Capítulo VIII. La octava cena. Quédate conmigo.OLIVIA.Sus besos en mi espalda me despertaron. Suspiré, desperezándome, y me removí un poco, apretando las piernas por la pequeña cota de excitación que me causó la mojada y tibia sensación de su boca estampando huellas a lo largo y ancho de mi piel.—Buenos días —le dije con la voz camuflada por la almohada. Yo aún seguía boca abajo, no me movería, se sentía divino estar así.Carlos respondió con un gruñido y me quitó el resto de la sábana, echándola a un lado para trasladar sus besos a otra parte mucho más delicada de mi cuerpo.Ufff... Levanté el trasero para darle todo el acceso posible a mi centro.Agarré la bendita almohada y la metí debajo de mi abdomen. Los latigazos de la lengua de Carlos me arrancaron más de un gemido y en un segundo o dos, me vi completamente abierta para él, quien ya no solo me hacía sexo oral con ese músculo entrenado para matar, sino que además, utilizaba los dedos y las manos como si fuese yo un bolso r
OLIVIA.Enero arrancó pesado.A parte de la conferencia en Margarita, tenía mucho trabajo en la oficina.Mi querido jefe nos recibió con una reunión de bienvenida, comentando que pronto empezarían a construir un ala nueva en el edificio de oficinas administrativas, la cual estaría dedicada a alquileres alternos corporativos y políticos, como notarías públicas y algunas instituciones gubernamentales. Explicó poco, pero entendí que necesitaba expandirse, ya que la situación económica del país podría afectar nuestros salarios de un momento a otro y él prefería invertir en nuevas y seguras entradas de dinero, que sacrificar personal (algo que no podía permitirse) o rebajar sueldos.Ese hombre siempre sabía lo que hacía cuando se trataba de expansión, por eso era tan exitoso. Suerte que tenía la de recursos humanos, su pareja, por haberlo enamorado. Creo que le daba un plus de calidad a su persona.Me preguntaba para cuándo la boda entre ellos y allí, justo después de recordarles y hacerme
CARLOS. Un poco más de quince días después…—Salud. —Chocamos nuestras copas.Ya era viernes. Apenas nos vimos las caras casi a la mitad de febrero.Confieso estar a punto del explote. Olivia se había vuelto un poco hermética conmigo, más de lo que yo mismo he sido en toda mi vida y no quise presionarla, pero no pude evitar hacerme mil preguntas.Hablé con Leónidas. Él me informó de la cantidad de trabajo que tenían, ya que el director de la Aseguradora empezaba a ampliar los terrenos y como departamento de contaduría, lo normal era involucrarse. Por eso hecho me tocó retrasar la colocación de su escolta.No, corrijo. Retrasé el decirle a ella que ya tenía uno asignado.Nos encontrábamos en un nuevo lugar. Era de noche… Ubicados en la terraza, podíamos divisar el lago frente a nosotros.La atracción del sitio son sus lanchas y yates aparcados frente a un muelle de concreto y madera, sobre todo haber sido construido en plena ciudad y no en el puerto oficial de Maracaibo, en la capita
OLIVIA. —Ahora, cuéntame sobre tu salud. ¿Cómo te has sentido? —me preguntó, luego de besar mi mano y soltarme esa pequeña bomba sobre la mesa.Un escolta…Seguridad, guardaespaldas…¿Para mí? ¿Para nosotros? Todo parecía complicarse y él me preguntaba por mi salud.—Me siento bien, no te preocupes por eso. —Retomé la pasta que por obra del destino no se había enfriado—. Carlos, ¿en serio alguien nos estará siguiendo 24/7? —tuve que preguntar—. ¿No es como… demasiado?—No será tan abrumador como lo piensas, créeme. Ellos mantendrán su distancia, se comunicarán con nosotros si lo creen estrictamente necesario.—¿Y mi trabajo? ¿Qué diré cuando vean que…?—Ninguno entrará a tu oficina, Olivia, ni siquiera al edificio. Solo te seguirán cuando salgas de casa, en tus traslados y diligencias. —«Dios santo»—. Nena, tranquila. Veremos hasta cuándo sea necesario esto, observemos cómo surgen las cosas, pero es lo mejor, créeme.Esto me parecía demasiado extremo, además de raro. «¿Él puede co
OLIVIA.—Pasen, por favor —pidió Carlos a los dos hombres que acababan de llegar al apartamento.Ya los había visto la noche anterior, sobre todo al mastodonte de pelo negro azabache que estuvo acompañándonos durante la cena.Aunque el sujeto del vehículo que nos siguió hasta allí, no le había podido ver bien hasta ahora, siendo éste un hombre de cabello al ras del cráneo, bien rapado al estilo militar, castaño oscuro el color de sus cerdas, bastante corpulento, casi como su homólogo, secundando de igual manera la cara de pocos amigos que aquel tenía.—Muchachos, les presento a Olivia Quintero, mi novia. —Asentí, sonriéndoles amenamente. Ellos se veían educados y atentos al mismo tiempo. Parecían sentirse incómodos también—. Nena, ellos son Juan y Ray Finol. —Me señaló primero al pelinegro, quien era Juan, luego al otro, Ray.Nos estrechamos las manos, pero no pude evitar preguntarles:—¿Son familia? —Lo hice por el apellido.Carlos sonrió.Ray decidió responder:—Sí, señora. Somos he
OLIVIA.En el hospital nos atendieron bien. Es buena cosa trabajar en un Seguro, las pólizas nuestras siempre son las mejores, además, la empresa de bienes raíces en la que trabaja mi madre tenía una gran parte de su nómina inscrita en la aseguradora donde yo laboraba. Debíamos hacer valer la pena el dinero que le descontaban cada mes.Lo negativo de llevarla hasta allí, era ella misma. Siendo terca como nunca, ella pretendía fingir que no sentía dolor y que la fiebre alta que cargaba desde hace horas —muchas horas—, era gracias a un proceso viral que —según ella— se le pasaría enseguida.A veces no entiendo a mamá.Generalmente, es una mujer altiva, activa, con energía, inteligencia y mucha bondad para dar.No se le notaba tan fácil su tercera edad, muchos no creían que tenía casi setenta años. Todo lo contrario cuando se enfermaba. Envejecía de repente, le salía más edad de la que tenía. Tanta, que parecía una niña de diez o doce años a la que se debe convencer para que ingiera un m
OLIVIA.Desperté en otro apartamento, uno que se me ofreció como mío, el mismo donde me invitaron a compartir. Desperté en el piso de Carlos Malaver, mi novio.A pesar de no tener en absoluto mis cosas allí, solo las necesarias y muy básicas, podía decir que oficialmente estábamos viviendo juntos.Me hubiese gustado inspeccionar el lugar a cabalidad. Sí, husmearlo todo, ¿por qué no? Pero reconociendo que tendría tiempo de sobra para hacerlo (y claro estaba, sin meterme entre sus pertenencias más privadas, no suelo hacer lo mismo que no me gusta que me hagan), no tuve tiempo ese domingo luego de despertamos juntos, arremolinados entre abrazos, nuestras piernas y el edredón.Su hijo estaba en casa y a Carlos se le ocurrió comprar algo para el desayuno, así que salió bien temprano, dejándome sola con Marco.El niño seguía durmiendo plácidamente a las 08:00 de la mañana, por lo que me dio chance acomodar un poco mis cosas, algo que no logré hacer la noche anterior y no precisamente porque
CARLOS.No sé qué rayos le pasaba a Francis. Antes no se metía en mis cosas, jamás entraba a mi casa, ni siquiera iba a mi trabajo, nada de nada. Si necesitaba que alguien cuidase de Marco, buscaba a otra persona, yo siempre era el plan C o D de su vida y sabía, hasta ese entonces, que esa decisión no era por mala mía o alguna molestia para conmigo, simplemente a ella no le gustaba entrometerse en mis asuntos, porque odiaba que yo lo hiciese con los suyos. Ahora, ¿qué rayos le pasaba? Lo de su casa, en diciembre, lo atribuí al momento, el trasnocho, el alcohol, qué se yo. Lo de decirlo en ese momento y en ese tono de voz, se convirtió en una locura para mí, una estupidez.Basta solo con entender que luego de haber cortado la relación hace diez años con ella, un encuentro furtivo entre ambos fue lo que nos convirtió en padres. Ni siquiera éramos pareja, ya no éramos nada y sucumbimos a una entrega que hasta el sol de hoy solo comprendo como una enredadera del destino para que Marco nac