Rebecca acaba de cumplir ocho meses. Dos veces por semana, ella hace terapia, y Alex la acompaña siempre que va al hospital. Desde la crisis que tuvo, Alex empezó a trabajar desde casa, y solo va a la oficina en casos urgentes que no puede resolver de forma remota. Mientras espera en el hospital, Richard lo llama para hablar en su consulta.– ¿Cómo están las cosas? – Pregunta Richard.– Difíciles. Los altibajos continúan. Ella no habla conmigo, por más que lo intente. No quiero presionarla y hacerla sentir más triste o enfadada.– Tienes razón. Seguramente, ella está abriéndose con la psicóloga. Escucha, Alex, ¿de verdad no vas a acompañar a Ryan a Nueva York?– No creo que sea necesario. Ya lo ayudé con la propuesta. Prefiero quedarme al lado de Rebecca.– Sé que te dije que te quedaras con ella, pero no seas sobreprotector, Alex. Dale un poco de espacio. Además, hoy tienen ese té en la casa de Christine. ¿Vas a prohibirle que vaya?– Claro que no. Ella me dijo que iría. La llevaré a
Richard observa con aprensión a los médicos atendiendo a la hija de Alex y Rebecca, el pánico estampado en sus rostros es innegable. Después de minutos que parecen interminables, logran estabilizar los latidos cardíacos del bebé.– ¿Cuál es el diagnóstico, Dr. Kremer? – Pregunta Richard.– Lo peor posible. Esta es la segunda parada cardíaca que enfrenta. Sus latidos son extremadamente débiles y su respiración es mantenida con la ayuda de aparatos. – Richard pone la mano sobre la boca, impactado por lo que acaba de escuchar. – Richard, eres médico, comprendes que las posibilidades de supervivencia son mínimas.– Lo sé. – Responde con la voz entrecortada, conteniendo las lágrimas. Siempre es angustiante enfrentar estas situaciones, especialmente cuando involucran a personas a las que ama. – Y respecto a Rebecca, ¿cómo está?– Tuvimos varias complicaciones durante la cesárea, su presión arterial subió considerablemente. Logramos estabilizarla. Las próximas 48 horas serán cruciales para a
Alex se levanta exhausto y se aleja de la recepción, perturbado por las miradas de compasión que recibe de todos a su alrededor.– Richard, necesitamos hablar. – Dice Christine, acercándose.– Puedes hablar. ¿Qué pasó? – Pregunta Richard, visiblemente cansado.– No aquí, vamos a tu consultorio.– De acuerdo, vamos. – Responde él, dirigiéndose a su consultorio.Christine, al acercarse a Susan, la toma de la mano y la lleva al consultorio de Richard.– ¿Qué es tan importante? – Pregunta Richard, sentándose en su silla.– Richard, cuando llegué a casa hoy, un celular no paraba de sonar. Descubrí que era de la bolsa de Becca. Cuando la abrí para apagarlo, encontré esto. – Ella abre la bolsa, saca una receta y se la entrega, y luego coloca un montón de medicamentos sobre la mesa.– ¡Maldición! – Murmura Richard, mientras examina la receta y observa la pila de medicamentos frente a él.– ¿Qué está pasando? – Pregunta Susan, confusa.– Son abortivos, Susan – Responde Richard, desanimado. – ¡
Alex permanece con la cabeza baja durante un largo período, luchando por asimilar la dolorosa situación que había desgarrado su alma. Después de un profundo suspiro, finalmente se levanta e inicia un recorrido nervioso por lo consultorio, mientras Richard lo observa en completo silencio.– Llévame hasta ella, Richard. – Dice Alex, deteniéndose de repente y mirándolo con ojos llenos de lágrimas.– Alex, no estoy seguro de que sea la mejor opción. No sé si esto te traerá algún alivio y...– Richard, no estoy pidiendo consejos. – Interrumpe, con su voz cargada de emoción. – Simplemente hazlo, por favor. Llévame hasta ella.Richard permanece en silencio, consciente de que ninguna palabra logrará disuadir a Alex. Con un gesto resignado, se levanta y abandona la sala, con Alex siguiéndolo en silencio. Juntos, recorren los pasillos hasta llegar a la maternidad, donde la bebé ha sido trasladada a una habitación aislada en la unidad de cuidados intensivos neonatales.– Estás a punto de sufrir
Alex camina hasta la habitación donde Rebecca descansa y pasa toda la tarde en un sillón, observándola mientras duerme. Por la noche, cuando ella se despierta, él está de pie frente a la ventana, perdido en sus propios pensamientos. Rebecca mira hacia su espalda, las lágrimas corriendo por su rostro, sintiendo el peso abrumador en su corazón. Suspira, reuniendo el coraje necesario para enfrentarlo.– Alex? – Llama con voz temblorosa.Al escuchar su voz, el corazón de Alex se acelera, pero sigue inmóvil, incapaz de mirarla.– Alex, por favor, mírame. – Implora, sentándose en la cama y luchando contra las lágrimas.– ¿Cómo te sientes? – Le pregunta, sin aún poder mirarla.– Por favor, mírame, Alex. – Suplica, con lágrimas corriendo. – Mírame, te lo ruego.Alex permanece inmóvil, sintiendo su corazón dolorido al escuchar el llanto de Rebecca. Por mucho que intente, no puede reunir el coraje para mirarla. Está perdido, sin saber qué decir o cómo actuar en aquel momento.– ¿Cómo estás? – R
Rebecca sigue inmersa en su sufrimiento, y en aquel momento, todo ese dolor la envuelve, ya que desea soportar lo máximo que su cuerpo y mente pueden aguantar. Alrededor de las 9 de la mañana, es arrancada de sus pensamientos al ver entrar a Susan en la habitación. No hay palabras intercambiadas entre ellas, solo un abrazo afectuoso que expresa más de lo que las palabras podrían. Rebecca se levanta y se dirige al baño, preparándose para poner fin al capítulo más oscuro de su vida. Alex regresa al hospital y se dirige a su habitación. Intercambia miradas con Susan y ve a Rebecca apoyada en la ventana, contemplando el paisaje afuera.– Susan, por favor, déjanos a solas. – Pide Alex, y Susan sale en silencio de la habitación. Se acerca a Rebecca y la abraza por detrás, ella cierra los ojos, encontrando consuelo en ese abrazo. – ¿Cómo estás hoy?Rebecca permanece en silencio. Su amor por Alex es innegable, pero lucha por aceptar que él está sufriendo debido a sus acciones. Desde que descu
Después de aquella tarde dolorosa y triste, Rebecca permaneció dos semanas más en el hospital. Recibía visitas diarias de sus amigos y familiares, y en la habitación, contaba con la constante presencia de la familia de Alex.– ¿Cómo estás, querida? – Pregunta Olga.– Estoy tratando de seguir adelante. – Responde, con un susurro cargado de tristeza.– Rebecca, perdón por ser tan indiscreta, pero ¿hiciste lo que están diciendo? – Pregunta Ana.– ¿Podemos no tocar este tema? Solo me hace recordar lo terrible que soy. Alex tiene razón, ese día debería haber sido sepultada. – Responde, conteniendo las lágrimas. – Es un dolor aparentemente interminable, un vacío que me enloquece. Destruí la vida de las personas que más amo. Soy una persona horrible y merezco todo este sufrimiento. - Concluye, entre sollozos.– Mi querida, está bien. Mejorará, te lo prometo. – Dice Nicolas, abrazándola mientras la consuela.– Abuelo, ¿cómo está él?– Mi querida nieta, no sabemos. Hemos intentado contactarlo
Después del almuerzo con Eduardo, Rebecca se dirige a la casa de Susan, donde había agendado una reunión con algunas amigas.– ¿Cómo estás, amiga? – Susan pregunta, abrazándola.– Siempre es una pregunta complicada de responder, mis días tienen sus altibajos. – Confiesa Rebecca.– ¡Pronto te sentirás mejor! No te preocupes. – Consuela Christine, también abrazándola. – Becca, ayer Ryan mencionó que llamaste a él.– Actué un poco impulsivamente, llamé para pedir una recomendación de abogado, aunque estaba claro que no podía ayudarme con eso.– ¿Estás planeando iniciar el proceso de divorcio? – Pregunta Susan.– Sí, Susan, lo haré. Ya no hay matrimonio, es hora de resolver estas cosas.– ¿Ya hablaste con Alex? – Pregunta Christine.– No, y no tengo intención de hacerlo. No tengo el coraje de enfrentarlo. Además, ni idea de dónde está. Pero cambiando de tema, decidí acompañarlas al evento benéfico esta noche.– Qué bien, será maravilloso que te distraigas. La vida no se trata solo de trab