El castillo de los Bonneville siempre fue la base de muchos secretos, entre las paredes adornadas por pulcros tapices y candelabros antiguos que no dejaban morir el legado de su linaje. Era un refugio para quienes sabían moverse entre la oscuridad y el silencio. Aquellos que no pedían permiso para ocuparlo, sino que lo reclamaban con la naturalidad de un espectro que regresa a su tumba.En una de las habitaciones más alejadas del ala este, donde las visitas no se aventuraban y los pasos se volvían ecos tenues, solo personal autorizado se atrevía a llegar a abrir la puerta que dejó a la vista al portugués que bajaba el teléfono desde su cama. Sus heridas ya no sangraban, pero no lo dejaban poner un pie lejos de ese sitio cerrado. Y eso lo tenía cómo si fuera una bestia que no dejaban salir. Una que creaba una estrategia que pondría a temblar no sólo una ciudad esta vez.El paño húmedo se deslizó por su abdomen, mientras miraba al frente, sin soltar el teléfono. Livia limpiaba sus heri
—Me esquiva, me ignora o se marcha cuándo tenemos la mínima interacción— suspiró Fannie mientras veía a través de la ventana. —. Entiendo que esté mal por la partida de Ken, pero…Dijo que no había dejado de amarme, pero que debía irme del país. —Él solo quiere que estés segura—, aseguró Harper mientras veía su reflejo en el espejo que le dejaba ver el gesto dolido de la rubia. Quería decirle que Franzua pasaba día y noche buscando las opciones para encontrar el sello de libertad para ella, pero había prometido no hacerlo. —Un día va a acercarse, mientras tanto sigue las indicaciones del médico y práctica, o disfruta de tus sesiones de fotografía. —No puedo concentrarme, no como antes—, Harper se incorporó, se acercó y le acomodó la trenza en su hombro. Fannie inclinó la cabeza en ella, buscando al menos un poco de consuelo. Sentía que había hecho algo mal, pero no sabía qué y la estaba desquiciando al no entenderlo.El crujido suave de la puerta les indicó que no estaban solas. Wini
Harper no sabía qué sucedía. No entendía qué pasaba. El aturdimiento era demasiado para comprender la situación. Solo veía la sangre de su esposo derramada en el suelo. Dos balas, una en el pecho y otra en la frente. Sus manos temblorosas envueltas en el mismo líquido la hicieron perder la noción de su entorno. Las pastillas para dormir que tomaba cada noche habían funcionado demasiado bien en esa ocasión, porque no escuchó los disparos. —Fue él. Fue Mateo Crown quien lo hizo —le dijo su suegro con la voz rota—. Lo mató porque no cedió a sus órdenes. Lo mató porque no aceptamos su dominio sobre nuestras vidas. No sabía quién era Mateo Crown. No entendía nada de lo que Lorcan decía. Sólo comprendió que habían matado a su esposo. Solo entendió que Mateo Crown había masacrado a casi todo un clan. La había convertido en una viuda. No amaba a su esposo, pero él la había mantenido segura de todos en ese lugar, y ahora estaba a la deriva. En el funeral de Orvyn Bohemond, solo
El mundo de Harper se tambaleó. ¿Casarse con el asesino de su esposo? La idea era repugnante, pero antes de que pudiera protestar, su suegro continuó. —Como comprenderás, no puedo arriesgarme a que vuelva a atacarnos —suspiró vertiendo un poco de su licor en un vaso—. Tú ya entiendes este tipo de negocios y eres en quien más puedo confiar para que haga bien su trabajo. Salvarnos. Su hipocresía no tenía fin. —Tienes hijas —le hizo ver cuando recuperó el habla. —Seré sincero —Lorcan se sentó cruzando una pierna sobre la otra—. Sabes la fama que esa familia se carga. La prueba está en que vino a matar a mi hijo a su casa, mientras dormías y no te diste cuenta de que lo hizo —dejó caer su barbilla sobre sus dedos con amargura, también presente en sus ojos—. No quiero a alguien así en mi familia. Tu padre no me llevará la contraria, durante los seis meses que dure esto, porque desde que firmaste tu matrimonio con Orvyn por la razón que sabemos, eres de mi propiedad, ¿tu mente capt
—¿Te lo dijo? —cuestionó su nana al verla con las manos enguantadas aferradas a la cómoda. Harper asintió solamente. —¿Le pedirás ayuda a tu padre? —No moverá un sólo dedo— lanzó su cabellera a su espalda. —Debo casarme con ese…asesino. Decirle asesino a alguien cuando esa marca la llevaba también era hipócrita. Pero lo suyo no se comparaba a ir a la habitación de alguien por la noche a acabar con su vida y aún presumir el hecho. Lo suyo fue accidental y sus manos recibieron castigo por haberlo causado. No sucedía lo mismo con el asesino de su marido y su salvación. —Mi niña, el mundo no siempre es justo, pero tú tienes la fuerza para cambiar tu destino— susurró Winifred, su nana acariciando su cabellera rojiza, para brindar consuelo. —¿Cómo puedo cambiar algo que ya está decidido? —dijo forzándose a no flaquear. —No soy más que una sombra en esta casa, Win. Tenía un poco de importancia con Orvyn vivo, pero ese maldit0 me quitó la única posibilidad de vivir medianamente tranq
Harper recorría las calles de Manhattan tratando de no llamar la atención, pero con un vestido de novia era casi imposible. Decidió esperar en un callejón. Debía calmarse. Le disparó a un mafioso… ¡a su propio marido mafioso! Tal vez debía sentir culpa, pero fue tan gratificante. Le dijeron que no sentía dolor al ser herido, pero eso no fue lo que presenció. No importaba, se lo merecía. —¿Tienes frío, niña? —preguntó de repente un hombre mayor. Ella se sobresaltó y se puso a la defensiva. El hombre puso las manos al frente. —No te asustes, sólo quería ofrecerte un abrigo y que te acerques a la fogata. No quería que le apuntara. —¿Te perdiste? —mantuvo su distancia. —No… —Sí debía ser la respuesta, pero tuvo vergüenza de admitir que no conocía la ciudad. —Sólo tengo que quitarme esto. Se arrancó el velo mientras observaba el callejón. Era un buen sitio para esconderse, al menos hasta que su mente volviera a funcionar. Aceptó el abrigo levemente sucio del vagabundo y dec
Mateo no estaba dispuesto a convivir con alguien tan insoportable. Le dejó una de sus casas a la mujer con la que se casó, estableciendo límites estrictos a los empleados para evitar pérdidas. Él se quedaría en una casa a muchos kilómetros de distancia, donde pudiera vivir tranquilo con sus mascotas; el rottweiler y el tigre blanco, con los cuáles se entendía mejor que con la gente.Después de cenar y dormir esa noche, se trasladó a Aegis, su lugar de trabajo, una fortaleza equipada con la mejor tecnología, donde él era uno de los principales encargados de probar y mejorar los sistemas. Recibía heridas nuevamente, pero todo volvió a la normalidad, no sentía absolutamente al hacérselas. Aunque se obligó a recordar lo ocurrido, como también ignoró a quién quiso preguntar por ello. Regresaba a su casa para despejar su mente, pero dos noches después se encontró con una visita inesperada.—Todos nuestros amigos fueron a mi fiesta de cumpleaños y tú faltaste esta vez —dijo Braden, con su v
Mateo llegó a la casa en llamas que lo hizo observar a la mujer de pie frente a una de las camionetas. El resplandor anaranjado iluminaba la noche. Las llamas devoraban la estructura con una voracidad implacable, el calor era sofocante y el humo se elevaba en densas columnas negras. Los muebles y las cortinas ardían, convirtiéndose en cenizas que flotaban en el aire. Las ventanas habían estallado por el calor, lanzando fragmentos de vidrio al suelo. Harper sonreía orgullosa de lo que causó, mientras Mateo, sin pensarlo se fue sobre ella con sus ojos cargados de descontrol. —¿Qué demonios te pasa? —Harper mantuvo su compostura, recibiendo de golpe la fragancia masculina que le golpeó el rostro. —Feliz mes de casados, esposo— Mateo enfureció mucho más. —¿No te gustó mi regalo? —se echó el cabello hacia atrás. —Es una pena. Me esforcé mucho. No creas que encender la casa fue fácil. Lo único que había salvado de esa casa fue su propio pasaporte y era una razón más para sonreír.