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— ¿Remo? — musitó Marianné, girándose, contrariada, aunque feliz de verlo allí, pues si Fabio le decía a él lo que acababa de contarle a ella, las cosas serían muy distintas — Que bueno que estás aquí, escucha, Fabio… Pero él ni siquiera reparó en ella del todo, y a cambio, continuó caminando hasta donde estaba su hermano, y lo señaló con advertencia. — Deja de llenarle la cabeza de basura, Fabio, te lo advierto, y no sé cómo conseguiste hacerla venir, pero… — ¡Fabio no me pidió que viniera! — No te metas, Marianné — le dijo él, todavía sin mirarla. — No me das miedo, Gambino, y agradece que no solo tienes ventaja en este momento sobre mí, sino que por lo que veo tienes en el bolsillo a todos los guardias de esta ratonera — dijo mirando a su alrededor. Ninguno de ellos estaba con la intención de intervenir, de no ser necesario —. Pero algo sí te diré: allí fuera todavía tengo gente que es leal a mí, y si me entero de que le vuelves a hablar de esa forma a mi hermana… Remo rio sin
— ¿Se puede saber dónde diablos estabas? — preguntó Marcello apenas entró al despacho de Remo, en una bodega custodiada cerca del puerto.— Estaba atendiendo un asunto importante — respondió el siciliano sin prestar mayor atención a su amigo, y a cambio, mantuvo la mirada fija en los papeles sobre su escritorio. Cuentas por maquillar y dinero por “legalizar”.Marcelo rio sin gracia.— ¿Y ese asunto importante tiene ver con Marianné? — quiso saber, provocando que al fin Remo alzara el rostro y dejara lo que estaba haciendo.— Sí, Marcello, estaba con Marianné. ¿Cuál es tu mald¡to problema con eso, eh? — su actitud ya lo estaba llevando a sus límites.— Mi problema es que he sido criado y educado para convertirme en tu asesor, y lo único que has hecho, desde que te encaprichaste con la Cavallier, es dejar toda tu responsabilidad a un lado.— Jamás he olvidado mi responsabilidad, Marcello, y estoy casi seguro de que eso no es lo que te fastidia. ¿Por qué no me lo dices de una buena vez, e
Mientras tanto, en la mansión, cuando apenas amanecía, Marianné despertó más cansada de lo normal, con mucho esfuerzo, y se dio cuenta de que Remo no había llegado, y que el “no me esperes”, fue precisamente por eso, porque no llegaría a dormir.Una mucama llamó a la puerta con el desayuno, pero apenas probó bocado, se sentía sin apetito.— ¿Puedo? — escuchó a media mañana, cuando la nonna se asomó por la puerta.Marianné se incorporó con un pequeño sonrojo en sus mejillas, y la invitó a pasar.— ¿Cómo estás, querida? ¿Por qué no nos acompañaste hoy a la mesa? — preguntó la nonna Vittoria, echando un rápido vistazo a la habitación.Marianné jugó con sus dedos.— Me sentía un poco indispuesta.La mujer le sonrió con cariño.— Oh, querida, ¿necesitas que llamemos al médico?— No creo que haga falta.— Siempre hará falta, además, mírate esas ojeras. ¿Es que no dormiste bien? — preguntó preocupada — No tienes buen aspecto.— Estoy bien, yo solo…— Llamaré al médico, ¿de acuerdo?— Pero… —
La adornó con besos y caricias por todos lados, y a medida que las temperaturas de sus cuerpos iban subiendo y los dedos de Marianné se enroscaban ansiosos a los botones de su camisa, Remo tomó delicado sus muñecas y pegó su frente a la suya.— Estás enferma, no deberíamos… — musitó, consciente, aunque todo de él se moría por poseerla en ese preciso instante.— Pero… yo quiero — replicó la dulce joven a cambio, con las mejillas encendidas y la respiración un tanto agitada.— Y no dudes que yo también, pero no quiero lastimarte, mucho menos agotarte más de la cuenta.— Estaré bien.— Marianné…— Por favor, Remo — rogó, necesitada, con esa dulce y melodiosa voz a la que el siciliano no pudo resistirse.— ¿Estás segura?— Sí — aseguró, y fue lo único que necesitó el siciliano para asaltar su boca y enroscarse a su lengua con renovados ánimos.Marianné respondió como siempre, completamente abandonada a él, y se hizo de los botones de su camisa hasta sacársela por los hombros y dejarlo comp
Durante las siguientes dos semanas, Marianné había presentado notables avances. Remo la acompañaba a cada consulta médica sin importar cuan ocupada estuviera y la consentía como nunca a nadie en su vida.— Volverá en dos días… ¿segura que vas a estar bien? — le preguntó Remo una mañana, ya vestido formalmente para comenzar el día. Una pequeña maleta de mano lo esperaba en la puerta y el auto listo para llevarlo al aeropuerto.Marianné sonrió con dulzura.— Me siento perfecta, no tienes por qué preocuparte tanto — respondió ella.Remo solo se iba únicamente porque ella le había insistido que lo hiciera, pues los últimos días, no se había despegado de ella y el móvil le sonaba a cada rato solicitando su presencia.— De acuerdo, pero me llamarás si surge algo y acudirás a mi abuela inmediatamente si no contesto. Promete que lo harás.— Bien.— Promételo, Marianné. No estoy jugando.Marianné volvió a sonreír. Remo la enamoraba cada día con sus gestos de atención hacia ella.— Lo prometo.Y
— ¿Por qué diablos me lo pones tan difícil siempre, eh? — preguntó en un gruñido, al cabo de un instante; demasiado cerca de sus labios, y provocando que a la hermana de su jefe se le cortara el aliento.— No debería ser tan difícil — respondió ella después de cortos segundos —. Ah, Savino, si tan solo tú…— No, no lo digas — la interrumpió, contenido. Sus manos aún puestas en su cintura, ansiando tocar más allá de los límites que podría permitirse a sí mismo.— ¿Por qué? ¿Por qué no, Savino? Sé que me deseas — se aventuró a decir, exponiéndose al rechazo más cruel.— Serafina…— Atrévete a negarlo, vamos, hazlo — lo retó —. Atrévete a negar como deseas como mujer, y que no te mueres por follarme ahora y aquí, arriesgándonos a ser vistos.— ¿Cuándo entenderás que eres una cría, eh? ¡No puedo, joder! ¿Entiendes eso?— No, no lo entiendo — negó, cerrada —. ¡No entiendo por qué no puedes amarme… desearme!— No se trata de ti.— ¿Qué es entonces? ¿Es alguien más? Savino, tú… ¿estás enamora
Cuando Marianné bajó al salón, todo el mundo en la mansión Gambino estaba allí.— ¿Qué está pasando? — preguntó a la nonna Vittoria, ya para ese punto demasiado inquieta — ¿Dónde está Remo?La mujer la miró con compasión y tomó sus manos entre las suyas.— Sé que a mi nieto no le hubiese gustado que te diese esta noticia, pero…— ¿Pero qué? ¿Qué pasa? ¡Dígamelo, por favor! — rogó.— Cariño, hace una hora Savino perdió toda comunicación con Remo, y… hace media confirmamos que lo han secuestrado.Marianné ahogó un jadeo de impresión y sus ojos se abrieron como platos.— ¿Qué? No, no… — comenzó a negar con la cabeza.— Marianné, querida, tienes que tomarlo con calma, ¿de acuerdo?— ¡Pero no puede ser cierto! ¡Él me había llamado… me dijo que vendría, que…!— ¡Esto no es más que tu culpa! — intervino Priscila de pronto, señalándola — ¡Desde que llegaste a la vida de mi hijo no has hecho más que alterar su vida!— Priscila, basta, no estás ayudando en nada a esta situación.— No, suegra. No
— ¿Embarazada, doctor? ¿Está seguro? — preguntó después de un par de segundos.— Completamente. Felicidades — le dijo antes de darle un momento a solas para procesar la noticia, así que, cuando el doctor salió de la habitación, Marianné rompió a llorar con sentimientos acumulados.Un instante después, la puerta se abrió ligeramente. Era la nonna. Entró con una media sonrisa.— Cariño, qué preocupada estaba.Todavía conmocionada, Marianné se limpió las lágrimas.— Señora…— Dime nonna, por favor — se acercó a su lado y tomó su mano entre la suya —… sobre todo ahora que vas a darme a mi primer bisnieto.— ¿Lo sabe?— Tuve mis sospechas, pero no quise ser imprudente, y ahora no pude evitar escuchar la noticia desde el otro lado de la puerta. ¿Cómo te sientes?— Yo… no lo sé — musitó sincera, y perdió la mirada por un segundo antes de buscar los ojos de la buena mujer — Remo. Dios, Remo…— Tranquila, Savino ya lo ha localizado — le dijo en tono suave —. Están organizando un operativo para