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Remo tuvo que suavizar su semblante para volver a Marianné. — ¿Te vas? — le preguntó ella, torciendo una sonrisa. Remo tomó su mano y le besó el dorso. — Sí, quizás no vuelvas hasta la madrugada, así que no me esperes despierta. Tampoco te quedes aquí aburrida, estoy segura de que a mi nonna le encantaría tomar el té contigo. También puedes ir a ver los libros que te dije — le recordó —. La habitación de Florencia está al final de este pasillo, en el lado derecho — se inclinó hacia el último cajón de la veladora y sacó una llave antes de mostrársela —. Con esto abres la puerta. Marianné asintió con una sonrisa, y Remo se despidió por último con un corto y entrañable beso sobre sus labios. — ¡Espera! — le dijo ella, envolviéndose en una sábana antes de ponerse de pie. Remo se detuvo mirando rápidamente su reloj — Hay algo de lo que… quiero hablarte. — Será después, ahora en serio tengo que irme. — Pero… — Cariño, volveré y me contarás todo lo que quieras, ¿de acuerdo? — Bueno —
Fabio Cavallier no podía creer que tenía a su hermana pequeña frente a sí, y que con los años, se hubiese convertido en aquella hermosa mujer. Tomó con discreción sus manos entre las suyas y sonrió nostálgico. — Estás preciosa — le dijo con orgullo. — Ah, Fabio — Marianné respondió al contacto y sonrió con tristeza, aunque una gran parte de ella estaba feliz de verlo —… cuando me enteré de que estabas aquí, que tú… — ¡Manos! — los sorprendió un guardia de pronto, otra vez, obligándolos a separarse — Conoces las reglas, Cavallier — advirtió, y echó un vistazo al reloj en su muñeca —. Te quedan diez minutos. — ¡Pero…! — Eh, Anné — llamó Fabio, instándola a mirarlo. Él sabía mejor que nadie, que allí los segundos eran contados —. Dijiste que te enteraste de que estaba aquí. ¿Madre o padre te lo dijeron? — No, yo… me enteré por la ex prometida de Remo. Ella… — ¿La ex del Gambino? ¿Qué tienes que ver con esa familia, Anné? ¿Se te han acercado? — Fabio… — ¡Tienes que mantenerte ale
— ¿Remo? — musitó Marianné, girándose, contrariada, aunque feliz de verlo allí, pues si Fabio le decía a él lo que acababa de contarle a ella, las cosas serían muy distintas — Que bueno que estás aquí, escucha, Fabio… Pero él ni siquiera reparó en ella del todo, y a cambio, continuó caminando hasta donde estaba su hermano, y lo señaló con advertencia. — Deja de llenarle la cabeza de basura, Fabio, te lo advierto, y no sé cómo conseguiste hacerla venir, pero… — ¡Fabio no me pidió que viniera! — No te metas, Marianné — le dijo él, todavía sin mirarla. — No me das miedo, Gambino, y agradece que no solo tienes ventaja en este momento sobre mí, sino que por lo que veo tienes en el bolsillo a todos los guardias de esta ratonera — dijo mirando a su alrededor. Ninguno de ellos estaba con la intención de intervenir, de no ser necesario —. Pero algo sí te diré: allí fuera todavía tengo gente que es leal a mí, y si me entero de que le vuelves a hablar de esa forma a mi hermana… Remo rio sin
— ¿Se puede saber dónde diablos estabas? — preguntó Marcello apenas entró al despacho de Remo, en una bodega custodiada cerca del puerto.— Estaba atendiendo un asunto importante — respondió el siciliano sin prestar mayor atención a su amigo, y a cambio, mantuvo la mirada fija en los papeles sobre su escritorio. Cuentas por maquillar y dinero por “legalizar”.Marcelo rio sin gracia.— ¿Y ese asunto importante tiene ver con Marianné? — quiso saber, provocando que al fin Remo alzara el rostro y dejara lo que estaba haciendo.— Sí, Marcello, estaba con Marianné. ¿Cuál es tu mald¡to problema con eso, eh? — su actitud ya lo estaba llevando a sus límites.— Mi problema es que he sido criado y educado para convertirme en tu asesor, y lo único que has hecho, desde que te encaprichaste con la Cavallier, es dejar toda tu responsabilidad a un lado.— Jamás he olvidado mi responsabilidad, Marcello, y estoy casi seguro de que eso no es lo que te fastidia. ¿Por qué no me lo dices de una buena vez, e
Mientras tanto, en la mansión, cuando apenas amanecía, Marianné despertó más cansada de lo normal, con mucho esfuerzo, y se dio cuenta de que Remo no había llegado, y que el “no me esperes”, fue precisamente por eso, porque no llegaría a dormir.Una mucama llamó a la puerta con el desayuno, pero apenas probó bocado, se sentía sin apetito.— ¿Puedo? — escuchó a media mañana, cuando la nonna se asomó por la puerta.Marianné se incorporó con un pequeño sonrojo en sus mejillas, y la invitó a pasar.— ¿Cómo estás, querida? ¿Por qué no nos acompañaste hoy a la mesa? — preguntó la nonna Vittoria, echando un rápido vistazo a la habitación.Marianné jugó con sus dedos.— Me sentía un poco indispuesta.La mujer le sonrió con cariño.— Oh, querida, ¿necesitas que llamemos al médico?— No creo que haga falta.— Siempre hará falta, además, mírate esas ojeras. ¿Es que no dormiste bien? — preguntó preocupada — No tienes buen aspecto.— Estoy bien, yo solo…— Llamaré al médico, ¿de acuerdo?— Pero… —
La adornó con besos y caricias por todos lados, y a medida que las temperaturas de sus cuerpos iban subiendo y los dedos de Marianné se enroscaban ansiosos a los botones de su camisa, Remo tomó delicado sus muñecas y pegó su frente a la suya.— Estás enferma, no deberíamos… — musitó, consciente, aunque todo de él se moría por poseerla en ese preciso instante.— Pero… yo quiero — replicó la dulce joven a cambio, con las mejillas encendidas y la respiración un tanto agitada.— Y no dudes que yo también, pero no quiero lastimarte, mucho menos agotarte más de la cuenta.— Estaré bien.— Marianné…— Por favor, Remo — rogó, necesitada, con esa dulce y melodiosa voz a la que el siciliano no pudo resistirse.— ¿Estás segura?— Sí — aseguró, y fue lo único que necesitó el siciliano para asaltar su boca y enroscarse a su lengua con renovados ánimos.Marianné respondió como siempre, completamente abandonada a él, y se hizo de los botones de su camisa hasta sacársela por los hombros y dejarlo comp
Durante las siguientes dos semanas, Marianné había presentado notables avances. Remo la acompañaba a cada consulta médica sin importar cuan ocupada estuviera y la consentía como nunca a nadie en su vida.— Volverá en dos días… ¿segura que vas a estar bien? — le preguntó Remo una mañana, ya vestido formalmente para comenzar el día. Una pequeña maleta de mano lo esperaba en la puerta y el auto listo para llevarlo al aeropuerto.Marianné sonrió con dulzura.— Me siento perfecta, no tienes por qué preocuparte tanto — respondió ella.Remo solo se iba únicamente porque ella le había insistido que lo hiciera, pues los últimos días, no se había despegado de ella y el móvil le sonaba a cada rato solicitando su presencia.— De acuerdo, pero me llamarás si surge algo y acudirás a mi abuela inmediatamente si no contesto. Promete que lo harás.— Bien.— Promételo, Marianné. No estoy jugando.Marianné volvió a sonreír. Remo la enamoraba cada día con sus gestos de atención hacia ella.— Lo prometo.Y
— ¿Por qué diablos me lo pones tan difícil siempre, eh? — preguntó en un gruñido, al cabo de un instante; demasiado cerca de sus labios, y provocando que a la hermana de su jefe se le cortara el aliento.— No debería ser tan difícil — respondió ella después de cortos segundos —. Ah, Savino, si tan solo tú…— No, no lo digas — la interrumpió, contenido. Sus manos aún puestas en su cintura, ansiando tocar más allá de los límites que podría permitirse a sí mismo.— ¿Por qué? ¿Por qué no, Savino? Sé que me deseas — se aventuró a decir, exponiéndose al rechazo más cruel.— Serafina…— Atrévete a negarlo, vamos, hazlo — lo retó —. Atrévete a negar como deseas como mujer, y que no te mueres por follarme ahora y aquí, arriesgándonos a ser vistos.— ¿Cuándo entenderás que eres una cría, eh? ¡No puedo, joder! ¿Entiendes eso?— No, no lo entiendo — negó, cerrada —. ¡No entiendo por qué no puedes amarme… desearme!— No se trata de ti.— ¿Qué es entonces? ¿Es alguien más? Savino, tú… ¿estás enamora