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Sin saber cómo, llegaron a la habitación, y solo descubrieron que estaban allí cuando un sillón los detuvo.— ¿Estás bien? — le preguntó Savino a una Serafina que se sentía flotar en una nube erótica, al tiempo que se separaba un milímetro de sus labios y reposaba su frente en la suya.Ella asintió con una sonrisa.— Estoy perfecta — consiguió decir con demasiado fuerzo, pues la pasión de aquel beso le había cortado el aliento.Savino sonrió de vuelta, orgulloso, y la tomó de los muslos, instándola a rodearlo con las piernas. Fue así como llegaron a la cama, y con demasiada cautela, sin apartar sus ojos de los suyos, la recostó sobre el colchón.La imagen de ella fue absolutamente celestial. Jamás imagino a Serafina en su cama, no de ese modo, ni que lo mirara como si no existiese otro hombre sobre la faz de la tierra, y es que la verdad estaba en que sí, para la Gambino no existía ni existiría otro hombre. Lo que sentía por él iba más allá de un capricho. Lo quería desde que tenía uso
Mientras tanto, en la mansión Gallo, a Marcello se le había notificado la presencia de su jefe y amigo, en compañía de Marianné.— Remo, Marianné. No los esperaba — saludó, contrariado, invitándolos a pasar.Marianné sonrió un tanto nerviosa, pues durante todo el camino, su hombre y padre de su futuro hijo se había mostrado demasiado inquieto.Cuando llegaron a la biblioteca, donde nadie los interrumpiría, Remo miró a su amigo, sosteniendo fuertemente la mano de la única mujer que lo podía mantener cuerdo.— “Ha llegado el momento”. ¿Te suena de algo? — preguntó entornando los ojos, y supo entonces que Marcello tenía que ver en todo aquello cuando palideció — ¿Qué? ¿Por qué te quedas callado?— Remo…— ¿Qué carajos sabes tú de la muerte de Florencia, eh, Marcello? — exigió saber, y toda esa contención a la que estuvo aferrándose durante el camino la vio desvanecerse de no ser por el pequeño y suave de apretón de la mano de Marianné, en torno a la suya.Ella lo miró con súplica. No era
Remo miraba el reloj sobre su escritorio con impaciencia e inquietud, cuando Marianné llamó a la puerta y entró poco después, capturando su atención.Estaba ataviada dentro de un vestidito fresco de temporada y llevaba el cabello suelto.Preciosa.— Pensé que te encontraría listo — musitó ella, acercándose con pasos tímidos.Remo echó la silla hacia atrás y la instó a sentarse sobre su regazo. Le besó el hombre cuando la tuvo así, como le gustaba, pegada a él.— Hueles delicioso — ronroneó, inhalando el aroma de su cuello — ¿Que perfume es? Te follaría aquí mismo.Las mejillas de Marianné se encendieron.— Remo…— ¿Qué? Eres mi mujer. Es normal que quiera follarte a cada momento — anoche y esa mañana no fue suficiente. Y es que si fuese por él, permanecería anclado a su ser las veinticuatro horas del día.Pero Marianné negó con la cabeza.— No es eso, te dije algo cuando entré.— ¿Sí? ¿Qué era? — indagó, fingiendo no acordarse, y lamió la curva que conectaba con su mentón, al mismo tie
Entró al hospital sin fijarse en nada más que el asustado rostro de su mujer.— Me duele, Remo… me duele mucho — seguía quejándose sin parar.— ¡Un médico, por favor! — gritó Remo apenas entró a la sala, asustado y preocupado a partes iguales.Varias miradas cayeron sobre ellos, y al reconocerlo, no dudaron en asistirlos.— ¿Qué pasó? — preguntó un doctor, al tiempo que le ordenaba recostarla sobre la camilla.— No lo sé… de repente comenzó a dolerle mucho la zona del vientre. ¡Está embarazada, doctor! ¡Debe hacer algo por ella y por mi hijo!El hombre asintió, comprendiendo, y examinando rápidamente, los signos vitales de Marianné mientras la llevaban a una sala de urgencias.— Hasta aquí, señor. No puede pasar — le dijo una enfermera con pesar, evitando que pudiera acompañar a su mujer en el momento que más lo necesitaba.Marianné, en medio de sus lágrimas, echó el rostro hacia atrás mirando a Remo por última vez… antes de desaparecer por otra puerta.— Remo… — Florencia apareció un
Florencia estaba en la terraza del hospital, abrazada a sí misma y contemplando la ciudad que la vio crecer, y de la que estuvo alejada durante años, cuando advirtió la presencia de su hermano.Se giró con la nariz roja y lágrimas secas en sus mejillas.— Remo… — intentó decir, pero en una zancada, su hermano acortó la distancia que los separaba y la estrechó entre sus brazos.— Perdóname — le rogó, al tiempo que Florencia ahogaba un jadeo y enterraba el rostro en su cuello — Esto fue lo primero que tuve que haber hecho.— No tengo nada que perdonarte. Tenías razón, yo…— No, no digas nada — se alejó y tomó sus mejillas —. Lo que hiciste fue… demasiado valiente, Flor. No tenías que sacrificarte de esta forma.— No me arrepiento.Remo rio.— Toda una Gambino.— Al igual que tú.— Flor…— ¡No! Nada cambia. Eres hijo de nuestro padre. Te crío como uno. Mírate. Incluso lloras como él — bromeó entre lágrimas.Los dos rieron, y Remo volvió a estrecharla entre sus brazos.— ¿Cómo se llama mi
Esa misma noche, el doctor les dijo a Marianné y a Remo que podían volver a casa, siempre y cuando acataran sus recomendaciones.— ¿Estás segura de que quieres ir a la mansión? — le preguntó Remo a Marianné, ya en el auto — No tienes por qué hacerlo ahora.Pero Marianné estaba decidida a hacerle frente, así que asintió sin dudar.Remo soltó un suspiro, resignado, y ordenó al chofer que se pusiera en marcha. Florencia ya iba de camino también.Cuando entraron a la mansión, tomados de la mano, todo el mundo esperaba en el salón principal, cómo él lo había solicitado. Nina estaba sentada en la paleta del sofá, mientras que su abuela y… madre se encontraban de pie. La primera un tanto inquieta y la segunda dando órdenes a las mucamas para que trajeran el té.— ¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué has organizado esta reunión? — le preguntó la nonna.— Porque hay algo… importante que deberían saber — comenzó a decir.La nonna frunció el ceño.— ¿Y de qué se trata?Remo pasó un trago y miró a Marianné
Después de la salida de Priscila de la mansión, Ginevra también se marchó sin decir nada, tomando por sorpresa y preocupación a Marcello al enterarse.— ¿Entonces no sabes a dónde fue? — preguntó Marcello al Remo, quien lo había puesto al tanto esa tarde.Remo negó.— Es muy probable que haya vuelto a casa con su padre.— No, no…— ¿Qué pasa, Marcello? ¿Por qué te inquieta tanto?— Ginevra no puede volver a casa de su padre, no si este se entera de que…Remo entornó los ojos ante el silencio.— ¿De qué?— Joder, Remo. No debería ser yo quien hable de esto, pero… Ginevra está embarazada.Remo abrió los ojos.— ¿Qué? ¿Es que acaso tú…?— No, y eso es lo peor. Niccolo… — gruñó, apretando los puños. Entonces lo tuvo que poner al tanto de lo que había ocurrido.Remo golpeó la mesa.— ¿Por qué diablos nunca dijo nada?— Es mujer, Remo…— ¡Sí, pero la habría protegido! Una cosa es que nunca la haya amado, pero conozco a Ginevra desde que éramos apenas unos críos. Joder, no sabía que… había pa
— ¿Estás lista? — preguntó Remo a Marianné, a los pies de la mansión Cavallier.Marianné asintió. Su corazón bombeaba y apuntaba a querer salirse en cualquier momento, y es que ahora que sabía la verdad sobre su vida, guardaba en su pecho demasiados sentimientos encontrados.Remo ordenó a dos de sus guardias que se quedaran fuera de la mansión, mientras dos más los custodiaban a la puerta. La condición era aquella: No iba a entrar a esa casa sin su gente respaldándola. No se fiaba de su padre.— ¡Mi niña! ¡Qué alegría verte! — saludó la nana de Marianné al abrir la puerta, con una sonrisa de felicidad en el rostro.Marianné sonrió, y enseguida aprovechó para abrazarla con fuerza.— Mi madre, nana…— Está en el salón del té, mi niña. Te está esperando allí.— ¿Y mi… padre?La mujer bajó la mirada.— No está en la mansión.Marianné sintió alivio, a diferencia de Remo, que notó cierta particularidad en el tono de voz de la mujer.— ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara?— No me gusta