VENCO

Estoy sentado en mi despacho, con la mirada fija en mi madre, quien se encuentra de pie frente a mí, con una expresión seria y decidida. La habitación está iluminada por la luz suave de la tarde, que se filtra a través de las ventanas, y el aire está cargado de tensión.

—Venco, debes ir a detener a Ocaso —dice mi madre, con una voz firme y autoritaria—. Está subiendo las maletas al carruaje y se va a ir de la mansión.

Me levanto de mi silla y me acerco a la ventana, mirando hacia afuera, donde puedo ver a Ocaso cargando las maletas en el carruaje. Siento un nudo en la garganta y una sensación de desesperación me invade.

"¿Por qué tiene que irse?", me pregunto a mí mismo. "¿Por qué no puede quedarse y hablar conmigo?"

—Lo he intentado todo, madre —le digo, con la voz llena de frustración—. He hablado con ella, la he escuchado, la he acompañado... pero no quiere escucharme. No quiere saber nada de mí.

Mi madre se acerca a mí y me pone una mano en el hombro.

—No te rindas, Venco —me dice
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