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Remo miraba el reloj sobre su escritorio con impaciencia e inquietud, cuando Marianné llamó a la puerta y entró poco después, capturando su atención.Estaba ataviada dentro de un vestidito fresco de temporada y llevaba el cabello suelto.Preciosa.— Pensé que te encontraría listo — musitó ella, acercándose con pasos tímidos.Remo echó la silla hacia atrás y la instó a sentarse sobre su regazo. Le besó el hombre cuando la tuvo así, como le gustaba, pegada a él.— Hueles delicioso — ronroneó, inhalando el aroma de su cuello — ¿Que perfume es? Te follaría aquí mismo.Las mejillas de Marianné se encendieron.— Remo…— ¿Qué? Eres mi mujer. Es normal que quiera follarte a cada momento — anoche y esa mañana no fue suficiente. Y es que si fuese por él, permanecería anclado a su ser las veinticuatro horas del día.Pero Marianné negó con la cabeza.— No es eso, te dije algo cuando entré.— ¿Sí? ¿Qué era? — indagó, fingiendo no acordarse, y lamió la curva que conectaba con su mentón, al mismo tie
Entró al hospital sin fijarse en nada más que el asustado rostro de su mujer.— Me duele, Remo… me duele mucho — seguía quejándose sin parar.— ¡Un médico, por favor! — gritó Remo apenas entró a la sala, asustado y preocupado a partes iguales.Varias miradas cayeron sobre ellos, y al reconocerlo, no dudaron en asistirlos.— ¿Qué pasó? — preguntó un doctor, al tiempo que le ordenaba recostarla sobre la camilla.— No lo sé… de repente comenzó a dolerle mucho la zona del vientre. ¡Está embarazada, doctor! ¡Debe hacer algo por ella y por mi hijo!El hombre asintió, comprendiendo, y examinando rápidamente, los signos vitales de Marianné mientras la llevaban a una sala de urgencias.— Hasta aquí, señor. No puede pasar — le dijo una enfermera con pesar, evitando que pudiera acompañar a su mujer en el momento que más lo necesitaba.Marianné, en medio de sus lágrimas, echó el rostro hacia atrás mirando a Remo por última vez… antes de desaparecer por otra puerta.— Remo… — Florencia apareció un
Florencia estaba en la terraza del hospital, abrazada a sí misma y contemplando la ciudad que la vio crecer, y de la que estuvo alejada durante años, cuando advirtió la presencia de su hermano.Se giró con la nariz roja y lágrimas secas en sus mejillas.— Remo… — intentó decir, pero en una zancada, su hermano acortó la distancia que los separaba y la estrechó entre sus brazos.— Perdóname — le rogó, al tiempo que Florencia ahogaba un jadeo y enterraba el rostro en su cuello — Esto fue lo primero que tuve que haber hecho.— No tengo nada que perdonarte. Tenías razón, yo…— No, no digas nada — se alejó y tomó sus mejillas —. Lo que hiciste fue… demasiado valiente, Flor. No tenías que sacrificarte de esta forma.— No me arrepiento.Remo rio.— Toda una Gambino.— Al igual que tú.— Flor…— ¡No! Nada cambia. Eres hijo de nuestro padre. Te crío como uno. Mírate. Incluso lloras como él — bromeó entre lágrimas.Los dos rieron, y Remo volvió a estrecharla entre sus brazos.— ¿Cómo se llama mi
Esa misma noche, el doctor les dijo a Marianné y a Remo que podían volver a casa, siempre y cuando acataran sus recomendaciones.— ¿Estás segura de que quieres ir a la mansión? — le preguntó Remo a Marianné, ya en el auto — No tienes por qué hacerlo ahora.Pero Marianné estaba decidida a hacerle frente, así que asintió sin dudar.Remo soltó un suspiro, resignado, y ordenó al chofer que se pusiera en marcha. Florencia ya iba de camino también.Cuando entraron a la mansión, tomados de la mano, todo el mundo esperaba en el salón principal, cómo él lo había solicitado. Nina estaba sentada en la paleta del sofá, mientras que su abuela y… madre se encontraban de pie. La primera un tanto inquieta y la segunda dando órdenes a las mucamas para que trajeran el té.— ¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué has organizado esta reunión? — le preguntó la nonna.— Porque hay algo… importante que deberían saber — comenzó a decir.La nonna frunció el ceño.— ¿Y de qué se trata?Remo pasó un trago y miró a Marianné
Después de la salida de Priscila de la mansión, Ginevra también se marchó sin decir nada, tomando por sorpresa y preocupación a Marcello al enterarse.— ¿Entonces no sabes a dónde fue? — preguntó Marcello al Remo, quien lo había puesto al tanto esa tarde.Remo negó.— Es muy probable que haya vuelto a casa con su padre.— No, no…— ¿Qué pasa, Marcello? ¿Por qué te inquieta tanto?— Ginevra no puede volver a casa de su padre, no si este se entera de que…Remo entornó los ojos ante el silencio.— ¿De qué?— Joder, Remo. No debería ser yo quien hable de esto, pero… Ginevra está embarazada.Remo abrió los ojos.— ¿Qué? ¿Es que acaso tú…?— No, y eso es lo peor. Niccolo… — gruñó, apretando los puños. Entonces lo tuvo que poner al tanto de lo que había ocurrido.Remo golpeó la mesa.— ¿Por qué diablos nunca dijo nada?— Es mujer, Remo…— ¡Sí, pero la habría protegido! Una cosa es que nunca la haya amado, pero conozco a Ginevra desde que éramos apenas unos críos. Joder, no sabía que… había pa
— ¿Estás lista? — preguntó Remo a Marianné, a los pies de la mansión Cavallier.Marianné asintió. Su corazón bombeaba y apuntaba a querer salirse en cualquier momento, y es que ahora que sabía la verdad sobre su vida, guardaba en su pecho demasiados sentimientos encontrados.Remo ordenó a dos de sus guardias que se quedaran fuera de la mansión, mientras dos más los custodiaban a la puerta. La condición era aquella: No iba a entrar a esa casa sin su gente respaldándola. No se fiaba de su padre.— ¡Mi niña! ¡Qué alegría verte! — saludó la nana de Marianné al abrir la puerta, con una sonrisa de felicidad en el rostro.Marianné sonrió, y enseguida aprovechó para abrazarla con fuerza.— Mi madre, nana…— Está en el salón del té, mi niña. Te está esperando allí.— ¿Y mi… padre?La mujer bajó la mirada.— No está en la mansión.Marianné sintió alivio, a diferencia de Remo, que notó cierta particularidad en el tono de voz de la mujer.— ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara?— No me gusta
Marcello llevaba las últimas tres horas tratando de comunicarse con Ginevra, pero ella definitivamente se negaba a contestarle, hasta que tuvo que sobornar a una de sus mucamas para que lo mantuviera al tanto de lo que pasaba con ella.— ¿Señor Marcello?— ¿Sí?— Lo llamo porque… bueno… usted me dijo que si pasaba cualquier cosa con la señorita Ginevra se lo hiciera saber.— Sí, ¿Qué pasó? ¿Ginevra está bien? — preguntó incorporándose fuera de la silla de su escritorio.— Sí, el señor, su padre… bueno, él y la señorita discutieron muy fuerte y ella salió de la mansión.Marcello abrió los ojos.— ¡¿Qué?!— Sí, señor, la señorita había solicitado hablar con su padre de algo importante y urgente. De repente se escucharon gritos, y lo último que vi fue cuando salió llorando.— ¿Sabes a dónde fue?— ¡Sí, señor! La verdad se veía muy mal y la alcancé en la puerta. Le di la dirección de mi casita. Allí mi madre iba a recibirla antes de que cayera el temporal. Se notaba que no tenía a donde ir
La muerte de Valentino Carusso apañó todos los medios televisivos durante la semana siguiente, y para bien o para mal, aquello había forjado la relación de Remo y Marianné para siempre.Se encontraban en la habitación cuando una mucama les avisó sobre unos sobres que habían llegado para los dos.Se trataba de unas cartas individuales, firmadas por Priscila. Cada una dedicada a la pareja de futuros padres primerizos.Con Marianné se disculpaba por no haber sido su madre, pero le aseguraba que jamás había sido su culpa y que no había nada de malo en ella, al contrario, fueron las ambiciones y los miedos de Priscila los que la llevaron a decisiones equivocadas.A Remo le pedía perdón por no ser la madre amorosa que merecía, y también por no haber sido ella la que lo trajo a la vida, pero sí había algo de lo que podía estar seguro, y es que lo había amado en su forma desde el día uno. Le confesó quienes eran sus verdaderos padres, y que lamentaba que para esa fecha no pudiera conocerlos, p