Charlotte lloraba quedamente en la casa de los Taylor. La luna de miel había sido una amarga experiencia para ella, Reginald se había dedicado a beber todos los días que duró el viaje, haciendo que ese lapso de tiempo fuera lo más parecido a un infierno.Su flamante esposo bebía hasta que tenían que sacarlo de los locales y llevarlo hasta la suite que habían tomado en un lujoso hotel en una isla de Grecia, las pocas veces que habían compartido la cena siempre se las arreglaba para terminar antes y regresar a la suite. Por fortuna para ella, esta constaba de dos habitaciones, por lo que había podido evitar dormir en la misma cama con él, aunque en más de una ocasión había aporreado la puerta de su habitación para que le abriera.Se sentía agradecida porque su suegro había intervenido para que regresaran antes de terminar la semana, pero el día anterior al regreso, Reginald se mantuvo al borde de la sobriedad y cuando terminaron la cena, aunque ella se levantó primero, no pudo evitar qu
Después del regreso de la luna de miel, Charlotte estaba más tranquila, aunque la tristeza la envolvía a cada momento, pero apenas llegó, su suegro puso en cintura a su hijo. Nada más la cara que puso cuando vio el moretón que ella tenía en la cara, producto del golpe que él le había dado, hizo que Reginald se arrepintiera de haberlo hecho.—¿Cómo pudiste? —le dijo con el rostro congestionado por la ira— No hagas que te de los golpes que nunca te di cuando eras niño. ¡Es una niña, por el amor de Dios!Reginald Taylor sabía que su padre no bromeaba. Descendiente de una noble casa, con un carácter más bien afable, pero intransigente con la justicia.—Lo siento, padre —dijo temeroso— Fue cuestión de tragos.—¡No te atrevas a justificarte! —le dijo alzando el látigo que tenía en las manos, porque había regresado de cabalgar, como acostumbraba— Lárgate a tus habitaciones —le dijo con enojo.Cuando se volteó hacia Charlotte su rostro había cambiado a uno avergonzado y triste al mismo tiempo
Charlotte leyó una y otra vez el resultado de los exámenes para ver si había sido un error.«¡No puedo estar embarazada! —se repetía en su mente»Pero la evidencia estaba allí. Denise la abrazaba con fuerza procurando darle apoyo, porque Charlotte le había confiado algunas de las cosas por las cuales había pasado, aunque nunca le había dicho toda la verdad.—¿Charlotte? —le dijo su amiga al ver que estaba paralizada sin decir palabra.Cuando levantó la mirada de la hoja de los exámenes, su rostro era una especie de máscara de incredulidad y sorpresa.—Esto no puede ser, Deni —le dijo con la voz estrangulada por la angustia.—Pero eres una mujer casada, amiga —le respondió— Eso es normal.—No para mí, Deni. Yo nunca he estado con Reginald, ¿Me entiendes?Por unos segundos, Denise no entendió lo que su amiga le decía, pero no tardó en hacerse la luz en su mente, entonces abrió la boca de par en par por la sorpresa.—¡Oh por Dios, Lottie! —le dijo poniéndose de frente hacia ella— Entonce
—¡Lancaster! —gritó uno de los supervisores del almacén donde Brian trabajaba.—¡Aquí estoy! —respondió gritando a su vez.—Acércate al edificio de las oficinas, el jefe Walker quiere verte —terminó diciéndole— Deja eso que otro de los muchachos se hará cargo.Brian casi no tenía problemas con nadie, ni con compañeros ni superiores en el trabajo. Se esforzaba al máximo de sus capacidades sin importar cualquiera que fuera el trabajo que le mandaran, por muy humillante o difícil que este fuera.El primer día que había entrado lo habían puesto a lavar los baños de los obreros, algo que no era muy agradable de hacer precisamente, pero se esforzó todo lo que pudo aplicando las cosas que su madre le había enseñado en casa, así que cuando el supervisor de esa área vio los baños completamente limpios antes de las once de la mañana, quedó muy gratamente sorprendido.Y no solo por la velocidad o la pulcritud con que lo había hecho, sino que Brian había ido al almacén de materiales y había pedid
Brian Lancaster comenzó con entusiasmo su nueva responsabilidad en el trabajo, esto, junto con los estudios académicos, más los estudios en línea que realizaba colmaban todo su tiempo. No gastaba casi nada de tiempo en salidas o diversiones como la mayoría de hombres de su edad.Con apenas veinte años, era un hombre maduro, con profundas cicatrices en el alma, con metas, sueños y ambiciones bien definidas. Su férrea voluntad lo ayudaba a conservar los objetivos bien definidos.En su trabajo era muy organizado, exigente con los que laboraban con él, duro cuando era necesario, pero capaz de arremangarse la camisa si había que realizar alguna tarea adicional o si alguien necesitaba ayuda en la planta.Tanto sus subalternos como sus superiores lo respetaban, a pesar de que casi siempre su aspecto era sombrío y reconcentrado. Su jefe directo, el gerente Gordon Walker, lo llamaba su pequeño gruñón. Pero su eficiencia hacía que lo admiraran y respetaran a partes iguales, por ello las metas d
—Llámame Arthur a secas, por favor —le dijo el millonario— Y sí, quiero hacerte una oferta antes de que cualquier tiburonzuelo por allí quiera aprovechar el momento.—Eso es algo que yo también haría, Arthur —le replicó Brian.Arthur sonrió antes de contestar.—Es lógico —dijo asintiendo— Pero esa empresa que tanto te gusta es la que me guió hasta donde estoy ahora.—¿Cómo sabes que me gusta? —preguntó un tanto sorprendido.—Hago mi tarea —dijo riendo— Sé que has averiguado sobre ella, y también sé que trabajaste en una importadora por casi cinco años, ¿no?—Me declaro culpable en todo —medio bromeó Brian— Me interesa esa empresa, es cierto. Primero, porque conozco el mercado, Segundo, está muy bien posicionada y por último, pero no menos importante: Está en mi rango de posibilidades.—Eres un hombre inteligente, Brian Lancaster —le dijo con algo de admiración— Sé que llegarás aún más lejos de lo que yo he alcanzado… y más joven.—¿Entonces, hablamos de negocios? —preguntó Brian.—Hab
Estaba parada en la ventana de su habitación en la casa de los Reynolds. Ella solía admirar el paisaje desde allí, saborear el aroma del aire y de las flores de los amplios jardines, para luego bajar a saludar a sus suegros y luego salir a caminar por la propiedad.Pero ahora los tiempos habían cambiado…Desde la muerte de su suegro su vida, que ya de por sí era dura, se había vuelto un pequeño infierno porque vivía prácticamente secuestrada. Solo el amor que le profesaba a sus gemelos la mantenía con cordura.Charlotte recordó el momento en que le dijo a la familia que estaba embarazada.Esa noche se había acercado a su suegro y le había dicho que quería hablar con ellos. El viejo Taylor le dijo para reunirse en la biblioteca aprovechando que su madre se había acostado a descansar debido al largo viaje que había realizado.—Bien, querida —le dijo Joseph Taylor mientras se sentaba tras el escritorio con su esposa al lado.Charlotte titubeó por unos momentos, se agarraba una mano con l
Pálido como un muerto, Reginald se dio la vuelta para mirar a su abuela, quien, en ese momento, era la propia personificación de la ira, parecía más bien la imagen de una de las furias de la mitología griega.—A… abuela… No te había visto —apenas pudo balbucir.—Eso me lo imagino, porque sino nunca hubieras dado este triste espectáculo, Reginald —le dijo con el rostro serio y formal.—Lo siento, abuela. Me dejé llevar por la ira.Reginald trataba de justificarse, pero su abuela era una mujer muy inteligente, se acercó un poco a su sobrino hasta que solo estuvo a unos centímetros de él, luego acercó su cara a la de él, pudiendo percibir el olor rancio del licor.—O por el alcohol —le dijo molesta— ¿Cuándo piensas empezar a madurar, Reginald? Tus continuos desmanes ya me tienen harta y eso que Joseph te mete en cintura de vez en cuando, pero parece que eso no es suficiente.—Abuela, yo… —comenzó a decir.—No quiero escuchar tus tontas excusas —le dijo mirándolo a los ojos con tal furia