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Después de la salida de Priscila de la mansión, Ginevra también se marchó sin decir nada, tomando por sorpresa y preocupación a Marcello al enterarse.— ¿Entonces no sabes a dónde fue? — preguntó Marcello al Remo, quien lo había puesto al tanto esa tarde.Remo negó.— Es muy probable que haya vuelto a casa con su padre.— No, no…— ¿Qué pasa, Marcello? ¿Por qué te inquieta tanto?— Ginevra no puede volver a casa de su padre, no si este se entera de que…Remo entornó los ojos ante el silencio.— ¿De qué?— Joder, Remo. No debería ser yo quien hable de esto, pero… Ginevra está embarazada.Remo abrió los ojos.— ¿Qué? ¿Es que acaso tú…?— No, y eso es lo peor. Niccolo… — gruñó, apretando los puños. Entonces lo tuvo que poner al tanto de lo que había ocurrido.Remo golpeó la mesa.— ¿Por qué diablos nunca dijo nada?— Es mujer, Remo…— ¡Sí, pero la habría protegido! Una cosa es que nunca la haya amado, pero conozco a Ginevra desde que éramos apenas unos críos. Joder, no sabía que… había pa
— ¿Estás lista? — preguntó Remo a Marianné, a los pies de la mansión Cavallier.Marianné asintió. Su corazón bombeaba y apuntaba a querer salirse en cualquier momento, y es que ahora que sabía la verdad sobre su vida, guardaba en su pecho demasiados sentimientos encontrados.Remo ordenó a dos de sus guardias que se quedaran fuera de la mansión, mientras dos más los custodiaban a la puerta. La condición era aquella: No iba a entrar a esa casa sin su gente respaldándola. No se fiaba de su padre.— ¡Mi niña! ¡Qué alegría verte! — saludó la nana de Marianné al abrir la puerta, con una sonrisa de felicidad en el rostro.Marianné sonrió, y enseguida aprovechó para abrazarla con fuerza.— Mi madre, nana…— Está en el salón del té, mi niña. Te está esperando allí.— ¿Y mi… padre?La mujer bajó la mirada.— No está en la mansión.Marianné sintió alivio, a diferencia de Remo, que notó cierta particularidad en el tono de voz de la mujer.— ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara?— No me gusta
Marcello llevaba las últimas tres horas tratando de comunicarse con Ginevra, pero ella definitivamente se negaba a contestarle, hasta que tuvo que sobornar a una de sus mucamas para que lo mantuviera al tanto de lo que pasaba con ella.— ¿Señor Marcello?— ¿Sí?— Lo llamo porque… bueno… usted me dijo que si pasaba cualquier cosa con la señorita Ginevra se lo hiciera saber.— Sí, ¿Qué pasó? ¿Ginevra está bien? — preguntó incorporándose fuera de la silla de su escritorio.— Sí, el señor, su padre… bueno, él y la señorita discutieron muy fuerte y ella salió de la mansión.Marcello abrió los ojos.— ¡¿Qué?!— Sí, señor, la señorita había solicitado hablar con su padre de algo importante y urgente. De repente se escucharon gritos, y lo último que vi fue cuando salió llorando.— ¿Sabes a dónde fue?— ¡Sí, señor! La verdad se veía muy mal y la alcancé en la puerta. Le di la dirección de mi casita. Allí mi madre iba a recibirla antes de que cayera el temporal. Se notaba que no tenía a donde ir
La muerte de Valentino Carusso apañó todos los medios televisivos durante la semana siguiente, y para bien o para mal, aquello había forjado la relación de Remo y Marianné para siempre.Se encontraban en la habitación cuando una mucama les avisó sobre unos sobres que habían llegado para los dos.Se trataba de unas cartas individuales, firmadas por Priscila. Cada una dedicada a la pareja de futuros padres primerizos.Con Marianné se disculpaba por no haber sido su madre, pero le aseguraba que jamás había sido su culpa y que no había nada de malo en ella, al contrario, fueron las ambiciones y los miedos de Priscila los que la llevaron a decisiones equivocadas.A Remo le pedía perdón por no ser la madre amorosa que merecía, y también por no haber sido ella la que lo trajo a la vida, pero sí había algo de lo que podía estar seguro, y es que lo había amado en su forma desde el día uno. Le confesó quienes eran sus verdaderos padres, y que lamentaba que para esa fecha no pudiera conocerlos, p
Serafina no supo por cuanto tiempo estuvo caminando sin rumbo fijo, pero lo cierto es que volvió a la mansión poco antes de la madrugada, empapada de agua y el alma arrastrándola por el piso.Una mucama le avisó sobre los regalos de cumpleaños que comenzaron a llegar desde esa misma tarde, aunque no sería hasta el día siguiente cuando cumpliese oficialmente la mayoría de edad.— Gracias, los veré después — informó con una media sonrisa antes de encerrarse en su habitación hasta el día siguiente.Despertó gracias a los pequeños golpecitos sobre la puerta, así que se incorporó sonámbula y abrió, solo para darse cuenta de que no había nadie allí, salvo por una pequeña caja a la altura de sus pies que notó cuando bajó la vista.Entornó los ojos al tiempo que la tomaba y volvía a la habitación.Era una caja rectangular aterciopelada, color marfil. Seguramente se trataba de cualquier otro regalo de cumpleaños, uno al que tampoco pudo haberle prestado atención, pero, por extraño que fuese, es
Remo y Marianné llevaron a la mansión la noticia de su reciente compromiso, alegrándolos a todos. La nonna no se pudo mostrar más feliz por ellos y las felicitaciones no faltaron por parte de Florencia, Fabio y Marcello, incluso Ginevra también les deseó lo bueno.— Sé que en un principio me porté mal contigo, y no sabes cuánto lo lamento, Marianné, pero si de algo sirve, estoy muy arrepentida. Jamás amé a Remo, no como se nota que tú lo amas a él… ni tampoco me amó, no de la forma tan intensa en la que se te ama a ti — le había dicho Ginevra a Marianné, en un momento a solas que compartieron.Marianné le sonrió, pues se notaba que era sincera, además.— También me alegra que vayas a casarte con Marcello. Es un buen hombre.Ginevra asintió, echándole un rápido vistazo a su prometido.— Lo es, tanto que… no sé si lo merezca.— ¿Le quieres?— Con todo mi ser.— ¿No crees que eso sea suficiente?— No es eso, es solo que… no quiero que algún día me reproche.Marianné arrugó la frente.— ¿P
— ¡No vuelvas a hacer eso! ¡Te lo prohíbo!— Serafina…— ¡Vete de aquí! ¡No tienes derecho a jugar conmigo de esta forma, mald¡ito cobarde!— Llámame como quieras, pero escúchame muy bien. No vas a casarte con ese bueno para nada.Serafina respondió con una risa sin gracia.— ¿Quién va a impedirlo, tú? No me hagas reír. No tienes las suficientes pelotas para hacerlo. Me casaré con Filippo y no podrás hacer absolutamente nada al respecto.Savino apretó los puños.— ¿Y qué harás en la noche de bodas, eh? — se acercó un paso, luego otro. Serafina no se intimidó, o al menos fingió no hacerlo — ¿Qué harás cuando descubra que ya no eres pura? ¿Qué ya fuiste de otro hombre? ¡Que fuiste mía!Serafina pasó un trago y una lágrima la traicionó.— ¿Qué más te da? No es como si te importara, de ser así no me hubieses llevado a la cama para luego dejarme tirada. Ahora soy una mujer manchada, pero esa responsabilidad es mía, fui yo la que cayó redondita en tu juego.La mirada de Savino se suavizó. Le
— ¿Cómo has podido? ¡Te la confié una y mil veces carajo! ¡Me dijiste que jamás correspondiste a sus insinuaciones! ¡Me dijiste que…!— ¡Sé lo que te dije, Remo! — al fin Savino habló, interrumpiéndolo — ¡Sé lo que te dije y durante mucho tiempo fue así, pero… no pude evitarlo!Remo sonrió sin sonreír.— No pudiste evitarlo, ¿eh? ¿Por quién me tomas?— Remo…— ¡Es mi hermana, joder, mi hermana! ¡Y tú… tú eras mi amigo, Savino!Savino pasó un trago.— Jamás fue mi intención traicionar tu confianza.— Pero lo hiciste.— Si quieres que te diga que me arrepiento, no puedo. Me enamoré de Serafina. Me enamoré como nunca esperé hacerlo.Ante aquella confesión, Remo se quedó mudo. Conocía a Savino de toda la vida y jamás lo había visto hablar así acerca de sus sentimientos, aquellos que tenía por su hermana.Contrariado, se mesó el cabello y echó la cabeza hacia atrás en busca de aliento.— ¿Desde cuándo?— Remo…— Savino, necesito saber desde cuando tú y mi hermana… — ni siquiera pudo termina