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Cuando la noticia de Savino llegó a Serafina a través de un mensaje de texto, su corazón se detuvo por una milésima de segundo.— Serafina… ¿estás escuchando a Filippo? — le preguntó su madre, sacándola de su ensimismamiento.Alzó el rostro, aturdida y con lágrimas contenidas en los ojos. Se encontraban en el salón, compartiendo una taza de té.— Lo siento, me distraje por un segundo. ¿Qué me decías? — preguntó con una sonrisa tensa. Sus manos sudando y temblando de miedo.— Filippo te decía que le gustaría invitarte a cenar esta noche. Dale una respuesta. Estoy segura de que te encanta la idea, ¿no es así?Serafina parpadeó.— Yo, bueno… me siento un poco indispuesta. ¿Podríamos dejarlo para después?Priscila abrió los ojos, atravesándola con crudeza. ¿Qué estaba haciendo esa niña? ¿Cómo se daba el lujo de rechazar a un perfecto candidato para pedir su mano cuando cumpliese la mayoría de edad?— Creo que salir te hará bien, cariño, además, Filippo se encargará de que pases una velada
Los días siguientes, aunque fueron de absoluta tensión para Remo, nada evitó que cuidara de su mujer y retomara esa cita que había quedado pendiente. Por supuesto, se aseguró de que fuese seguro para ambos salir de la mansión, así que durante toda la velada, su séquito de hombres peinó la zona y se mantuvo alerta por cualquier inconveniente.— En una semana estarás divorciada de Valentino — le dijo Remo a Marianné después del postre.Ella abrió los ojos.— ¿Qué…? ¿Hablas en serio?— Sí, ya es un hecho, y aunque no quieran, ni él ni la cúpula pueden oponerse. Hay códigos más fuertes en nuestro mundo que no necesitan de la aprobación de nadie.Marianné sonrió sin poder creerlo.— Una semana — musitó.Remo asintió y tomó sus manos por encima de la mesa.— Sí, una semana y serás una mujer libre.— Ah, Remo — sus ojos se nublaron —… jamás creí que eso pudiera ser posible.— Pero lo es, y cuando eso suceda, ya no tendrá que preocuparte por nada.— Valentino no se quedará tranquilo.— Lo está
Serafina llevaba alrededor de cuatro horas esperando a Savino, cuando al fin lo vio aparecer.— Sav… — iba a decir, al tiempo que se incorporaba como un rayo y se sacudía el pantalón, tratando de lucir lo más presentable posible, pero una mujer apareció detrás él, robando toda su atención.Serafina frunció el ceño.¿Quién era ella…? ¿Y por qué acariciaba su mejilla con tanta familiaridad?Savino suspiró, hastiado, con la presencia de su exnovia allí.— ¿Qué carajos, Daniela? ¿Me has seguido?— No me dejaste alternativas. Te negabas a hablar.— Y sigo negándome. Vete de aquí. Eres la última persona a la que quiero ver.Pero la mujer sonrió, y estiró su mano para acariciarle la mejilla.— Tan dominante como siempre — dijo en un tono seductor, mezclado de recuerdos.Savino ladeó la cabeza, rechazando su contacto rotundamente, fue entonces cuando la vio.Serafina estaba en su puerta, y lo que sea que cruzó por su cabeza en ese momento, ante el atrevido e innecesario gesto de Daniela, no fu
Sin saber cómo, llegaron a la habitación, y solo descubrieron que estaban allí cuando un sillón los detuvo.— ¿Estás bien? — le preguntó Savino a una Serafina que se sentía flotar en una nube erótica, al tiempo que se separaba un milímetro de sus labios y reposaba su frente en la suya.Ella asintió con una sonrisa.— Estoy perfecta — consiguió decir con demasiado fuerzo, pues la pasión de aquel beso le había cortado el aliento.Savino sonrió de vuelta, orgulloso, y la tomó de los muslos, instándola a rodearlo con las piernas. Fue así como llegaron a la cama, y con demasiada cautela, sin apartar sus ojos de los suyos, la recostó sobre el colchón.La imagen de ella fue absolutamente celestial. Jamás imagino a Serafina en su cama, no de ese modo, ni que lo mirara como si no existiese otro hombre sobre la faz de la tierra, y es que la verdad estaba en que sí, para la Gambino no existía ni existiría otro hombre. Lo que sentía por él iba más allá de un capricho. Lo quería desde que tenía uso
Mientras tanto, en la mansión Gallo, a Marcello se le había notificado la presencia de su jefe y amigo, en compañía de Marianné.— Remo, Marianné. No los esperaba — saludó, contrariado, invitándolos a pasar.Marianné sonrió un tanto nerviosa, pues durante todo el camino, su hombre y padre de su futuro hijo se había mostrado demasiado inquieto.Cuando llegaron a la biblioteca, donde nadie los interrumpiría, Remo miró a su amigo, sosteniendo fuertemente la mano de la única mujer que lo podía mantener cuerdo.— “Ha llegado el momento”. ¿Te suena de algo? — preguntó entornando los ojos, y supo entonces que Marcello tenía que ver en todo aquello cuando palideció — ¿Qué? ¿Por qué te quedas callado?— Remo…— ¿Qué carajos sabes tú de la muerte de Florencia, eh, Marcello? — exigió saber, y toda esa contención a la que estuvo aferrándose durante el camino la vio desvanecerse de no ser por el pequeño y suave de apretón de la mano de Marianné, en torno a la suya.Ella lo miró con súplica. No era
Remo miraba el reloj sobre su escritorio con impaciencia e inquietud, cuando Marianné llamó a la puerta y entró poco después, capturando su atención.Estaba ataviada dentro de un vestidito fresco de temporada y llevaba el cabello suelto.Preciosa.— Pensé que te encontraría listo — musitó ella, acercándose con pasos tímidos.Remo echó la silla hacia atrás y la instó a sentarse sobre su regazo. Le besó el hombre cuando la tuvo así, como le gustaba, pegada a él.— Hueles delicioso — ronroneó, inhalando el aroma de su cuello — ¿Que perfume es? Te follaría aquí mismo.Las mejillas de Marianné se encendieron.— Remo…— ¿Qué? Eres mi mujer. Es normal que quiera follarte a cada momento — anoche y esa mañana no fue suficiente. Y es que si fuese por él, permanecería anclado a su ser las veinticuatro horas del día.Pero Marianné negó con la cabeza.— No es eso, te dije algo cuando entré.— ¿Sí? ¿Qué era? — indagó, fingiendo no acordarse, y lamió la curva que conectaba con su mentón, al mismo tie
Entró al hospital sin fijarse en nada más que el asustado rostro de su mujer.— Me duele, Remo… me duele mucho — seguía quejándose sin parar.— ¡Un médico, por favor! — gritó Remo apenas entró a la sala, asustado y preocupado a partes iguales.Varias miradas cayeron sobre ellos, y al reconocerlo, no dudaron en asistirlos.— ¿Qué pasó? — preguntó un doctor, al tiempo que le ordenaba recostarla sobre la camilla.— No lo sé… de repente comenzó a dolerle mucho la zona del vientre. ¡Está embarazada, doctor! ¡Debe hacer algo por ella y por mi hijo!El hombre asintió, comprendiendo, y examinando rápidamente, los signos vitales de Marianné mientras la llevaban a una sala de urgencias.— Hasta aquí, señor. No puede pasar — le dijo una enfermera con pesar, evitando que pudiera acompañar a su mujer en el momento que más lo necesitaba.Marianné, en medio de sus lágrimas, echó el rostro hacia atrás mirando a Remo por última vez… antes de desaparecer por otra puerta.— Remo… — Florencia apareció un
Florencia estaba en la terraza del hospital, abrazada a sí misma y contemplando la ciudad que la vio crecer, y de la que estuvo alejada durante años, cuando advirtió la presencia de su hermano.Se giró con la nariz roja y lágrimas secas en sus mejillas.— Remo… — intentó decir, pero en una zancada, su hermano acortó la distancia que los separaba y la estrechó entre sus brazos.— Perdóname — le rogó, al tiempo que Florencia ahogaba un jadeo y enterraba el rostro en su cuello — Esto fue lo primero que tuve que haber hecho.— No tengo nada que perdonarte. Tenías razón, yo…— No, no digas nada — se alejó y tomó sus mejillas —. Lo que hiciste fue… demasiado valiente, Flor. No tenías que sacrificarte de esta forma.— No me arrepiento.Remo rio.— Toda una Gambino.— Al igual que tú.— Flor…— ¡No! Nada cambia. Eres hijo de nuestro padre. Te crío como uno. Mírate. Incluso lloras como él — bromeó entre lágrimas.Los dos rieron, y Remo volvió a estrecharla entre sus brazos.— ¿Cómo se llama mi