Brian Lancaster comenzó con entusiasmo su nueva responsabilidad en el trabajo, esto, junto con los estudios académicos, más los estudios en línea que realizaba colmaban todo su tiempo. No gastaba casi nada de tiempo en salidas o diversiones como la mayoría de hombres de su edad.Con apenas veinte años, era un hombre maduro, con profundas cicatrices en el alma, con metas, sueños y ambiciones bien definidas. Su férrea voluntad lo ayudaba a conservar los objetivos bien definidos.En su trabajo era muy organizado, exigente con los que laboraban con él, duro cuando era necesario, pero capaz de arremangarse la camisa si había que realizar alguna tarea adicional o si alguien necesitaba ayuda en la planta.Tanto sus subalternos como sus superiores lo respetaban, a pesar de que casi siempre su aspecto era sombrío y reconcentrado. Su jefe directo, el gerente Gordon Walker, lo llamaba su pequeño gruñón. Pero su eficiencia hacía que lo admiraran y respetaran a partes iguales, por ello las metas d
—Llámame Arthur a secas, por favor —le dijo el millonario— Y sí, quiero hacerte una oferta antes de que cualquier tiburonzuelo por allí quiera aprovechar el momento.—Eso es algo que yo también haría, Arthur —le replicó Brian.Arthur sonrió antes de contestar.—Es lógico —dijo asintiendo— Pero esa empresa que tanto te gusta es la que me guió hasta donde estoy ahora.—¿Cómo sabes que me gusta? —preguntó un tanto sorprendido.—Hago mi tarea —dijo riendo— Sé que has averiguado sobre ella, y también sé que trabajaste en una importadora por casi cinco años, ¿no?—Me declaro culpable en todo —medio bromeó Brian— Me interesa esa empresa, es cierto. Primero, porque conozco el mercado, Segundo, está muy bien posicionada y por último, pero no menos importante: Está en mi rango de posibilidades.—Eres un hombre inteligente, Brian Lancaster —le dijo con algo de admiración— Sé que llegarás aún más lejos de lo que yo he alcanzado… y más joven.—¿Entonces, hablamos de negocios? —preguntó Brian.—Hab
Estaba parada en la ventana de su habitación en la casa de los Reynolds. Ella solía admirar el paisaje desde allí, saborear el aroma del aire y de las flores de los amplios jardines, para luego bajar a saludar a sus suegros y luego salir a caminar por la propiedad.Pero ahora los tiempos habían cambiado…Desde la muerte de su suegro su vida, que ya de por sí era dura, se había vuelto un pequeño infierno porque vivía prácticamente secuestrada. Solo el amor que le profesaba a sus gemelos la mantenía con cordura.Charlotte recordó el momento en que le dijo a la familia que estaba embarazada.Esa noche se había acercado a su suegro y le había dicho que quería hablar con ellos. El viejo Taylor le dijo para reunirse en la biblioteca aprovechando que su madre se había acostado a descansar debido al largo viaje que había realizado.—Bien, querida —le dijo Joseph Taylor mientras se sentaba tras el escritorio con su esposa al lado.Charlotte titubeó por unos momentos, se agarraba una mano con l
Pálido como un muerto, Reginald se dio la vuelta para mirar a su abuela, quien, en ese momento, era la propia personificación de la ira, parecía más bien la imagen de una de las furias de la mitología griega.—A… abuela… No te había visto —apenas pudo balbucir.—Eso me lo imagino, porque sino nunca hubieras dado este triste espectáculo, Reginald —le dijo con el rostro serio y formal.—Lo siento, abuela. Me dejé llevar por la ira.Reginald trataba de justificarse, pero su abuela era una mujer muy inteligente, se acercó un poco a su sobrino hasta que solo estuvo a unos centímetros de él, luego acercó su cara a la de él, pudiendo percibir el olor rancio del licor.—O por el alcohol —le dijo molesta— ¿Cuándo piensas empezar a madurar, Reginald? Tus continuos desmanes ya me tienen harta y eso que Joseph te mete en cintura de vez en cuando, pero parece que eso no es suficiente.—Abuela, yo… —comenzó a decir.—No quiero escuchar tus tontas excusas —le dijo mirándolo a los ojos con tal furia
Habían pasado más de quince años desde que llegó con casi nada a la capital, sólo había traído poco más que alguna ropa en su pequeño bolso de viaje, sus cosas personales y las muchas ganas de triunfar y salir adelante. Hoy, Brian Lancaster no sólo había triunfado en toda la regla, si no que había construído un auténtico imperio económico.Poseía empresas de importación y exportación, empresas manufactureras, procesadoras industriales y un buen número más de empresas de inversiones, centros comerciales y hasta en la industria petrolera tenía colocado capital.En pocas palabras, Brian era un hombre rico, muy rico. Considerado uno de los más pudientes del país, billonario y con propiedades en Europa y en el oriente medio. Tenía una gran mansión y también un lujoso apartamento tipo penthouse de dos pisos con gimnasio y piscina.Y aparte de todo ello, era dueño de la corporación de empresas más grande del país. Todos lo respetaban y temían a partes iguales, porque Brian era implacable en
Rufus Reynolds tenía cara de pocos amigos. Acababa de salir de una de las reuniones de junta directiva de la minera, la cual había sido sumamente insatisfactoria. Necesitaban con urgencia una reinversión de capital, pero la mayoría de los accionistas se negaban a invertir más dinero, puesto que las ganancias brutas de la compañía habían descendido considerablemente en los últimos tres años.Rufus casi había quedado afónico tratando de explicarles que, precisamente, una de las razones para la baja de ingresos era por la falta de inversión. Había procurado enseñarles los números de otras empresas similares las cuales gozaban de un aumento casi constante en el flujo de ingresos y de una economía saludable, debido principalmente a las nuevas inversiones que estaban realizando.Pero la mayoría había hecho oídos sordos de ello, y Rufus había terminado la reunión enojado y a punto de sufrir un colapso por la ira, y encima, el bueno para nada de su yerno, Reginald Taylor, no había ayudado par
Charlotte se había levantado temprano como siempre y había despachado a los gemelos para la escuela secundaria. De allí había visitado a su suegra, quien seguía igual, ensimismada en su mundo personal.Se dirigió a su cuarto para cambiar su ropa por un atuendo deportivo para salir hacia el gimnasio, como acostumbraba todos los días. Cuando salió de su cuarto se encontró con Reginald en las escaleras, el cual venía trasnochado de la calle.—¿Para dónde demonios vas? —le dijo arrastrando las palabras por los efectos del alcohol que todavía circulaba por su cuerpo.—Adonde siempre voy todos los días —le dijo con evidente desagrado— Deberías ir a tomar un baño, hueles horrible.Reginald reaccionó con violencia tratando de agarrarla, pero Charlotte ya no era la niña temerosa que habían casado obligada con este prospecto de hombre, ahora no solo era más madura, sino que su constitución física había cambiado, porque después de haber dado a luz a los gemelos había quedado con bastante sobrepe
Charlotte dejó la casa y se dirigió al gimnasio. Iba meditando en lo que sus hijos habían dicho al saber que Reginald no era su padre. Hace apenas unos días, Brian Junior le había dicho que sentía un gran alivio al saber que Reginald no era su verdadero padre.—Doy gracias al cielo por no tener su sangre, aunque amé al abuelito Joseph —le había dicho— Tenía miedo de llegar a ser un borracho como él.—Tú nunca serás como él, hijo —le dijo mientras lo besaba en la cabeza— Serás mucho más inteligente.Su hijo se había quedado callado un rato recostado de su pecho, pero luego levantó un poco la cabeza para verla a los ojos.—¿Por qué el abuelo Rufus no quiere hablar de mi padre?—Es un cuento largo, hijo —le dijo ella— Tal vez algún día te lo cuente por completo.—Mas te vale —le dijo su hijo al recostarse de nuevo.Charlotte pensó, mientras conducía, en cómo les diría a ellos, que había amado a su padre con locura, pero que nunca les permitieron amarse como querían.Con un suspiro, Charl