, aunque aún no visible, parecía hablarme desde algún rincón escondido del firmamento. Y entonces sucedió. El primer estallido me atravesó la columna como un rayo. Me doblé, cayendo de rodillas, sintiendo cómo mis huesos crujían, cómo mi piel se erizaba, cómo mis sentidos se afilaban como cuchillas. Grité, pero no hubo eco. Solo silencio… y la transformación. Mis ropas se desgarraron con violencia, mi cuerpo se estiró, se quebró, se reconstruyó. Sentí el peso de un nuevo ser naciendo desde mis entrañas, y luego... ya no fui solo yo.

Era ella. Mi loba. Alta, majestuosa. De un blanco tan puro que parecía nieve caída bajo una luna llena. Sus ojos eran como los míos… solo que más intensos, más despiertos.

"Al fin…"

La voz resonó en mi mente, suave pero firme, como el murmullo de un río helado que rompe la calma. Me estremecí. No conocía ese nombre, ni sabía de dónde venía, hasta que ella misma lo dijo.

"Soy Rosaly."

—¿Rosaly? —repetí mentalmente.

"Tu loba. La parte de ti que han intentado suprimir toda tu vida. Pero ya no más, Azura. Estoy despierta."

La voz resonó en mi mente. Fuerte. Serena. Dolorosa.

"Al fin estoy contigo."

"Sí, Azura. He estado dormida tanto tiempo… Tu cuerpo estaba roto. Tu alma… atrapada. No podía salir. Pero ahora… al fin."

—¿Por qué me siento así? ¿Por qué es tan… raro?

"Porque no eres una loba común. Yo no soy una loba común. ¿Acaso no lo ves?"

Me miré en el reflejo del agua cercana. Blanca. Brillante. Diferente.

—Los lobos blancos no existen…

"Exacto."

"Nosotras no deberíamos existir. Pero aquí estamos. Eso lo cambia todo."

Me acurruqué en la tierra húmeda, sintiendo la brisa acariciar mi pelaje. Rosaly continuó.

"Siento mi poder reprimido. Como si algo me mantuviera encadenada desde el nacimiento. No puedo rugir como quisiera. No puedo correr como debería. ¿Lo sientes también?"

—Sí —admití, con la voz quebrada por dentro—. Todo lo que soy… parece limitado. Como si estuviera incompleta. Como si me hubieran cortado las alas.

"Porque así es. Nos han quitado todo. Nos han hecho creer que somos menos. Pero eso se terminó, Azura. Esta noche, has despertado. Este es solo el comienzo."

Me mantuve en forma de loba un rato más, hasta que el dolor cesó. Luego, como si un reflejo se activara dentro de mí, volví a mi forma humana. Estaba desnuda, sucia, y más viva que nunca. Tomé el vestido de emergencia que llevaba escondido entre unos arbustos y me dirigí al río, caminando entre la maleza con los pies heridos y el alma incendiada. El agua estaba helada, pero no importó. Me metí sin pensarlo. La sangre seca, el barro, el sudor... todo se fue. Rosaly, aún dentro de mí, comenzó a sanar lo que años de tortura habían destruido. Mis cicatrices se atenuaron. Mi cuerpo comenzó a cambiar. A fortalecerse. Sentía cómo cada célula se regeneraba. Mis pechos, mis caderas, mi estómago plano, todo se armonizaba. Ya no era solo una niña maltratada. Algo en mí… evolucionaba. Me abracé los brazos. Miré el cielo. Y por primera vez en mi vida, no deseé morir. Por primera vez, pensé que tal vez… tal vez yo no era un error.

"Nos subestimaron, Azura. Pero ya no más."

Cerré los ojos, sintiendo el eco de su poder vibrar dentro de mí. Era mi cumpleaños número 18. Y el mundo… aún no sabía lo que acababa de despertar.

Volví a vestirme con el único vestido limpio que me quedaba. Era viejo, pero seco. Me cubrí como pude, aunque la tela rozaba las heridas frescas en mi piel. Aun así, algo había cambiado. Lo sentía en cada fibra de mi cuerpo, en el latido tranquilo de mi pecho, en la forma en que el viento ya no parecía cortarme sino acariciarme. Cuando regresé a la casa de la manada, todas las miradas se volvieron hacia mí. Por primera vez… no con desprecio, sino con algo más. ¿Era sorpresa? ¿Temor? ¿Admiración? Me detuve, confundida. Sentía sus ojos clavados en mí, y el murmullo de voces apagadas crecía a mi paso. Caminé sin mirar a nadie hasta que mis pasos se frenaron frente a uno de los espejos de la entrada. Y lo vi. Mis ojos… ya no eran solo azules. Eran más claros, más brillantes, como cristales. Mi piel, antes apagada y cubierta de moretones, ahora era como porcelana blanca, tersa, impecable. Y mi cabello... largo, negro como la noche, caía como una cascada sobre mis hombros, más sedoso que nunca. Esa… ¿era yo? Me llevé una mano a los labios. Me temblaban. No podía dejar de mirarme. Era como si el reflejo me mostrara a una desconocida. Una versión de mí que nunca imaginé poder ser.

—¡¿Qué demonios es esto, Azura?! —La voz de Luci rompió mi trance. Me giré de golpe. Ella venía con el ceño fruncido, furiosa, y su mirada oscilaba entre mi rostro y el vestido mojado que llevaba. Su expresión era la de quien mira a algo sucio, impuro—. ¿Qué te hiciste? ¿Con qué clase de magia te atreviste a tocarte?

—No hice nada, jefa Luci —dije bajando la mirada, aunque mi voz no tembló esta vez—. Solo... me transformé. Por primera vez. Conocí a mi loba.

—¿¡Tu primera transformación!? —graznó ella—. ¡No me vengas con tonterías! ¡Las lobas no cambian así! ¡Tú... tú pareces una endemoniada! ¡Una aberración!

Las palabras me golpearon, pero no me derrumbaron. Esta vez no.

—Lo juro... —susurré—. No hice nada malo. Solo... desperté.

—¡Cállate! —espetó, y luego señaló con un dedo hacia el ala este de la casa—. No quiero volver a verte el resto del día. ¡Ve a las bodegas de vino y limpia todo a fondo! ¡Y si arruinas algo, dormirás afuera esta noche!

No respondí. No podía. Mi loba, Rosaly, se agitaba dentro de mí. La sentía impaciente, alerta. Algo... algo nos estaba llamando.

"¿Lo hueles?"

—¿Qué cosa...? —murmuré en voz baja, sin pensar.

"Ese aroma… Nardos y fresas. Es nuestro compañero."

Mi corazón se aceleró. Un perfume dulzón y embriagante me invadió. Lo sentía en mis pulmones, en mi pecho. Me robaba el aliento. Como si me arrastrara, caminé hipnotizada hacia las bodegas. Bajé las escaleras de piedra, una tras otra, sin pensar. Algo me empujaba a seguir. Y entonces lo vi. Él estaba allí. Kael. Pero no como siempre. No con esa compostura orgullosa ni esa mirada severa con la que me castigaba por respirar. No. Él estaba jadeando, caminando de un lado a otro, el rostro contraído, los ojos brillando con una intensidad extraña. Se agarraba el pecho como si no pudiera respirar.

—¡¿Dónde está?! —rugió—. ¡Ese olor! ¡Ese... ese perfume! ¡Está aquí! ¡La siento! ¡¿Dónde estás compañera?! ¡Muéstrate!

Me quedé congelada. No podía moverme. Cada célula de mi cuerpo me gritaba que huyera, pero Rosaly susurraba

“No. Quédate. Él ya lo sabe.”

Él giró de golpe. Su pecho subía y bajaba con violencia. Y cuando sus ojos se posaron en mí, algo en su expresión se quebró.

—Tú… —susurró. Su voz no tenía rabia esta vez. Solo asombro. Asombro y un miedo tan profundo como el que yo sentí la primera vez que lo vi. Yo tragué saliva, sin poder apartar la mirada.

—No puede ser —dijo, casi para sí mismo—. Eres... tú.

El silencio fue como una tormenta contenida. Solo su respiración y la mía llenaban la sala. Sentí que el mundo se desmoronaba. Kael, el Alfa. El que me odiaba, el que me castigaba, el que me hacía sentir menos que una piedra...

Él me estaba mirando como si acabara de descubrir un secreto sagrado.

"Azura..." —susurró Rosaly dentro de mí

"Él es tu compañero. Pero no tu destino."

Mi corazón se quebró un poco más. Porque aunque no entendía del todo lo que estaba pasando… sabía que nada volvería a ser como antes.

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