Estaba parada en la ventana de su habitación en la casa de los Reynolds. Ella solía admirar el paisaje desde allí, saborear el aroma del aire y de las flores de los amplios jardines, para luego bajar a saludar a sus suegros y luego salir a caminar por la propiedad.Pero ahora los tiempos habían cambiado…Desde la muerte de su suegro su vida, que ya de por sí era dura, se había vuelto un pequeño infierno porque vivía prácticamente secuestrada. Solo el amor que le profesaba a sus gemelos la mantenía con cordura.Charlotte recordó el momento en que le dijo a la familia que estaba embarazada.Esa noche se había acercado a su suegro y le había dicho que quería hablar con ellos. El viejo Taylor le dijo para reunirse en la biblioteca aprovechando que su madre se había acostado a descansar debido al largo viaje que había realizado.—Bien, querida —le dijo Joseph Taylor mientras se sentaba tras el escritorio con su esposa al lado.Charlotte titubeó por unos momentos, se agarraba una mano con l
Pálido como un muerto, Reginald se dio la vuelta para mirar a su abuela, quien, en ese momento, era la propia personificación de la ira, parecía más bien la imagen de una de las furias de la mitología griega.—A… abuela… No te había visto —apenas pudo balbucir.—Eso me lo imagino, porque sino nunca hubieras dado este triste espectáculo, Reginald —le dijo con el rostro serio y formal.—Lo siento, abuela. Me dejé llevar por la ira.Reginald trataba de justificarse, pero su abuela era una mujer muy inteligente, se acercó un poco a su sobrino hasta que solo estuvo a unos centímetros de él, luego acercó su cara a la de él, pudiendo percibir el olor rancio del licor.—O por el alcohol —le dijo molesta— ¿Cuándo piensas empezar a madurar, Reginald? Tus continuos desmanes ya me tienen harta y eso que Joseph te mete en cintura de vez en cuando, pero parece que eso no es suficiente.—Abuela, yo… —comenzó a decir.—No quiero escuchar tus tontas excusas —le dijo mirándolo a los ojos con tal furia
Habían pasado más de quince años desde que llegó con casi nada a la capital, sólo había traído poco más que alguna ropa en su pequeño bolso de viaje, sus cosas personales y las muchas ganas de triunfar y salir adelante. Hoy, Brian Lancaster no sólo había triunfado en toda la regla, si no que había construído un auténtico imperio económico.Poseía empresas de importación y exportación, empresas manufactureras, procesadoras industriales y un buen número más de empresas de inversiones, centros comerciales y hasta en la industria petrolera tenía colocado capital.En pocas palabras, Brian era un hombre rico, muy rico. Considerado uno de los más pudientes del país, billonario y con propiedades en Europa y en el oriente medio. Tenía una gran mansión y también un lujoso apartamento tipo penthouse de dos pisos con gimnasio y piscina.Y aparte de todo ello, era dueño de la corporación de empresas más grande del país. Todos lo respetaban y temían a partes iguales, porque Brian era implacable en
Rufus Reynolds tenía cara de pocos amigos. Acababa de salir de una de las reuniones de junta directiva de la minera, la cual había sido sumamente insatisfactoria. Necesitaban con urgencia una reinversión de capital, pero la mayoría de los accionistas se negaban a invertir más dinero, puesto que las ganancias brutas de la compañía habían descendido considerablemente en los últimos tres años.Rufus casi había quedado afónico tratando de explicarles que, precisamente, una de las razones para la baja de ingresos era por la falta de inversión. Había procurado enseñarles los números de otras empresas similares las cuales gozaban de un aumento casi constante en el flujo de ingresos y de una economía saludable, debido principalmente a las nuevas inversiones que estaban realizando.Pero la mayoría había hecho oídos sordos de ello, y Rufus había terminado la reunión enojado y a punto de sufrir un colapso por la ira, y encima, el bueno para nada de su yerno, Reginald Taylor, no había ayudado par
Charlotte se había levantado temprano como siempre y había despachado a los gemelos para la escuela secundaria. De allí había visitado a su suegra, quien seguía igual, ensimismada en su mundo personal.Se dirigió a su cuarto para cambiar su ropa por un atuendo deportivo para salir hacia el gimnasio, como acostumbraba todos los días. Cuando salió de su cuarto se encontró con Reginald en las escaleras, el cual venía trasnochado de la calle.—¿Para dónde demonios vas? —le dijo arrastrando las palabras por los efectos del alcohol que todavía circulaba por su cuerpo.—Adonde siempre voy todos los días —le dijo con evidente desagrado— Deberías ir a tomar un baño, hueles horrible.Reginald reaccionó con violencia tratando de agarrarla, pero Charlotte ya no era la niña temerosa que habían casado obligada con este prospecto de hombre, ahora no solo era más madura, sino que su constitución física había cambiado, porque después de haber dado a luz a los gemelos había quedado con bastante sobrepe
Charlotte dejó la casa y se dirigió al gimnasio. Iba meditando en lo que sus hijos habían dicho al saber que Reginald no era su padre. Hace apenas unos días, Brian Junior le había dicho que sentía un gran alivio al saber que Reginald no era su verdadero padre.—Doy gracias al cielo por no tener su sangre, aunque amé al abuelito Joseph —le había dicho— Tenía miedo de llegar a ser un borracho como él.—Tú nunca serás como él, hijo —le dijo mientras lo besaba en la cabeza— Serás mucho más inteligente.Su hijo se había quedado callado un rato recostado de su pecho, pero luego levantó un poco la cabeza para verla a los ojos.—¿Por qué el abuelo Rufus no quiere hablar de mi padre?—Es un cuento largo, hijo —le dijo ella— Tal vez algún día te lo cuente por completo.—Mas te vale —le dijo su hijo al recostarse de nuevo.Charlotte pensó, mientras conducía, en cómo les diría a ellos, que había amado a su padre con locura, pero que nunca les permitieron amarse como querían.Con un suspiro, Charl
El comisario Brown miró con desconfianza al recién llegado. Este tenía un aura de autoridad que no le pasaba desapercibida, se veía como un hombre acostumbrado a mandar o que tenía algún tipo de autoridad. El comisario presentía que era militar o algo por el estilo, pero decidió ser prudente en cualquier caso. El aire de seguridad que tenía Brian Lancaster no le gustaba para nada, y se preguntaba si sería porque era conocido de alguien con poder. Cada vez le gustaba menos el estar allí viendo a Brian Lancaster.—Te presento al comisario Louie Brown, Robert —le dijo sonriendo mientras señalaba al hombre de la ley— Comisario, este es mi amigo Robert Harris.«Robert Harris —repitió para sí, ya se encargaría de averiguar quién rayos era cuando regresara a la comisaría»—Me alegra conocerlo, comisario —replicó Robert pero sin hacer ningún gesto amistoso hacia el presentado, lo que le gustó menos a Brown.—Bien —se limitó a decir el comisario— ¿Y qué te trae, o los trae por aquí?—Yo sólo
Rufus Reynolds estaba nervioso, la empresa había sufrido una buena caída en las acciones y parecía que a nadie le importaba demasiado entre los socios. Algunos simplemente decían que no había nada que hacer y otros esperaban a que los accionistas mayoritarios “hicieran algo”Al menos había logrado hablar con los amigos que tenía en la capital y ellos le habían dicho que había un inversionista, una gran corporación, interesados en invertir en las acciones de la minera de la ciudad.El último correo electrónico que le había llegado de ellos le decía que el representante del consorcio financiero estaría visitando la ciudad en esa semana.Rufus llamó por el intercomunicador a su secretaria.—Angela, ¿puedes verificar si mi yerno está en las oficinas? —le dijo cuando la chica entró a su despacho.—Así lo haré señor Reynolds —le dijo y salió.Al poco rato la chica regresó para informarle que el señor Reginald Taylor no había llegado aún a las oficinas.Rufus revisó su reloj. Ya eran pasadas