Primer encuentro silencioso.

El aire frío de París atravesaba las ventanas del aula de la Universidad de París, donde Aiden yacía sentado en su habitual lugar junto a la ventana un día después de su primer encuentro con Hendricks.

Había sido un día largo y complicado, con clases que parecían interminables, pero Aiden encontraba su pequeña escapatoria observando las hojas de los árboles que caían lentamente en los jardines de la universidad. La melancolía que sentía lo reconfortaba, permitiéndole sumergirse en pensamientos que iban más allá de la rutina diaria.

—Aiden me presta tus tareas?—pregunta April— Las mías las olvidé en mi escritorio.

—Por supuesto, aquí estan —Aiden le pasa sus apuntes y vuelve a mirar por la ventana.

Para cualquiera que no lo conociera de cerca, Aiden era un misterio. Con su largo cabello rubio platinado, que casi llegaba a la cintura, y sus ojos grises, semejantes a la plata líquida, proyectaba una imagen etérea y única. Su cuerpo delgado y su piel pálida le daban una apariencia femenina que muchos confundían. Su figura, estilizada y sin las curvas pronunciadas de una mujer, pero delicada y andrógina, generaba miradas confusas y comentarios a sus espaldas de aquellos que los envidian. Aiden, sin embargo, había aprendido a soportar esas miradas inquisitivas desde la infancia.

Tres meses después de haber comenzado las clases, un chico nuevo se había dado entrada el día anterior, atraía la mirada de todos en su salon, y por alguna razón desconocida Aiden no dejaba de pensar en él.

Aiden regresaba al dormitorio ese día, después de un largo día de estudios. Había recibido una carta de la administración de la universidad, informándole que, debido a la alta demanda de alojamiento, tendría que compartir su habitación con otro estudiante extranjero durante los próximos cuatro años. Aunque al principio se sintió incómodo con la idea de perder su espacio personal, sabía que no tenía otra opción.

Así que, resignado, decidió aceptar la situación lo mejor posible. Solo espera que su nuevo compañero de cuarto no sea mal educado, ni un chico despreocupado o sucio y aunque no esta obligado a aceptarlo o intentar ser su amigo por obligación, que por lo menos atienda sus asuntos y no se meta con él o sus cosas en la habitación.

Lo bueno era que el alojamiento universitario es tipo estudio, con dos habitaciones y con espacios pequeños en común como el baño, la sala y una pequeña pero acogedora cocina equipada, que aunque era pequeño le daba un poco de privacidad.

Mientras cruzaba los pasillos del edificio de dormitorios, su mente vagaba hacia la reciente asignación que debía preparar para la clase de historia del arte.

No había pensado mucho en su nuevo compañero de cuarto, esperando que fuera alguien tranquilo y fácil de llevar. La vida en la universidad ya era lo suficientemente complicada sin tener que lidiar con alguien problemático.

Al llegar a la puerta de su habitación, abrió la puerta lentamente, esperando encontrar el lugar vacío y relajarse solo aunque sea por última vez, pero al entrar, se detuvo en seco.

Ahí estaba Hendricks, sentado en el sofá que antes había sido sólo suyo, con una caja abierta a su lado y ropa desperdigada por el pequeño comedor de dos sillas.

—¡Ah! —Grita Hendricks impactado. Hendricks levantó la mirada, sorprendido, cuando Aiden entró—. Lo siento, por el desorden...busco mis Ipop.

Aiden parpadeó, sintiendo una sensación extraña en el estómago. No era posible. ¿Él y Hendricks compartiendo habitación? Era una coincidencia demasiado irónica.

—¡No te preocupes! —respondió Aiden con voz calmada, aunque internamente estaba un poco incómodo—. Supongo que seremos compañeros de cuarto.

Hendricks se levantó del sofá y extendió la mano con una sonrisa amistosa.

—Sí, parece que sí. Ya te había dicho en el aula como me llamo, pero de todos modos… hola, soy Hendricks, encantado nuevamente.

Aiden estrechó su mano, notando la calidez del tacto de Hendricks.

— Tú también sabes el mío…soy Aiden, el gusto es mío.

El contacto visual fue breve, pero intenso. Hendricks, aún convencido de que Aiden era una chica, sintió que había algo especial en ella y esa conquista se la acaban de poner en bandeja de plata, no sólo tenía un espacio en privado para los dos, sino que estaría acompañado de una belleza sin igual.

No es extraño en Paris que los cuartos universitarios sean mixtos, la universidad entendía que la convivencia real es haciendo que los estudiantes vivan de manera real. Por eso Hendricks no se extrañó de que compartiría habitación con la presidente de la clase.

Nunca había sentido tanta curiosidad por alguien, y ahora el destino los había puesto juntos en el mismo aparta-estudio.

—Espero que no sea incómodo compartir el espacio —dijo Hendricks, mientras recogía su ropa de todos lados y la coloca en los percheros.

Aiden negó con la cabeza, tratando de mantener su compostura.

—No, está bien. Solo... bueno, necesitaremos establecer algunas reglas, supongo.

Hendricks sonrió, mostrando una expresión que era a la vez amistosa y juguetona.

—Claro, reglas. ¿Qué te parece si dividimos las tareas de limpieza y nos aseguramos de que ambos tengamos nuestro espacio?

—Eso suena razonable —respondió Aiden, sintiéndose un poco más relajado ante la propuesta—. Aunque, honestamente, soy un poco desordenado pero antes de salir siempre procuró dejar todo limpio. Tal vez tú puedas ser el que mantenga todo en orden.

Hendricks soltó una risa suave, que resonó en el aire y sorprendió a Aiden.

—No te preocupes, me encargaré de eso. Además, ¿no se supone que las chicas son más ordenadas?

Aiden sintió un ligero rubor en sus mejillas. La afirmación de Hendricks, aunque probablemente inocente, lo hizo sentirse atrapado en su propia identidad. Intentó no darle demasiada importancia.

—Quizás no todos. Yo... prefiero el arte del caos —dijo, esbozando una sonrisa.

—Imagino que la habitación de la derecha es la tuya y la mía será la otra.

—Asi es, si necesitas ayuda solo dime.

Hendricks se rió de nuevo y, por un momento, el ambiente se sintió más ligero. Sin embargo, la confusión seguía presente en la mente de Aiden, mientras continuaba percibiendo cómo Hendricks lo miraba con curiosidad.

—Entonces, ¿qué te trae a París? —preguntó Aiden, intentando romper el hielo.

—Mis padres me obligaron a venir para que estudiara algo que me ayudara a ser un "hombre" —respondió Hendricks, haciendo comillas con sus dedos—. Como si ser hombre tuviera un solo camino. Estoy aquí para ayudar con el negocio familiar, pero en realidad, solo quiero disfrutar de la vida y explorar un poco. Esto será como unas vacaciones para mí. En casa tengo hermanas trillizas mayores que yo, créeme son un callo en el culo, diciéndome todo el tiempo que hacer, como actual, que ponerme, como hablar, con quién relacionarme etc.… aunque llegarías a amarlas una vez que las conocieras.

Aiden asintió, sintiendo una mezcla de simpatía y comprensión, aunque en su caso él es el mayor y Bromelia es la hermanita menor. Recordaba lo que era ser empujado a cumplir expectativas ajenas.

—Entiendo. Para mí, París es un sueño. Siempre he querido estar aquí, aunque no precisamente para estudiar, pero ya que estoy aquí puedo disfrutar, turistear y estudiar —dijo Aiden, con su voz cargada de pasión—. Aunque a veces es complicado.

—¿Complicado? ¿Por qué? —preguntó Hendricks, inclinándose un poco hacia adelante, interesado.

Aiden tomó un momento para reflexionar. Había muchas razones detrás de sus complicaciones, pero no estaba seguro de cuánto compartir. Decidió ser honesto, aunque con reservas.

—La gente no siempre entiende... quién soy, cómo me veo, lo que lleva a críticas son sentido—dijo Aiden, buscando las palabras correctas—. A veces se burlan por mi pelo rubio platinado casi blanco o mi rostro, y otras veces simplemente se alejan. Tuve que poner mucha determinación para venir desde Borgoña, mi ciudad natal.

Hendricks frunció el ceño, la expresión de su rostro indicando que no le gustaba lo que escuchaba.

—Eso no es justo. Nadie debería ser juzgado por cómo se ve —dijo Hendricks, con sinceridad—. Me parece que eres increíble tal como eres. ¿De qué parte de Borgoña?

Aiden sintió un pequeño destello de gratitud. Era un alivio escuchar palabras de apoyo, aunque aún se sentía un poco vulnerable al compartir eso.

—Gracias. Aprecio que lo digas —respondió, con una leve sonrisa— Vengo de Chablis, una pequeña región, donde nacen los mejores vinos.

En ese momento, la atmósfera en el dormitorio se volvió más cálida y acogedora. La conversación continuó fluyendo, y Aiden se sorprendió de lo fácil que era hablar con Hendricks, como si hubieran sido amigos durante años. Pero mientras Hendricks lo miraba, Aiden no podía evitar sentirse atrapado en la confusión de su propia identidad.

En su mente, Hendricks seguía siendo un chico atractivo, pero Aiden sabe que para ese italiano, él se ve como una "chica" que lo intrigaba de formas que nunca había anticipado.

Las horas pasaron rápidamente mientras ambos compartían historias, risas y la cena que pidieron a domicilio. Aiden descubrió que Hendricks tenía un gran sentido del humor y un espíritu aventurero, lo que lo hizo aún más atractivo a sus ojos.

A medida que la noche avanzaba, Aiden sintió que la chispa de su conexión con Hendricks se encendía. Sin embargo, su mente también se nublaba con la idea de que tal vez, ese italiano hetero, tan apuesto pondría su mundo de cabeza, su solitaria vida estaría llena de más personas porque Hendricks le puede sacar el aire a cualquier chica y dejarla babeando además de ser un imán para hacer amigos.

Con el paso de los días, Aiden comenzó a notar la forma en que Hendricks lo miraba, como si tratara de descifrar un misterio. Aunque lo encontraba un poco incómodo, no podía evitar sentirse halagado por la atención. Después de todo, había pasado tanto tiempo sintiéndose como un extraño en su propio cuerpo que era refrescante, aunque confuso, que alguien lo viera de manera tan intrigante.

Mientras el semestre avanzaba y la Navidad se acercaba, Aiden, en un impulso extraño, añadió algo inesperado a su lista de regalos navideños: un presente para Hendricks. Iría a comprarlo en su día libre de la universidad. Aunque aún no entendía por qué, sentía que era el gesto adecuado.

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