OLIVIA.Mi jefe tenía desde el tres de diciembre escribiéndome y llamándome, exponiendo la idea de acompañarlo junto a otros empleados para un encuentro corporativo que se celebraría el seis de enero en la isla de Margarita.No suponía un problema para mí asistir, sin embargo (algo que parece tan increíble, como estúpido), estaba viviendo algunos inconvenientes en el apartamento con la conexión de gas. Varios pisos de ese edificio, de hecho, padecían lo mismo, y me parecía una locura irme en plenas circunstancias.El dinero de la derrama para los arreglos, el vigilar los trabajos que tal vez debían hacer desde el interior de cada piso... Luego del tiroteo, me había vuelto muy popular en los susurros de pasillos y la paranoia de ser mencionada por los vecinos, me hacía sentir mucho más allá de estresada. Era como si el inconveniente del gas fuese culpa mía.Pero el trabajo también es importante, algo que no olvidada ni dejaba de lado. Mi jefe, al enterarse por lo que estaba pasando (lo
***Llegamos a buen tiempo. La isla nos recibió con lluvia.El hotel era precioso y nos dio chance descansar un poco y salir, luego del almuerzo, rumbo al salón donde se celebraría el evento.Me ofrecí para todo tipo de labores. Desde ubicar a algunas personas y organizar su estadía, hasta la organización de un almuerzo con los otros colegas de las áreas contables y de extensiones de nuestra aseguradora en Nueva Esparta, estado de Venezuela al que pertenece la isla.Un grupo de estadounidenses llegaron ya casi al caer la noche. No nos tocaba ninguno de esos roles, más allá de conversar un poco con las personas que estarían presentes al día siguiente, pero para mí era muy importante meterme de lleno en todo, ser extra de eficiente y aproveché mis conocimientos en inglés para ser la anfitriona de los americanos.Agotada, ya luego de la cena a la que mi compañero acudió casi a regañadientes (tuve que pedirle disculpas por meterlo en medio de mis ansiedades laborales), fuimos los últimos
OLIVIA. Intentaba entender qué sucedió.Como una ola o un río crecido, fue inevitable dejarse arrastrar.Ambos quedamos destruidos, porque ambos teníamos nuestros propios cansancios.Unimos nuestros cuerpos una vez más y aún seguíamos allí, yacientes, dejando que la brasa poco a poco se calmara.Él se movió para mirarme, estando encima de mí.Y así lo hicimos. Me encontré de repente de nuevo atrapada dentro de su potente mirada.Con sus manos, con sus varoniles dedos, acarició mi rosto, mi boca, lentamente, contemplándome.—¿Qué ha pasado? —pregunté. Él no comprendió mi pregunta—. Hablo de esto. —Apreté mis muslos alrededor de su cintura.Él sonrió de medio lado y removió su parte baja, la cual ya se había salido de mí, pero no se despegaba.—¿Quieres saber qué pasó aquí? —Siguió riendo de esa forma sexy que me calentaba.Besó uno de mis pechos y tocó el otro pezón con sus yemas.Luego, sostuvo el pecho entero mientras lo saboreaba, enviando rayos hacia mi centro y una parte muy espe
CARLOS.El rostro de Olivia es bellísimo. Ella tiene una de esas caras que no son de muñeca, sino más bien, sexys y representativas…Sí, representan la vida y la sapiencia, a pesar de lo que sea. Representan la capacidad de amar y de reclamar cuando necesitan cerca algún amor.Allí estaba ella, Olivia Quintero completamente desnuda ante mí, dentro de la ducha de un hotel cinco estrellas en una isla impresionante y turística de Venezuela, luego de hacer el amor, con esa mirada chispeante y ese enrojecimiento por la pasada excitación y los movimientos, mis movimientos y mis toques, culpa mía todos sus rojos sobre la piel, que afeitada, bella, y acicalada, era el envoltorio de un cuerpo precioso y deseable.Olivia tiene un rostro bello, pero sus ojos… Yo solo le miraba sus ojos para ir comprendiendo cada cosa que me contaba.Deseé callarla en varias ocasiones, pero me prometí no tocarla hasta que soltara lo que tuviese que decir. —Saliste con él… —No fue una pregunta, para nada lo fue.
CARLOS. Días después...Esta vez no me senté en el área de las mesas.Con ánimo y cero cansancio, me quedé de pie cerca de la caja registradora, con un vaso de Whisky sobre el mostrador, masticando una pizza de tamaño personal que el maestro pizzero hizo para mí. Cabe destacar, que el área en cuestión era la misma donde se ubicaba el horno de bloque y piedra, siendo esa la zona más autóctona del restaurante, cercana a la entrada principal del mismo, en dirección a las oficinas administrativas, las cuales que quedaban atrás.Me encontraba de nuevo en La Napolitana y esperaba que Nancy apareciera en cualquier momento. El mesonero me aseguró que así sería, así que me dispuse a esperarla.Era viernes ya mediados de Enero. No tenía pensado cenar allí. Más tarde tenía una cita a la que no podía faltar.Sin embargo, increíblemente, era mi único día libre, ya que irme como loco de la ciudad dejó como consecuencia muchísimo trabajo, por esa razón no pude hacer esa visita hasta después de
OLIVIA.—Está bello el vestido, pero me gustaría saber qué llevas debajo. Quítatelo.Me quedé en seco bajo el umbral de la puerta.Mis pensamientos se paralizaron. Creí que me había quedado muda.«¿Qué me acaba de decir?»—¿Qué dijiste?Se echó a reír.Tomó mi mano y me abrazó, suspirando, respirándome profundo y dándome un beso increíblemente espectacular, acariciando mi trasero cubierto por la pegada tela rosa hasta tenerse al darse cuenta que era totalmente escotado en la espalda.—Oww… Para ver, Olivia Quintero. ¿Qué llevas ahí?Me giré lentamente, mordiéndome el labio inferior por la expectativa de ser vista por los ardientes ojos de ese hombre.Me aparté el cabello suelto lleno de ondas suaves y le mostré mi espalda descubierta.Carlos se acercó y con un solo dedo, rozó el borde con forma de U que separaba mi espalda de mis posaderas, una frontera ligerita que pretendía calentar la noche, aunque no supe qué tanto hasta que él posó sus retinas en mí.—Usar algo así, aquí, es peli
El lugar quedó en silencio, respiré profundamente.Suspiré, intentando percibir algo dentro de ese silencio, captando nada, disfrutando de precisamente el Silencio, de nuestro silencio, de nuestras respiraciones, así tuviésemos lejanos en ese instante.Un arrastre de silla cuando se volvió a sentar frente a la mesa, hasta su expresión tenía propio sonido.—Olivia, nena, me tienes bastante nervioso. No sé si dije algo, hice algo indebido, no sé si mi pregunta fue mucho para ti, pero es que necesito…—Shhhh.Carlos odiaba que lo callaran, la mayoría de las veces. Alguna otras lo llevaba bien, pero en ese momento no le gustó.Respiró profundo de todas maneras y se mantuvo en silencio.Me levanté de la Silla… Las cosas tenían que ser llevadas a otro nivel. Necesitaba que Carlos me mirara de pies a cabeza. Anhelaba que entendiera lo que me había pedido, sobre todo a quién. Obviamente, hablar de Carlos Malaver significaba conversar sobre un hombre que no hace las cosas a medias. Un hombre r
Capítulo VIII. La octava cena. Quédate conmigo.OLIVIA.Sus besos en mi espalda me despertaron. Suspiré, desperezándome, y me removí un poco, apretando las piernas por la pequeña cota de excitación que me causó la mojada y tibia sensación de su boca estampando huellas a lo largo y ancho de mi piel.—Buenos días —le dije con la voz camuflada por la almohada. Yo aún seguía boca abajo, no me movería, se sentía divino estar así.Carlos respondió con un gruñido y me quitó el resto de la sábana, echándola a un lado para trasladar sus besos a otra parte mucho más delicada de mi cuerpo.Ufff... Levanté el trasero para darle todo el acceso posible a mi centro.Agarré la bendita almohada y la metí debajo de mi abdomen. Los latigazos de la lengua de Carlos me arrancaron más de un gemido y en un segundo o dos, me vi completamente abierta para él, quien ya no solo me hacía sexo oral con ese músculo entrenado para matar, sino que además, utilizaba los dedos y las manos como si fuese yo un bolso r