CARLOS. Un poco más de quince días después…—Salud. —Chocamos nuestras copas.Ya era viernes. Apenas nos vimos las caras casi a la mitad de febrero.Confieso estar a punto del explote. Olivia se había vuelto un poco hermética conmigo, más de lo que yo mismo he sido en toda mi vida y no quise presionarla, pero no pude evitar hacerme mil preguntas.Hablé con Leónidas. Él me informó de la cantidad de trabajo que tenían, ya que el director de la Aseguradora empezaba a ampliar los terrenos y como departamento de contaduría, lo normal era involucrarse. Por eso hecho me tocó retrasar la colocación de su escolta.No, corrijo. Retrasé el decirle a ella que ya tenía uno asignado.Nos encontrábamos en un nuevo lugar. Era de noche… Ubicados en la terraza, podíamos divisar el lago frente a nosotros.La atracción del sitio son sus lanchas y yates aparcados frente a un muelle de concreto y madera, sobre todo haber sido construido en plena ciudad y no en el puerto oficial de Maracaibo, en la capita
OLIVIA. —Ahora, cuéntame sobre tu salud. ¿Cómo te has sentido? —me preguntó, luego de besar mi mano y soltarme esa pequeña bomba sobre la mesa.Un escolta…Seguridad, guardaespaldas…¿Para mí? ¿Para nosotros? Todo parecía complicarse y él me preguntaba por mi salud.—Me siento bien, no te preocupes por eso. —Retomé la pasta que por obra del destino no se había enfriado—. Carlos, ¿en serio alguien nos estará siguiendo 24/7? —tuve que preguntar—. ¿No es como… demasiado?—No será tan abrumador como lo piensas, créeme. Ellos mantendrán su distancia, se comunicarán con nosotros si lo creen estrictamente necesario.—¿Y mi trabajo? ¿Qué diré cuando vean que…?—Ninguno entrará a tu oficina, Olivia, ni siquiera al edificio. Solo te seguirán cuando salgas de casa, en tus traslados y diligencias. —«Dios santo»—. Nena, tranquila. Veremos hasta cuándo sea necesario esto, observemos cómo surgen las cosas, pero es lo mejor, créeme.Esto me parecía demasiado extremo, además de raro. «¿Él puede co
OLIVIA.—Pasen, por favor —pidió Carlos a los dos hombres que acababan de llegar al apartamento.Ya los había visto la noche anterior, sobre todo al mastodonte de pelo negro azabache que estuvo acompañándonos durante la cena.Aunque el sujeto del vehículo que nos siguió hasta allí, no le había podido ver bien hasta ahora, siendo éste un hombre de cabello al ras del cráneo, bien rapado al estilo militar, castaño oscuro el color de sus cerdas, bastante corpulento, casi como su homólogo, secundando de igual manera la cara de pocos amigos que aquel tenía.—Muchachos, les presento a Olivia Quintero, mi novia. —Asentí, sonriéndoles amenamente. Ellos se veían educados y atentos al mismo tiempo. Parecían sentirse incómodos también—. Nena, ellos son Juan y Ray Finol. —Me señaló primero al pelinegro, quien era Juan, luego al otro, Ray.Nos estrechamos las manos, pero no pude evitar preguntarles:—¿Son familia? —Lo hice por el apellido.Carlos sonrió.Ray decidió responder:—Sí, señora. Somos he
OLIVIA.En el hospital nos atendieron bien. Es buena cosa trabajar en un Seguro, las pólizas nuestras siempre son las mejores, además, la empresa de bienes raíces en la que trabaja mi madre tenía una gran parte de su nómina inscrita en la aseguradora donde yo laboraba. Debíamos hacer valer la pena el dinero que le descontaban cada mes.Lo negativo de llevarla hasta allí, era ella misma. Siendo terca como nunca, ella pretendía fingir que no sentía dolor y que la fiebre alta que cargaba desde hace horas —muchas horas—, era gracias a un proceso viral que —según ella— se le pasaría enseguida.A veces no entiendo a mamá.Generalmente, es una mujer altiva, activa, con energía, inteligencia y mucha bondad para dar.No se le notaba tan fácil su tercera edad, muchos no creían que tenía casi setenta años. Todo lo contrario cuando se enfermaba. Envejecía de repente, le salía más edad de la que tenía. Tanta, que parecía una niña de diez o doce años a la que se debe convencer para que ingiera un m
OLIVIA.Desperté en otro apartamento, uno que se me ofreció como mío, el mismo donde me invitaron a compartir. Desperté en el piso de Carlos Malaver, mi novio.A pesar de no tener en absoluto mis cosas allí, solo las necesarias y muy básicas, podía decir que oficialmente estábamos viviendo juntos.Me hubiese gustado inspeccionar el lugar a cabalidad. Sí, husmearlo todo, ¿por qué no? Pero reconociendo que tendría tiempo de sobra para hacerlo (y claro estaba, sin meterme entre sus pertenencias más privadas, no suelo hacer lo mismo que no me gusta que me hagan), no tuve tiempo ese domingo luego de despertamos juntos, arremolinados entre abrazos, nuestras piernas y el edredón.Su hijo estaba en casa y a Carlos se le ocurrió comprar algo para el desayuno, así que salió bien temprano, dejándome sola con Marco.El niño seguía durmiendo plácidamente a las 08:00 de la mañana, por lo que me dio chance acomodar un poco mis cosas, algo que no logré hacer la noche anterior y no precisamente porque
CARLOS.No sé qué rayos le pasaba a Francis. Antes no se metía en mis cosas, jamás entraba a mi casa, ni siquiera iba a mi trabajo, nada de nada. Si necesitaba que alguien cuidase de Marco, buscaba a otra persona, yo siempre era el plan C o D de su vida y sabía, hasta ese entonces, que esa decisión no era por mala mía o alguna molestia para conmigo, simplemente a ella no le gustaba entrometerse en mis asuntos, porque odiaba que yo lo hiciese con los suyos. Ahora, ¿qué rayos le pasaba? Lo de su casa, en diciembre, lo atribuí al momento, el trasnocho, el alcohol, qué se yo. Lo de decirlo en ese momento y en ese tono de voz, se convirtió en una locura para mí, una estupidez.Basta solo con entender que luego de haber cortado la relación hace diez años con ella, un encuentro furtivo entre ambos fue lo que nos convirtió en padres. Ni siquiera éramos pareja, ya no éramos nada y sucumbimos a una entrega que hasta el sol de hoy solo comprendo como una enredadera del destino para que Marco nac
OLIVIA. Me levanté del sillón y me fui para la cocina. Necesitaba alejarme de él. Si continuaba argumentando, cometería el error de decir algo de lo que podría arrepentirme.Me serví un vaso de agua que me bebí completa en pocos tragos. Coloqué el vaso dentro del lavaplatos y sostuve mis manos en el borde la encimera.Carlos se acercó, por supuesto, quedándose al otro lado del mesón.—Nancy me recomendó irme de la ciudad. Lo sabes, porque te lo conté.Ladeé la cabeza, aun dándole la espalda, escuchando.Él continuó:—Me quedé en la casa de unos tíos de Francis. Mi hijo y su madre ya estaban allí. Marco tenía vacaciones, como debes suponer. Yo solo aproveché estar en la capital para establecer y adelantar unos negocios. Me devolvería si hubiese sido bueno tanto para mí como para ti el estar aquí. —Me giré para mirarle—. Estará loca, pero Nancy suele dar consejos muy certeros. Fue una buena cosa lo que me recomendó hacer. ¿Te das cuenta que todo se calmó y me pude regresar? Además… —
Capítulo XIX. La novena cena. En tus manos. NANCY.Las cosas pasan por algo, soy de las que maneja ese discurso. Pero a veces me gustaría pensar que no es así. Que fortuitamente nos suceden cosas todo el tiempo y que a pesar de labrar nuestro destino, seguimos siendo víctimas de escenarios impensados en deliberadas escenas de vida.Las seis de la tarde. Febrero. Me coloqué frente a la acera al otro lado del portón del garaje de mi casa, observando el vehículo estacionado aledaño a las rejas grises con blanco de mi hogar, en diagonal a mí, justo frente a la entrada principal.Era Tony.A pesar de lo que mi vida pueda ser, no solía tener grandes enemigos. De hecho, mi vida era parcialmente tranquila. Yo sabía que era él sin verlo. No conocía sus carros, era imposible saberlo y mucho más difícil identificarlos cuando hizo una vida fuera del país. A pesar de no poder ver su rostro gracias a los vidrios tintados de su camioneta negra de lujo, era él. Sin duda.Detrás de mí, pude ver a t