El comisario Brown

El jefe de la policía se quedó mirando fijamente al empresario. Vio su rostro congestionado y el labio tembloroso, signo inequívoco de que el hombre estaba muy enojado. El comisario Brown conocía muy bien al hombre que tenía sentado delante.

Sopesó con cuidado sus opciones, ya no era un hombre joven y no podía dar un paso en falso, bastaba que cometiera un error grave para quedar cesante y sin paga ni arreglo por los años servidos.

Pero tampoco podía dejar de apoyar a Reynolds. Ambos compartían muchos secretos, muchos arreglos turbios que los comprometían a ambos y los obligaban a seguir siendo cómplices aunque no lo quisieran. Bastaba que uno de ellos cayera para que el otro lo siguiera casi de inmediato.

—No se preocupe, Reynolds —le dijo con tono mesurado— Deje que yo me encargue del zarrapastroso ese, no crea que porque se viste elegante ahora va a quedar lejos de la justicia.

Lo dijo en tono solemne, pero lo que no decía Brown era que su “justicia” no significaba necesariamente “
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