CAPÍTULO V: LA QUINTA CENATodas las mañanas contigoCARLOS Existen en el mundo y en la vida muchas cosas difíciles de digerir, de contar, de entender, de procesar…, y con las que uno tiene que aprender a vivir. Pero también existen esos aspectos de la vida con dificultad silenciosa, esos relatos de sutil apariencia pero con fluidos de certeza apabullantes, incluso inolvidables: el roce de unos dedos en alguna espalda, una música de fondo, un vestido incomparable, algún color en específico; quizás una canción, tal vez la lluvia..., el no estar sólo…, pueden significar situaciones difíciles de explorar cuando en verdad, realmente importan, cuando sabemos que esos simples detalles han provocado un cambio, han hecho click en algo…¡Diablos!, no sé cómo explicarlo.Después de hacer el amor la misma noche que me la encontré en el restaurante donde celebraba el compromiso de mi prima… Después de hacer el amor, no sé, dos o tres veces (ya no creo tener certeza), supe que con ella, el derred
OLIVIA Una jodida cola en el banco, jueves y a última hora.Patético.No creo odiar a nadie, y creo odiar pocas cosas en el mundo, pero una de esas es ir al banco.La única ventaja del día y de estar confinada a dicha tortura, es que el edificio bancario queda cerca de mi empleo. Entonces, cualquier escapada es posible. Y aunque en verdad pueda hacerlo, las horas y los días valen oro para mí.Tenía el cheque en la mano, el mismo que me había dado mi jefe como “bonificación de cumpleaños”, una cantidad de dinero que aún estoy asimilando y que por dentro me hace sonreír cada vez que la recuerdo. Y no por la gratificación en sí, sino por toda la historia y las memorias que la rodean: la salida con mi superior, su novia y su amigo… Al parecer, ellos querían emparejarme esa noche, aunque dijesen reiteradas veces que no era así. Entonces vengo y me encuentro con Carlos en ese restaurante y dejar la cena, IRME de allí con él, pasar una gran noche acostándome con él… Otra vez vuelvo a tembla
OLIVIA «Ya me vio». Estaba sumamente nerviosa. La verdad era que no sabía exactamente qué quería lograr yendo allá. No me gusta que se metan en mis asuntos, creo que la palabra reserva es una que me define en un gran porcentaje. Pero debo confesar que, detrás de toda la perorata personal de no hagas lo que no te gusta que te hagan, me emocionaba mucho estar allí, provocar algo, darle un giro a una rutina que aún no existía y que por convencimiento propio y por cómo se iban dando las cosas, no creía que existiera nunca.Me sentía excitada por meterme, por ser vista en una noche no deseada; provocar, alertar, poner tensos los cuerpos, sobre todo el de Carlos, mí Carlos, porque sentía la férrea necesidad de que me viera husmeando en cosas suyas, en sus delicados asuntos.El peligro me tenía a cien, ¡a mil! La expectativa de acertar o no, era una de las razones por las cuales mi ardiente cerebro me motivó a ir, a vestirme así y querer ser desvestida de inmediato.Pedí la cena: rueda de
CARLOS Estaba molesto. Rayos, ¡estaba que hervía!—¡Carlos!—No. —Espérate un momento… —¡No!Íbamos camino a mi carro y me paré en seco en plena acera para encararla.—No sé qué diablos hacías en el restaurante, pero no fue ni un poquito buena idea. Ni un poquito.—¿Por qué? —me retó—. ¿Porque sabías que esa mujer iba a estar allí?—No me jodas ahora con eso, por favor. —Miré a todos lados buscando divinas providencias que me sacaran de esa rabieta.—¿Por qué dices que no es buena idea que una mujer quiera cenar…?—Por todos los cielos, Olivia. ¿Me estás hablando en serio? Sabes cómo es todo, eres muy inteligente. Esa mujer no la conoces de nada, no conoces de nada a casi nadie allí, por el amor de Dios. ¿Qué pretendías hacer estando sola en ese lugar? ¡¿Por qué diablos le permitiste sentarse en tu mesa?! Es que…—¿Por qué no es buena idea que una mujer cualquiera vaya a cenar en una noche cualquiera?—¿Mujer cualquiera? ¡¿Mujer cualquiera?! ¿Tú te has visto en un espejo, Olivia? ¿Te
CAPÍTULO VI. La sexta cena. Fue bueno que no llegaras.OLIVIACarlos se volvió loco, pero lo entiendo.Carlos Malaver está enloquecido, desquiciado por pedirme que me mude con él.Lo sé. Lo intuyo.Y yo, desde lo más profundo de mi corazón, deseo decirle que sí.Si es que me lo llega a pedir, ya que no creo que le encante sentirse así por mucho más tiempo.Además, la misma vida me ha enseñado que en ocasiones, apurarse, solo lleva al cansancio y el peor de ellos es el emocional, el mismo cansancio que a veces lleva en sus manos la decepción. Y estar decepcionado, y tan pronto, no es bueno.Por eso, aún sigo viviendo en mi pequeño departamento, ese que puedo costearme aún con mi sueldo, preparándome para ir a trabajar, luego de haber pasado días maravillosos junto a él, junto a mí…Debo carraspear con la garganta. Junto a mi novio… ¡Sí, mi novio! Mi pareja. Qué estupendo suena y qué terrorífico se siente al mismo tiempo.Montada en el bus rumbo al trabajo un lunes bien temprano en la
OLIVIA.Me detuve en seco, no supe bien qué hacer por un par de segundos. Tal vez más.Las manos me hormiguearon… ¡Carlos estaba en La Napolitana! «¿Pero, qué está pasando hoy?», me pregunté mentalmente.Nos miramos fijamente. Él, con alguna extraña impresión en su rostro, anonadado casi, en pleno mediodía dentro de ese hermoso y emblemático restaurante, dándose cuenta que yo acababa de entrar… acompañada.No sé qué cara pude haber puesto, creo que no la sentía.Debía relajarme. No estaba cometiendo ningún delito, mantener la calma y la cordura era primordial. ¿Pero cómo hacerlo, cuando el caballero que más me fascina, el dueño de todas mis emociones, las débiles, traicioneras y comprometidas, las emociones diurnas y nocturnas, me estaba comiendo con su mirada y no precisamente de buena manera?Miré a mi acompañante y decidí agarrar al toro por los cuernos.—Alonso, ¿podrías, por favor, esperarme en la mesa? Voy a saludar a Carlos un momento…—¿Y quién es Carlos? ¿Ese es Carlos?Lo mi
CARLOS.«Ahhh…, con que él, es el ex».Debo confesarlo ahora, por dentro me estaba riendo. Y por supuesto, era mejor que lo hiciera, mucho mejor reír que sentir celos.Un tanto divertido por la situación, le tuve que decir unas cositas al tal Alonso de pacotilla.—¿Eres su ex? Vaya, genial. Me alegra que por fin hayas encontrado el camino hasta este restaurant.Creo que mi sonrisa y mis palabras casi hacen desmayar a Olivia y sé que también encabronaron un poco al idiota que tenía de frente, que con sus lentecitos aéreos, ni siquiera podía hacerle justicia a esa hermosa hembra.La miré directo y disfruté aún más cuando la vi cerrar sus ojos y casi negar con la cabeza. Lo mejor: que ella también evitó sonreír. De hecho, noté que trataba de que su risa no explotase. Eso me hizo sentir muy aliviado.«Te amo, ¿cierto, Olivia?»—Fue bueno que no llegaras —le dije a Alonsito—. Gracias a esa embarcada tuya, ella y yo nos conocimos. —Le di una palmada en la espalda, no paré de sonreír. Miré a
OLIVIA.Me arrastró y no podía dejar de sonreír, pero cuando vi que no me llevaba para una mesa, sino para la salida, me detuve en seco.—¿Qué vas a hacer?Él me miró totalmente sorprendido y se echó a reír cuando se dio cuenta que literalmente, yo no le dejaba dar un paso más, como niña.—Olivia, muévete.—No —le dije, con tiento—. En menos de diez minutos debo regresar al trabajo.Él rió un poco más.—Lo sé, ¿qué crees que haré?Él se veía totalmente extrañado y verdaderamente yo… Ahora que lo pienso, creo que estaba exagerando, pero con Carlos nunca se sabía nada.—¿Me vas a acompañar al trabajo?—Claro que sí. En unos minutos te llevo —me aseguró.Salimos de La Napolitana.La gente transitando a nuestro alrededor, los buses pasando, alguien llamando a otra persona, el negocio de los periódicos cerrando y algunos choferes batallando por estacionarse frente al restaurante, sabiendo nosotros que no todos entrarían a él, sino que aprovechaban esas plazas para ir al banco, o tal vez a