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Marianné gimió de asombro, pero también de recibimiento, y como una autómata, respondió ante el contacto, sintiendo como la boca masculina la consumía y seducía con increíble placer. Se separaron después de un instante, buscando el aire, aunque no se alejaron. — Me alegra que todo haya quedado solucionado. Ella sonrió. — Yo también. Hoy… cuando fui a buscarte, lo hice pensando en arreglar las cosas — confesó con un tierno sonrojo en las mejillas. Remo le besó la comisura. — Anoche también fui a verte. Te dije cosas que no quería. — Yo igual. — Quiero que estemos bien, ¿de acuerdo? — ella asintió, más que encantada. — Y lo de anoche, lo de… Fabio… Yo… — Dejemos eso atrás. Eso no debería volver a ser un tema de conversación entre nosotros. Ella torció una sonrisa triste. — Pero… lo que quieres hacer con Fabio es injusto. Estás pidiéndome que acepte que lo refundas en la cárcel tanto como puedas. — Marianné… — ¡Por favor, es inocente! Remo suspiró. — ¿En serio crees que es
Más tarde, en el despacho, se encontraban Remo y Savino, poniéndose al día de los asuntos importantes. — El juez ya sabe lo que tiene que hacer. A Fabio Cavallier todavía le quedan muchos años de cárcel — mencionó Savino, de este lado del escritorio, pero Remo parecía tan ensimismado que no pareció escucharlo — ¿Remo? — llamó, consiguiendo que su jefe y amigo al fin prestara atención — ¿Qué te pasa? Remo se recostó contra el respaldo de su silla y exhaló profundamente. — ¿Crees que debería confiar en Marcello? — preguntó de pronto, tomando por asombro a Savino, que rio, creyendo que se trataba de un chiste, hasta que descubrió que no. — ¿En serio estás preguntándome esto? Remo se encogió de hombros ligeramente, mientras jugaba inquieto con el bolígrafo. — Últimamente lo he notado con una actitud demasiado filosa. — Pero estás hablando de Marcello — le recordó Savino —. Joder, Remo, han sido amigos toda la vida, y lo que sea que pueda estar pasando, estoy seguro que no tiene nada
Durante las siguientes dos horas, Remo se dedicó entero a Marianné. Le recordó lo bien que se sentía montar a caballo y con paciencia la instó a hacerlo después por su cuenta, sin su ayuda, y es que aunque al principio Marianné se mostró nerviosa al subirse al lomo de soledad, esta se portó a altura y terminaron por congeniar muy bien. Remo sonrió más que encantado, y un tanto nostálgico también, pues no había visto a soledad tan receptora con nadie desde la muerte de Florencia. — Le agradas — le dijo él cuando volvieron a los establos. Marianné torció una sonrisa, mientras acariciaba el suave pelaje del animal. — ¿Crees que Florencia estaría molesta? — ¿Por qué lo estaría? — No lo sé, imagino que era muy protectora con soledad. Remo sonrió, al tiempo que daba la orden a uno de sus hombres para que se llevaran al animal. — Lo era — recordó entonces con cariño —… pero estoy seguro de que no le habría molestado, al contrario, creo que se hubiesen llegado muy bien. Marianné alzó
Remo tuvo que suavizar su semblante para volver a Marianné. — ¿Te vas? — le preguntó ella, torciendo una sonrisa. Remo tomó su mano y le besó el dorso. — Sí, quizás no vuelvas hasta la madrugada, así que no me esperes despierta. Tampoco te quedes aquí aburrida, estoy segura de que a mi nonna le encantaría tomar el té contigo. También puedes ir a ver los libros que te dije — le recordó —. La habitación de Florencia está al final de este pasillo, en el lado derecho — se inclinó hacia el último cajón de la veladora y sacó una llave antes de mostrársela —. Con esto abres la puerta. Marianné asintió con una sonrisa, y Remo se despidió por último con un corto y entrañable beso sobre sus labios. — ¡Espera! — le dijo ella, envolviéndose en una sábana antes de ponerse de pie. Remo se detuvo mirando rápidamente su reloj — Hay algo de lo que… quiero hablarte. — Será después, ahora en serio tengo que irme. — Pero… — Cariño, volveré y me contarás todo lo que quieras, ¿de acuerdo? — Bueno —
Fabio Cavallier no podía creer que tenía a su hermana pequeña frente a sí, y que con los años, se hubiese convertido en aquella hermosa mujer. Tomó con discreción sus manos entre las suyas y sonrió nostálgico. — Estás preciosa — le dijo con orgullo. — Ah, Fabio — Marianné respondió al contacto y sonrió con tristeza, aunque una gran parte de ella estaba feliz de verlo —… cuando me enteré de que estabas aquí, que tú… — ¡Manos! — los sorprendió un guardia de pronto, otra vez, obligándolos a separarse — Conoces las reglas, Cavallier — advirtió, y echó un vistazo al reloj en su muñeca —. Te quedan diez minutos. — ¡Pero…! — Eh, Anné — llamó Fabio, instándola a mirarlo. Él sabía mejor que nadie, que allí los segundos eran contados —. Dijiste que te enteraste de que estaba aquí. ¿Madre o padre te lo dijeron? — No, yo… me enteré por la ex prometida de Remo. Ella… — ¿La ex del Gambino? ¿Qué tienes que ver con esa familia, Anné? ¿Se te han acercado? — Fabio… — ¡Tienes que mantenerte ale
— ¿Remo? — musitó Marianné, girándose, contrariada, aunque feliz de verlo allí, pues si Fabio le decía a él lo que acababa de contarle a ella, las cosas serían muy distintas — Que bueno que estás aquí, escucha, Fabio… Pero él ni siquiera reparó en ella del todo, y a cambio, continuó caminando hasta donde estaba su hermano, y lo señaló con advertencia. — Deja de llenarle la cabeza de basura, Fabio, te lo advierto, y no sé cómo conseguiste hacerla venir, pero… — ¡Fabio no me pidió que viniera! — No te metas, Marianné — le dijo él, todavía sin mirarla. — No me das miedo, Gambino, y agradece que no solo tienes ventaja en este momento sobre mí, sino que por lo que veo tienes en el bolsillo a todos los guardias de esta ratonera — dijo mirando a su alrededor. Ninguno de ellos estaba con la intención de intervenir, de no ser necesario —. Pero algo sí te diré: allí fuera todavía tengo gente que es leal a mí, y si me entero de que le vuelves a hablar de esa forma a mi hermana… Remo rio sin
— ¿Se puede saber dónde diablos estabas? — preguntó Marcello apenas entró al despacho de Remo, en una bodega custodiada cerca del puerto.— Estaba atendiendo un asunto importante — respondió el siciliano sin prestar mayor atención a su amigo, y a cambio, mantuvo la mirada fija en los papeles sobre su escritorio. Cuentas por maquillar y dinero por “legalizar”.Marcelo rio sin gracia.— ¿Y ese asunto importante tiene ver con Marianné? — quiso saber, provocando que al fin Remo alzara el rostro y dejara lo que estaba haciendo.— Sí, Marcello, estaba con Marianné. ¿Cuál es tu mald¡to problema con eso, eh? — su actitud ya lo estaba llevando a sus límites.— Mi problema es que he sido criado y educado para convertirme en tu asesor, y lo único que has hecho, desde que te encaprichaste con la Cavallier, es dejar toda tu responsabilidad a un lado.— Jamás he olvidado mi responsabilidad, Marcello, y estoy casi seguro de que eso no es lo que te fastidia. ¿Por qué no me lo dices de una buena vez, e
Mientras tanto, en la mansión, cuando apenas amanecía, Marianné despertó más cansada de lo normal, con mucho esfuerzo, y se dio cuenta de que Remo no había llegado, y que el “no me esperes”, fue precisamente por eso, porque no llegaría a dormir.Una mucama llamó a la puerta con el desayuno, pero apenas probó bocado, se sentía sin apetito.— ¿Puedo? — escuchó a media mañana, cuando la nonna se asomó por la puerta.Marianné se incorporó con un pequeño sonrojo en sus mejillas, y la invitó a pasar.— ¿Cómo estás, querida? ¿Por qué no nos acompañaste hoy a la mesa? — preguntó la nonna Vittoria, echando un rápido vistazo a la habitación.Marianné jugó con sus dedos.— Me sentía un poco indispuesta.La mujer le sonrió con cariño.— Oh, querida, ¿necesitas que llamemos al médico?— No creo que haga falta.— Siempre hará falta, además, mírate esas ojeras. ¿Es que no dormiste bien? — preguntó preocupada — No tienes buen aspecto.— Estoy bien, yo solo…— Llamaré al médico, ¿de acuerdo?— Pero… —