Charlotte se había levantado temprano como siempre y había despachado a los gemelos para la escuela secundaria. De allí había visitado a su suegra, quien seguía igual, ensimismada en su mundo personal.Se dirigió a su cuarto para cambiar su ropa por un atuendo deportivo para salir hacia el gimnasio, como acostumbraba todos los días. Cuando salió de su cuarto se encontró con Reginald en las escaleras, el cual venía trasnochado de la calle.—¿Para dónde demonios vas? —le dijo arrastrando las palabras por los efectos del alcohol que todavía circulaba por su cuerpo.—Adonde siempre voy todos los días —le dijo con evidente desagrado— Deberías ir a tomar un baño, hueles horrible.Reginald reaccionó con violencia tratando de agarrarla, pero Charlotte ya no era la niña temerosa que habían casado obligada con este prospecto de hombre, ahora no solo era más madura, sino que su constitución física había cambiado, porque después de haber dado a luz a los gemelos había quedado con bastante sobrepe
Charlotte dejó la casa y se dirigió al gimnasio. Iba meditando en lo que sus hijos habían dicho al saber que Reginald no era su padre. Hace apenas unos días, Brian Junior le había dicho que sentía un gran alivio al saber que Reginald no era su verdadero padre.—Doy gracias al cielo por no tener su sangre, aunque amé al abuelito Joseph —le había dicho— Tenía miedo de llegar a ser un borracho como él.—Tú nunca serás como él, hijo —le dijo mientras lo besaba en la cabeza— Serás mucho más inteligente.Su hijo se había quedado callado un rato recostado de su pecho, pero luego levantó un poco la cabeza para verla a los ojos.—¿Por qué el abuelo Rufus no quiere hablar de mi padre?—Es un cuento largo, hijo —le dijo ella— Tal vez algún día te lo cuente por completo.—Mas te vale —le dijo su hijo al recostarse de nuevo.Charlotte pensó, mientras conducía, en cómo les diría a ellos, que había amado a su padre con locura, pero que nunca les permitieron amarse como querían.Con un suspiro, Charl
El comisario Brown miró con desconfianza al recién llegado. Este tenía un aura de autoridad que no le pasaba desapercibida, se veía como un hombre acostumbrado a mandar o que tenía algún tipo de autoridad. El comisario presentía que era militar o algo por el estilo, pero decidió ser prudente en cualquier caso. El aire de seguridad que tenía Brian Lancaster no le gustaba para nada, y se preguntaba si sería porque era conocido de alguien con poder. Cada vez le gustaba menos el estar allí viendo a Brian Lancaster.—Te presento al comisario Louie Brown, Robert —le dijo sonriendo mientras señalaba al hombre de la ley— Comisario, este es mi amigo Robert Harris.«Robert Harris —repitió para sí, ya se encargaría de averiguar quién rayos era cuando regresara a la comisaría»—Me alegra conocerlo, comisario —replicó Robert pero sin hacer ningún gesto amistoso hacia el presentado, lo que le gustó menos a Brown.—Bien —se limitó a decir el comisario— ¿Y qué te trae, o los trae por aquí?—Yo sólo
Rufus Reynolds estaba nervioso, la empresa había sufrido una buena caída en las acciones y parecía que a nadie le importaba demasiado entre los socios. Algunos simplemente decían que no había nada que hacer y otros esperaban a que los accionistas mayoritarios “hicieran algo”Al menos había logrado hablar con los amigos que tenía en la capital y ellos le habían dicho que había un inversionista, una gran corporación, interesados en invertir en las acciones de la minera de la ciudad.El último correo electrónico que le había llegado de ellos le decía que el representante del consorcio financiero estaría visitando la ciudad en esa semana.Rufus llamó por el intercomunicador a su secretaria.—Angela, ¿puedes verificar si mi yerno está en las oficinas? —le dijo cuando la chica entró a su despacho.—Así lo haré señor Reynolds —le dijo y salió.Al poco rato la chica regresó para informarle que el señor Reginald Taylor no había llegado aún a las oficinas.Rufus revisó su reloj. Ya eran pasadas
Después de despedirse de su yerno, Rufus Reynolds se sentó a trabajar un rato haciendo números, en el caso que el inversionista quisiera saber más sobre la empresa él tendría la oportunidad de presentar un panorama un poco más prometedor que el real, aunque no muy lejos de la realidad, porque Rufus era un hombre de negocios y sabía lo que se necesitaba.Por desgracia tampoco le había ido bien con los otros negocios familiares, por lo que estaba, casi, en la misma situación de los demás inversionistas.Pensó en regresar a casa, pero había recibido un mensaje del comisario Brown donde le pedía que se comunicara con él de manera urgente. No tenía idea de lo que quería el comisario, pero este casi nunca le molestaba, simplemente se encargaba de que no se le molestara, ni a él, ni a su familia, ni a sus intereses, y pocas veces había necesitado entrevistarse con él.«Veremos que es lo que quiere —se dijo— Mejor salgo de eso antes de ir a la casa»Apenas salió de las oficinas de la minera l
Rufus estuvo a punto de preguntarle si había averiguado de quién se trataba, pero luego de unos segundos se dio cuenta de que la persona que más odiaba era algo como la mano derecha del inversionista que podía salvarlos de la debacle en la empresa minera.—Eso quiere decir que Lancaster trabaja con gente de influencia —dijo por fin el empresario.—¿Usted sabe de quién se trata, señor Reynolds?—Sí, por supuesto —respondió— Se trata de un inversionista muy importante, es un multimillonario, dueño de muchas empresas en el país. Es un hombre muy influyente. ¡Maldita sea!El comisario se sorprendió por el repentino exabrupto del empresario, pero no era tonto. Si Brian Lancaster trabajaba con esa persona, y por lo que se veía era un hombre de confianza, iba a ser bastante difícil arruinarle la vida de nuevo. Aunque eso tampoco le preocupaba bastante, no creía que alguien se le pudiera interponer si decidía deshacerse de Lancaster.—No se preocupe, señor —le dijo con una sonrisa torcida en
Rufus Reynolds llegó a su casa molesto, lanzó con fuerza la puerta de la entrada y se dirigió a la salita interior donde su esposa acostumbraba a pasar el tiempo, ya sea en labores de costura o leyendo algún libro o revista como acostumbraba.—¿Qué te sucede, querido?Reynolds le contó a su esposa lo que estaba pasando con el regreso de Brian Lancaster. Manifestando su ira con gritos un poco altisonantes, algo que nunca había acostumbrado a hacer.Amanda Seymour Reynolds miró a su esposo con incredulidad.—¿En verdad te preocupa lo que ese piojoso pueda hacer, Rufus? —le dijo con menosprecio en la voz.—No es que me preocupe, Amanda —le replicó algo molesto— Es por la influencia que pueda tener sobre el inversionista.—¡Bah! —dijo su esposa en clara manifestación de desapruebo a lo que su esposo decía— Un hombre del nivel de ese inversionista, billonario y dueño de las empresas más grandes de la capital no creo que le haga mucho caso a un mocoso recién vestido. Deja ya de preocuparte
El día de la llegada del inversionista, Michael Hughes, dio la impresión de que se trataba de un día festivo. La junta directiva de la empresa minera, La Star Mining Corp, se había encargado de hacer una buena propaganda y había organizado una especie de recibimiento, por lo que la caravana de autos desde el aeropuerto hasta el hotel, se vio acompañada de una cantidad de personas que portaban globos y pañuelos para darle colorido a la visita.En la entrada del hotel estaba la junta directiva de la empresa minera en un lado, y al otro, estaba un grupo de ejecutivos de la KLD Enterprises, la empresa de Brian, que presidía en apariencia el señor Hughes.—Le damos una cordial bienvenida, señor Hughes —dijo Rufus Reynolds, quien llevaba la voz cantante de la comitiva.—Gracias, gracias, señores —dijo con toda la gracia de un caballero citadino— No tenían por qué haberse molestado.La apariencia de Hughes era impecable, y Brian lo había contratado porque tenía carisma y porque Hughes no era