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Capítulo cuarenta y uno 

—Sara, levántate —grita Elizabeth en mi oído y me tapo con la almohada gracias la luz que entra por el ventanal y me llega a la cara. 

No respetan el sueño de los demás. 

Unos vagos recuerdos llegan a mi mente y en un salto estoy de pie. Tomó mi cabeza entre mis manos y me asiento por el fuerte mareo—Eso te pasa por brusca, niña terca—miro otra vez donde estoy y hago una mueca. 

Nunca he sido fanática del rosado. 

—Elizabeth, ¿cómo llegué aquí? —ella me levanta de la cama y me empuja afuera del cuarto chillón—Te pregunté algo, respondeme, madre. 

—Deja de llamarme así, y pues tu caminaste sonámbula anoche hasta aquí, ¿no te acuerdas? —niego.

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