Capitulo 1

“Desde que tengo memoria, todo ha dolido.”

Azura

Desde que tengo memoria… he sentido dolor. Un susurro entre gritos. Un número sin nombre. Una carne marcada, olvidada por la diosa… y por la Luna.No sé cuándo empezó.

No tengo recuerdos felices. Solo imágenes borrosas, grises, mojadas por mi sangre y el miedo. Algunos dicen que fui encontrada en el bosque, aullando porque era una cachorra recién nacida, envuelta en un manto de sangre y tierra solo tenia escrito en un papel mi nombre y fecha de nacimiento. Otros juran que soy hija de la traición. De una loba que se acostó con el enemigo y luego fue ejecutada por ello. Pero nadie sabe con certeza. Ni yo. Lo único que sé es que desperté una mañana en este lugar. Y desde entonces… respiro solo para sobrevivir. El frío me rasga la piel como si fuera parte de mi rutina. Una ducha no pedida, un balde de agua helada directo a mi cama, antes siquiera de que el sol asome entre los árboles.

—¡Arriba, escoria! —brama la voz de Luci.

La jefa omega. Y mi sombra constante. Fue como yo, una vez. Pero eligió el látigo en vez de la soga. La obediencia cruel en vez del olvido. Yo… no he tenido elección. Sigo siendo lo que el mundo decidió que fuera. Una Omega. Una esclava. Mi cuerpo se arquea por el impacto del agua, toso, me ahogo, me arrastro para salir del rincón que me sirve de cama. La madera podrida se hunde bajo mis pies. Todo está mojado. Mi manta. Mi vestido.

—Hoy es la coronación del Alfa Kael. Así que no hagas ninguna de tus estupideces. Si dejas mal la limpieza, te juro que te corto la lengua —me dice Luci con los dientes apretados. Me lo dice en serio. Ella no amenaza. Ella cumple.

—Sí, Luci.

No tengo voluntad para desafiarla. Ni razones. Cada mañana siento que me parto en mil pedazos, pero nunca me rompo del todo. Y eso es lo que me asusta. ¿Por qué no me rompo? ¿Por qué sigo de pie? Me visto como puedo con uno de los dos trapos que tengo. Mi vestido gris tiene remiendos en las axilas y un desgarrón en la falda. Pero al menos está seco. Me peino con los dedos, sacando los nudos de mi cabellera negra como la noche. El espejo roto apenas refleja mis ojos. Azules. Tan azules que parecen robados del cielo. Un color que no me pertenece. Mi piel, blanca como la luna llena, es un mapa de cicatrices. Algunas profundas. Otras recientes. Cumplo dieciocho años hoy. Pero nadie lo sabe. Ni siquiera Luci. Me lo recuerdo en silencio, como quien se dice un secreto que está a punto de morir.

Una parte de mí lo quiere olvidar también. Porque saberlo solo hace que duela más.

“Feliz cumpleaños, Azura”, pienso con ironía, mientras limpio los pisos del comedor principal con un trapo viejo que apesta a humedad. Mis rodillas están llenas de costras. Mis dedos sangran. Pero sigo. No tengo opción. Nunca la tuve. Y lo peor de todo… es que ni siquiera sé por qué estoy aquí. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo?

A veces, cuando el dolor no me ahoga, intento recordar algo. Cualquier cosa.

Una voz dulce. Una mano cálida. Un perfume familiar. Pero nada. Solo oscuridad.

Y luego esta el Kael. El nombre que recorre el aire como una maldición. Todos lo pronuncian con respeto. Con admiración. Con deseo. Pero yo lo siento como una amenaza constante, viva, feroz. El futuro Alfa de la manada. El hijo del actual líder. El próximo rey de este infierno.

Lo he visto castigar a lobos por errores insignificantes. Lo he visto levantar a guerreros con una sola mano. Lo he sentido golpearme por derramar vino cuando tenía trece años. Nunca olvidaré esa noche. Tres golpes de vara frente a todos. Nadie se atrevió a detenerlo. Ni siquiera pestañearon.

Dicen que tiene el alma de un Alfa nato. Pero yo… yo solo veo a una bestia hambrienta de poder. Y a una sombra que se cierne sobre mi vida como una profecía.

—Dicen que después de la coronación elegirá a su pareja —murmura una omega mientras pela papas.

—Tiene que ser una loba poderosa, de buena cuna —responde otra—. Una de las hijas del norte, seguro.

—Ojalá me eligiera a mí —ríe una tercera—. Daría lo que fuera por ser su Luna.

Yo solo las escucho en silencio, con la cabeza gacha. No entienden lo que desean. Kael no es un sueño.

Kael es una advertencia. Pero las lobas como yo no opinamos. No existimos. Solo obedecemos.

Y esperamos que el próximo golpe no sea el último. A veces, cuando estoy sola en la cocina, me descubro mirando la Luna a través del tragaluz. Me pregunto si ella me ve. Si sabe que existo. ¿Es cierto que la Luna bendice a los suyos? ¿Es cierto que el destino une a los compañeros? ¿O es todo una mentira para que los esclavos como yo soñemos con algo que nunca llegará?

Mis pensamientos se ahogan cuando escucho el sonido de pasos pesados. Guerreros. Líderes. Y ahí… ahí está él. Kael. Imponente. De espalda recta. Con la mirada que corta como cuchillas.

Me cruzo con su sombra y mi cuerpo se paraliza.

—¡Azura! —gruñe sin mirarme—. Tus manos están sucias. ¿Piensas tocar la vajilla del consejo con esas garras?

Me paralizo. No sé qué responder.

—¿Estás muda ahora? —su voz baja, peligrosa.

—N-no, señor. Lo siento.

Y sin más, la cachetada. Fuerte. Precisa. Seca. No me tumba. Pero me quiebra algo adentro.

Otra vez.

—Que sea la última vez —masculla mientras se va—. Una más… y no tendrás lengua para disculparte.

Siento la sangre caliente brotar de mi labio partido. Luci me lanza una mirada de advertencia.

—Te lo dije. ¿No?

Yo solo asiento. Ni siquiera lloro. Estoy acostumbrada. Y eso… eso es lo que más me aterra. Porque cada día que no lloro, siento que me vuelvo más vacía. Más hueca. Más rota. Pero esta noche, justo antes de que el sol se ponga… tengo miedo de verdad. No del castigo. No de Kael. Sino de lo que está naciendo dentro de mí. Y la Luna… La Luna me mirara por primera vez. Como si supiera todo lo que eh sufrido.

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