CARLOS. Sí, me aseguré que Olivia estaba bien.No, no usé el arma. No hubo tiempo siquiera de tocarla detrás de mi espalda.Sí, yo estaba bien.No, Ray no lo estaba. Juan tampoco. Y para cuando mi cerebro por sí solo se hizo esas preguntas, pensaba en su padre, en su madre y en cómo estarían dirigiendo la noticia.Sin embargo, algo mantenía mi cordura lineal y fortalecida. No era más que el poder escuchar la frase, revoloteando en mi consciencia: está vivo, está vivo, Ray está vivo.Me encontraba en el hospital. Llevábamos más de cuatro horas allí. Ni Olivia, ni yo queríamos movernos hasta no entender que el hombre que nos cuidaba, sobre todo a ella, estaba bien. La esposa de Ray era un mar de lágrimas, pero se veía fuerte y gestionaba todo mucho mejor que su hermano, quien intentaba ocultar sus nervios.Ella nos dio las gracias a Olivia y a mí por haber actuado rápido y nos dijo algo muy importante (mirándonos directamente a los ojos): que no nos sintiéramos culpables por nada.Juan
Capítulo XI. La cena once. La mejor decisión de mi vida. CARLOS.Ray salió del hospital tres días después. Los médicos dijeron que podía recuperarse en casa. La policía localizó al hombre que disparó. Su rostro y porte no estaban fuera de lo común, no hubo sorpresas. Bien pudo haber sido un vecino o un compañero de trabajo. El sujeto podía pasar desapercibido para cualquiera. Eso nos dejó parcialmente tranquilo a todos. Lo conversé con Finol, con Olivia y hasta con Nancy, debíamos descansar de los escoltas. No me preocupaba la plata, soy de los que cree que la seguridad y el bienestar de uno deben ser bien pagados y remunerados. Solo se trataba de entender que el enemigo ya no estaba en las calles asechando. Tony era un fugitivo, Vasallo andaba perdido casi igual que el anterior, y peor. Y muy probablemente también fuera del país, qué sabía yo. El sujeto del carro azul tras las rejas cantaba todas las historias sobre el Urdaneta más dañino, hasta donde se sabía, lo que le otorgaba
CARLOS.De camino a casa, al término de noviembre, un viernes por la tarde, luego de saber que ese comienzo de fin de semana no pudimos cuadrar cenar fuera, es decir, no logramos organizar nuestro furtivo encuentro de esa semana gracias al trabajo y compromisos, fui contactado por uno de mis antiguos clientes, quien empezaba a invertir en otro ramo comercial (no tan alejado de lo que siempre se ha dedicado). Él deseaba asesoría inmediata en el área contable y al ver su insistencia, pidiéndome que por favor le hiciera una visita lo más pronto posible a una de sus oficinas, pensé hacerla al día siguiente, pero le urgía, por lo que di media vuelta y me regresé en la carretera, dirigiéndome a una de las avenidas más importantes de la ciudad.Delicias, esa inmensa avenida, atraviesa otra más, también de gran importancia para la estructura vial de Maracaibo, como lo es la famosa avenida 5 de Julio, la misma donde se ubicaba el restaurante La Napolitana, el banco donde es Gerente mi prima, c
LA CENA NÚMERO VEINTE.OLIVIA.Me gusta la idea de conocer gente que pertenece a la vida de Carlos. Además, salir de casa siempre es divertido.Él aún no llegaba. La cita era a las 07:00 PM. Al parecer, la cena podía darse a las 9 o a las 10, ya que al señor Fito Graterol le gustaba tertuliar antes de comer, enseñar sus nuevas botellas traídas siempre de afuera, agregando el hecho de querer conocerme mejor; datos que mi novio lanzó el mismo día que me anunció aquella salida.Le pedí a Carlos que llevásemos algo. A pesar de que el anfitrión suele coleccionar licor, se me vino a la cabeza llevar un vino de un viñedo español que vi en una tienda cercana al trabajo, el cual venía con una promoción si se compraba el postre del día, algo genial, ya que los pasteles que allí hacían son verdaderamente exquisitos.A Carlos le pareció excelente idea y se fue a comprarlo, así que mientras él cumplía con esa diligencia, coloqué música conectada en el sistema de audio, programada con un iPod y de
CARLOS.Graterol se sirvió un whisky en las rocas y luego otro para mí, dándomelo, mientras nos sentábamos al rededor de su escritorio.—Pensé que Darwing estaría acá —mencioné, dándole un trago a mi bebida.—Sí, hubiese sido bueno, pero debe viajar mañana. Y lo prefiero así, que él se encargue de esa presión de los viajes, yo no sirvo ya para eso.—¿Ya no te gusta viajar? —pregunté con una cota de diversión, sabía que su vida eran los negocios y los viajes.—Ya estoy muy viejo..., pero bueno, hablemos de lo importante. —Abrió una gaveta del lado suyo del escritorio y sacó de ella una carpeta negra con bastantes documentos dentro—. ¿Sigues trabajando solo, o ya tienes asistente? Necesito que alguien me organice estos estados de cuenta.Negué con mi cabeza por no creer el desorden que tenía dentro de ese folio y suspiré, tomando la carpeta de sus manos.—No puedo creer que en estos tiempos aún se den este tipo impresiones. Fito, existe la computadora. Si Olivia viera esto, se moriría d
OLIVIA.La señora Victoria de Graterol me recordaba a mamá y a sus amigas cuando se reunían a charlar.Mujer alta y elegante, de cabello caoba bien armado y escalonado hasta los hombros, con un cutis increíble que yo a su edad desearía tener. De piel blanca como la leche, usando un maquillaje tenue, combinando sombras color cobre y beis... Ella usaba esa noche un conjunto de camisón y pantalón de tela gruesa y lujosa, prendas holgadas, de un tono parecido al de su cabello. Cuando llegamos a la bonita y amplia cocina de ese apartamento, me senté por invitación suya en una de las sillas altas preciosas que bordeaban la encimera de mármol.Allí me di cuenta que en esa casa les gustaba mucho hablar mientras se bebían alguna que otra copa, ya que la señora Victoria me sirvió otro trago distinto al que estábamos compartiendo en la sala. Yo acepté gustosa, ¿por qué no? La misma copa, otro vino. Esta vez, un poco de vino blanco para variar.Ella me preguntó por mi trabajo y creyó desde un pri
Capítulo XII. La cena número veinticinco. Como si inspeccionara el terreno. CARLOS.Salimos varias veces, regresamos a nuestros juegos, parecía que no podíamos dejar de soñar, de vivir experiencias inventadas, todas en base a esos encuentros, como si aún fuésemos desconocidos, pero de una forma rara, porque de ese modo nos conocíamos cada vez más. En vez de aburrirnos, sucedía todo lo contrario.De la cena veinte que compartimos con la familia Graterol, visitamos otros sitios, nos escapamos por aquí y por allá y sin más, nos topamos con diciembre, pasando de largo las ferias de La Chinita, como se suelen llamar en Maracaibo. De forma increíble, no celebramos las fiestas patronales precisamente el día que había que hacerlo. Nancy, incorporada en sus rol de administradora nuevamente, nos invitó al aniversario de uno de sus restaurantes, por supuesto, La famosa Napolitana (esta vez Olivia y yo, en este mes, no cometeríamos el error de no saber qué rayos pasaba en ese sitio, llegando s
—Ah no, ya yo sé lo que te pasa. Es hambre, ¿cierto? Que yo recuerde, el hambre te pone de mal humor. —Sí, eso es, tengo mucha hambre —concordé, intentando no sonar fingido, aunque sí tenía hambre, aún no habíamos almorzado.—Yo también tengo ganas de comer. Tienes razón, esto pone a quien sea de mal humor, pero no la pagues conmigo, ¿ok? —Pareció ser un regaño, pero estaba sonriendo. La dependienta regresó. —Esos le quedan perfecto. —Señaló los zapatos que la bromista de mi prima se medía—. Además, tienen un detalle en la punta que...No podía seguir escuchándolas, ya no más. Entre el querer regresarme a Maracaibo, sentirme engañado para llegar hasta allí y querer salir corriendo de esa jodida tienda, sumando el extrañar a Olivia, tenerla tan lejos de mí, el no haber podido ver a Marco ese fin de semana, entre otras cosas de mucha tensión e importancia, decidí levantarme y dar algunas vueltas por el lugar y así nivelar mi nivel de aburrimiento con el de un interés autoimpuesto sob