48. UN BESO DE CASTIGO

Capítulo cuarenta y ocho: Un beso de castigo

Teresa miró a su esposo sorprendida. Sabía que no podría confesarle la verdad, no podía decirle que a pesar de todo lo que había hecho y dicho, había descubierto que todavía lo amaba y que deseaba que tuviera éxito, aunque ella no pudiera compartirlo con él.

—Pensé que un buen detalle exigía otro por mi parte... —respondió Teresa encogiéndose de hombros—. Me prometiste que le enseñarías mi trabajo a Andreas Constanidou...

—¿Y pensaste que no lo haría si no hacías lo que te pedí?

—Algo así —manifestó Teresa y sonrió—. Me pareció un buen intercambio... pero si has cambiado de planes...

—No —aseguró Angelo—, todo sigue igual. En el último minuto me iba a disculpar por tu ausencia. Espera un momento, vamos a librarnos de tus cosas —la cogió de la mano y la llevó con él a la recepción. Allí entregó la caja al empleado dejándole instrucciones de que la guardaran junto con su portafolios. En seguida, la condujo hacia el bar—. Esto es una sorpresa,
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