Elena
El odio es una fuerza peligrosa. Lo sé bien. Lo siento en cada fibra de mi ser cada vez que sus ojos fríos me miran. Dante, el hombre que me arrastró a su mundo, que me metió en la jaula de oro de su mansión, donde todo es lujo, pero nada es realmente mío. Me prometí a mí misma que no me rendiría, que jamás permitiría que me doblegara, aunque su influencia se cierne sobre mí con cada paso que doy.
Mi respiración se acelera al pensar en él. Es imposible no estar consciente de su presencia, de cómo se mueve por su propio reino, como si todo en él le perteneciera, incluso a mí. Lo odio, y me detesto por la frágil verdad que sus ojos me han hecho reconocer: no sé si soy tan fuerte como pensaba.
La mansión en la que ahora vivo parece un laberinto. Las paredes, aunque adornadas con la opulencia que se supone que debería ser un consuelo, solo hacen que me sienta más atrapada. Los pasillos se estiran interminables, cada uno con una sensación diferente, algunos fríos y severos, otros cálidos y oscuros, como el hombre que me tiene aquí. El sonido de mis pasos resuena en las paredes, el eco que me recuerda que no puedo escapar.
Hoy, más que nunca, me siento observada. Es como si las paredes supieran lo que quiero, lo que ansío. Pero es inútil. No hay salida. No todavía. Si alguna vez me atrevo a intentar huir de nuevo, la mano de Dante me alcanzará sin misericordia. Sé que tiene su red de ojos vigilando cada movimiento mío. Su mundo es un caos de secretos, poder y control. Todo lo que me rodea pertenece a su imperio: las personas, los lugares, incluso los recuerdos que antes consideraba míos.
Los sirvientes me miran con una mezcla de simpatía y desdén, pero ninguno se atreve a hablar. La presión de este lugar me aplasta lentamente, pero sigo caminando por los pasillos, pretendiendo que todo es normal. Me detengo frente a una de las ventanas y miro al jardín. Desde aquí, todo parece tan lejano, como si nunca pudiera alcanzar la libertad que alguna vez sentí. La opresión de la mansión se apodera de mi mente, pero mi cuerpo sigue buscando una manera de romper las cadenas invisibles que me atan a él.
Es entonces cuando veo algo que cambia todo.
Un leve movimiento entre los arbustos, un destello de algo que no debería estar ahí. Mis ojos se agrandan, y sin pensarlo, me deslizo hacia la puerta trasera que da al jardín. El aire fresco acaricia mi piel, pero el eco de mis pasos hace que me sienta aún más vulnerable. Me adentro en el jardín, mis pasos rápidos, y la curiosidad me consume.
El sonido de una rama quebrándose detrás de mí me hace detenerme en seco. Mi corazón late con fuerza, mis nervios están a flor de piel, pero no puedo evitar girarme. Ahí está él. Dante.
—¿Pensabas que podrías escapar? —su voz, baja y desafiante, resuena en el aire. Mi cuerpo se tensa al instante, y el odio hacia él se mezcla con algo más oscuro: la inevitabilidad de su poder. Me siento como una presa que ha caído en su propia trampa.
No puedo decir nada, no me atrevo a responder. En su mirada hay una amenaza silenciosa, pero también algo más. Una pregunta no formulada, un desafío, algo que me hace sentir más pequeña de lo que jamás imaginé.
—¿Creías que no te vería? —sus palabras son suaves, pero en ellas hay una frialdad aterradora. Me acerca más a él, casi sin tocarme, pero siento su presencia como si fuera una cuerda atada a mi cuello.
Mi respiración se detiene por un instante. No quiero ceder, no quiero ser su marioneta, pero algo en la forma en que me mira me hace cuestionar todo lo que creía saber sobre mí misma.
—No puedes escapar de mí, Elena. —Es una afirmación, no una amenaza. Y, sin embargo, algo en su tono me hace sentir que mi resistencia es una farsa. Siento el sudor en mi frente, mis manos frías, mis piernas temblando, pero no quiero darle el placer de verme vulnerable.
—Nunca me doblegaré ante ti —respondo, aunque mi voz tiembla levemente. Lo digo con fuerza, pero no puedo evitar que algo en mi interior se rompa un poco con esas palabras.
Dante me observa durante un largo momento, y en su mirada hay algo que no logro descifrar. Es como si estuviera calculando algo en su mente, sopesando una decisión. Finalmente, da un paso hacia mí, y el espacio entre nosotros se reduce hasta que el aire se vuelve denso, cargado de una tensión que me hace querer dar un paso atrás, pero no lo hago.
—Veremos cuánto tiempo puedes mantener esa promesa —susurra, casi como si hablara consigo mismo.
Él da un paso atrás, y en un parpadeo, está lejos, dejándome sola con mis pensamientos. La pregunta que surge en mi mente es peligrosa. ¿Qué pasará cuando mis promesas se rompan? ¿Qué sucederá cuando me dé cuenta de que no puedo luchar contra lo que siento por él, aunque lo odie con cada parte de mi ser?
Mi mente da vueltas en busca de respuestas, pero todo lo que encuentro son más preguntas. La verdad sobre mi familia, sobre todo lo que está sucediendo detrás de las sombras de este mundo en el que estoy atrapada, me consume. Cada vez que me acerco a descubrir algo más, me alejo de mi propia humanidad. Y eso, al final, podría ser mi perdición.
Me doy la vuelta, caminando de regreso al interior de la mansión, sabiendo que esto no ha hecho más que comenzar. Y mientras lo hago, una sensación extraña se enreda en mi pecho. La curiosidad. El deseo de saber lo que hay detrás de cada capa de mentiras, de poder, de control.
Es una mezcla peligrosa.
Y ahora, más que nunca, estoy atrapada en el mismo juego que Dante.
El sol apenas se filtraba a través de las gruesas cortinas del salón, pero yo no podía evitar sentir que algo en este lugar me estaba asfixiando. Había jurado que no me doblegaría ante Dante, que no me sometería a su voluntad ni por un segundo. Sin embargo, aquí estaba, en su territorio, con las paredes del palacio, tan opulentas como frías, rodeándome con su lujo abrumador.
Cada paso que daba resonaba en el mármol de las vastas habitaciones, y aunque todo parecía perfecto, en su perfección había una amenaza latente. Algo oscuro, peligroso, que sabía que no podía ignorar. Lo que Dante hacía, lo que representaba, no era solo un juego de poder. Era una red que se extendía más allá de lo que cualquier mente racional podría imaginar.
Me detuve frente a una vitrina que exhibía objetos exóticos y antiguos. Cada pieza de esa colección era un recordatorio de la opulencia y el control absoluto que Dante tenía sobre todo lo que tocaba. Me pregunté cuántas vidas había arrasado para llegar hasta aquí, cuántas promesas rotas había dejado a su paso. Promesas como las que él me había hecho, las que aún me resonaban en la cabeza.
Pero, aunque mi voluntad era fuerte, había algo en ese lugar que me incitaba a bajar la guardia. La curiosidad, esa maldita curiosidad, me empujaba a explorar más de su mundo, más de lo que él realmente era. Era como si una parte de mí quisiera entender qué lo hacía tan imparable, tan irresistiblemente dominante.
—¿Te preguntas qué significa todo esto, Elena? —la voz de Dante me sorprendió. No lo había escuchado entrar, pero ahí estaba, con su presencia invadiéndolo todo, como siempre. Su mirada era intensa, pero había algo nuevo en ella, algo que no había visto antes. Quizás era una leve chispa de reconocimiento, de lo que estaba por venir.
Lo miré, desafiando mi propio miedo. Quería que él viera que no era tan fácil de someter, que no caería en su juego tan fácilmente.
—¿Qué significa todo esto? —repetí sus palabras, pero con un tono mordaz—. ¿Significa que estoy atrapada en una jaula dorada? ¿Que todo esto es solo una fachada para esconder la verdad sobre lo que realmente haces?
Dante se acercó con pasos tranquilos, pero su cercanía me hizo sentir una presión en el aire. No quería darme el gusto de admitir que, en el fondo, su presencia me perturbaba de una manera que no podía controlar. No me gustaba cómo mi cuerpo reaccionaba ante él, cómo mi mente se llenaba de pensamientos confusos cuando lo tenía tan cerca.
—Eres astuta, Elena. Pero no te equivoques —dijo, con una sonrisa que no alcanzó a llegar a sus ojos—. Esto no es solo una jaula. Es una fortaleza. Y si estás aquí, es porque has decidido que formarás parte de ella, aunque te cueste aceptarlo.
El silencio se extendió entre nosotros como una cuerda tensa. Podía sentir cómo su poder se deslizaba por el aire, envolviéndome en una sensación de impotencia. No podía negar lo que él decía. De alguna manera, estaba atrapada, no solo por las circunstancias, sino por lo que me atraía de él. Por la forma en que sus palabras y sus gestos me desarmaban, aunque intentara resistirme.
—No soy parte de nada que tú hagas —respondí, mi voz vacilante por un segundo, pero rápidamente recuperada. Me volví hacia él, manteniendo la mirada fija. Si me iba a enfrentar a esto, tendría que hacerlo con fuerza, aunque mi interior gritara por liberarse.
Dante no se movió, pero su presencia se volvió aún más pesada. Mis palabras parecían haberlo calado, pero de una manera que no esperaba. En lugar de enfurecerse, parecía más... intrigado.
—Quizás aún no entiendas el alcance de lo que estás diciendo, Elena —murmuró, acercándose un paso más, como si quisiera medir hasta dónde podía llegar mi resistencia. Su rostro estaba tan cerca del mío que podía sentir la intensidad de su respiración, el calor que emanaba de él—. No puedes escapar de esto. Y lo sabes. Pero aún así, sigues jugando con fuego.
La tensión entre nosotros se convirtió en algo palpable. Sentí cómo mi corazón latía más rápido, cómo cada fibra de mi ser se preparaba para algo, aunque no sabía exactamente qué. Era como si, al igual que él, yo también estuviera atrapada en algo mucho más grande que yo misma.
—No lo sé —dije, apenas susurrando, como si de alguna manera necesitara darme a mí misma permiso para aceptar lo que no podía controlar—. No lo sé, Dante. Pero tengo que intentarlo. No puedo quedarme aquí, en esta jaula. No puedo aceptar que tú tengas todo el control.
Dante la observó en silencio, como si estuviera midiendo mis palabras, buscando alguna grieta en mi actitud desafiante. Pero luego, como si todo hubiera sido parte de un plan suyo, dio un paso atrás, soltando un suspiro que sonaba más a diversión que a frustración.
—Lo entiendo —dijo finalmente, con una suavidad que me descolocó—. Pero si sigues buscando formas de escapar, acabarás descubriendo algo más peligroso de lo que imaginas.
Me quedé en silencio, las palabras de Dante resonando en mi mente. ¿Qué estaba tratando de decirme? ¿Qué más podía haber detrás de todo esto? ¿Detrás de la red criminal en la que estaba atrapada? Había algo más, algo que ni siquiera Dante me había dejado ver. Algo relacionado con mi familia, algo que había estado ignorando hasta ese momento.
Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en eso. Me giré, sin poder evitarlo, y de repente vi algo en el rincón de la habitación que me hizo detenerme en seco. Un documento. Algo familiar. Algo que sabía que podría cambiar todo lo que pensaba saber.
—¿Qué es esto? —pregunté, acercándome al objeto con manos temblorosas. Al tocar el papel, sentí como si una conexión se hubiera hecho en mi mente, una revelación. Algo en mi familia, en el pasado de mi padre, algo que me vinculaba directamente a este mundo oscuro que Dante dominaba.
Dante me miró, con una expresión que oscilaba entre el control absoluto y la curiosidad.
—Eso, Elena —dijo, y su voz se volvió más grave—, es solo el principio de lo que te espera.
Mi respiración se entrecortó, y un sentimiento de terror y fascinación se apoderó de mí. Sabía que había algo mucho más grande en juego, algo que ni siquiera yo podía prever.
¿Y ahora qué? ¿Acaso las promesas rotas de Dante iban a ser las que terminaran de destrozarme?
Lo que sea que estaba por venir, ya no podía detenerlo.
ElenaEl mundo no se cae de golpe. Se desploma en pedazos pequeños, silenciosos, hasta que de pronto te das cuenta de que todo lo que conocías ha desaparecido.—Lo siento, Elena. No hay otra opción.La voz de mi padre se quiebra, pero no es suficiente para que lo perdone. Estoy demasiado ocupada tratando de controlar la sensación de vacío en mi estómago, ese abismo oscuro que se abre bajo mis pies cuando escucho la verdad.—Me estás vendiendo. —Las palabras salen en un susurro, frías y sin vida, como si no las hubiera dicho yo.—Es la única manera de salvarnos.Mis manos tiemblan sobre mi regazo, y un nudo sofocante me aprieta la garganta. Siempre he sabido que la familia Moretti tiene deudas, que la vida de lujo que llevábamos era solo un castillo de naipes a punto de derrumbarse. Pero nunca imaginé que mi propio padre me convertiría en el pago.No me da detalles, pero no los necesito. Todos saben quién es Dante Salvatore. El hombre al que nadie desafía. El líder de la mafia que gob
DanteElena está de pie en el balcón, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada fija en la oscuridad. No intento hacer ruido cuando entro, pero lo siente. Su espalda se tensa, sus hombros se elevan apenas.Es como un animal salvaje, recién capturado. Hermosa, desafiante y llena de un orgullo inútil que solo le traerá problemas.Me apoyo contra el marco de la puerta y cruzo los brazos.—No estás pensando en saltar, ¿verdad?Ella gira la cabeza lentamente, como si le molestara que la interrumpiera en sus pensamientos. Sus ojos oscuros brillan bajo la luz de la luna, desafiantes, llenos de una ira que aún no ha aprendido a esconder.—Depende —responde con voz neutral—. ¿Qué tan alto crees que es?Sonrío.—Suficiente para romperte un par de huesos.—Tal vez valga la pena.La idea me molesta más de lo que debería.—No bromees con eso.Elena me sostiene la mirada, pero esta vez no dice nada. Quizás porque en el fondo sabe que lo digo en serio.No la traje aquí para que se me escape
ElenaLa mansión es una obra maestra de la opulencia. Cada rincón grita riqueza, desde los candelabros de cristal que cuelgan en el techo hasta los suelos de mármol tan pulidos que podría ver mi reflejo en ellos. Pero no me dejo engañar. Todo este lujo no es más que una jaula disfrazada de paraíso.Camino lentamente por los pasillos, con la sensación constante de ser observada. Sé que Dante me vigila, incluso cuando no está presente. Hay cámaras, guardias estratégicamente ubicados, puertas cerradas con códigos que no conozco. No me lo ha dicho abiertamente, pero el mensaje es claro: no hay escapatoria.Me detengo frente a una de las enormes ventanas. La vista es impresionante. Más allá de los jardines impecablemente diseñados, se extiende una vasta propiedad rodeada de altos muros. Y más allá de esos muros… la libertad.Mi mano se apoya en el vidrio frío.Debo salir de aquí.—Bonita vista, ¿no?Me giro de inmediato.Frente a mí, apoyado contra la pared con una sonrisa arrogante, está
DanteMis dedos se cierran alrededor del respaldo de la silla con fuerza, mis ojos fijos en Elena mientras se aleja. Hay algo en ella que me intriga, algo que me desafía de una manera que no puedo ignorar. Cada intento suyo por escapar, cada palabra rebelde que sale de su boca, solo alimenta el fuego que crece dentro de mí. Ella quiere huir, pero aún no sabe que en este mundo, huir no es una opción.Es una lección que voy a enseñarle, y de la manera más clara posible.Me levanto lentamente de mi asiento, caminando hacia ella con pasos medidos. No tengo prisa. No necesito correr. Ella sabe lo que viene, y aunque no lo admite, algo en su mirada me dice que lo sabe. Se tensa, sus músculos rígidos como si estuviera esperando lo peor. Y lo está."Elena", digo en voz baja, mi tono es firme pero controlado. "Quisiste huir, ¿verdad?"Elena gira sobre sus talones, sus ojos desafiantes, pero hay un destello de algo más. ¿Miedo? ¿Ansiedad? No, no es miedo. Es algo más peligroso. Es la resistenci