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CAPÍTULO 2. ENTRE MIS PIERNAS

Elízabeth

Sé que ahora mismo están preguntándose tres cosas:

¿Quién es esta mujer?

¿Por qué se aterrorizó delante de un hombre?

¿Y por qué vale la pena escuchar su historia?

Bueno… la realidad es que mi historia no es muy común. Soy una de las cuatrillizas Craven, y la cabeza de Craven´s Architect & Co., el mayor despacho de arquitectura y diseño que se ha conocido en Francia.

Nos dedicamos a construir megaproyectos, como el que estamos estrenando hoy a media hora de distancia de Marsella: una pequeña ciudad cultural que levantamos con la participación de la constructora portuguesa Ankora, y un auspicio especial del reconocido magnate y filántropo Ruben Easton.

Si piensan que nací en cuna de oro están en lo cierto. Mis hermanas y yo somos las herederas de una familia inglesa muy poderosa, que se asentó en Francia desde hace más de medio siglo… y conste que digo herederas y no “hijas”, porque eso no lo hemos sido nunca para la familia Wingrave.

Jamás mis hermanas o yo sufrimos ningún tipo de maltrato, al menos no físico. Sin embargo con el tiempo nuestra familia nos convirtió a las cuatro en personas muy extremas.

Véanme a mí, por ejemplo: debo tener diagnosticados más de tres tipos distintos de trastornos de la personalidad… y el psicólogo que vive a mis expensas tiende a decirme que soy “un poco” sociópata, y cuando dice “un poco” es para no perder la suma tan obscena de dinero que le pago por escucharme.

Todavía hoy y a pesar de las terapias, prefiero a los animales que a la gente.

Son escasas y contadas las personas que me son queridas.

Me tiene sin cuidado el calentamiento global o que mueran soldados en la guerra.

Mataría por mis hermanas sin pestañear…

…y jamás me he enamorado.

Así es, jamás lo hice, pero hace un par de años conocí a una mujer increíble, una mujer que se ha convertido en mi amiga y confidente: Layla Stafford… y ella tenía algo, algo hermoso que la convertía en una persona fuerte, amable, cariñosa y sobre todo, sensible.

Quise ser como ella desde que la conocí, así que salí al mundo después de toda una juventud de encierro, a buscar lo que yo creía que podía convertirme en una mejor mujer.

Y ahí es donde entra Rodrigo. Rodrigo de Navia, jamás tuve idea de que se llamara así, o de que fuera una de las voces más destacadas de la literatura de Thriller. Rodrigo fue el mejor amanecer que tuve, los mejores meses, los días más apacibles y las noches más tormentosas.

Rodrigo fue mi primera y mejor aventura, y no, no me enamoré de él, me fui en el mismo momento en que entendí que eso podía suceder. Podía enamorarme de él con tanta fuerza que sería capaz de torcer toda mi vida por seguir amándolo. Así que preferí despedirme como habíamos planeado y olvidarlo.

Y si se están preguntando exactamente por qué me aterró volver a verlo, es porque Rodrigo me dio exactamente eso que yo estaba buscando, y no estoy dispuesta a devolvérselo.

Si soy honesta debo admitir que lo prefería siendo el escritorcillo de mierda que pensé que era, fue una de las razones por las que lo elegí. En cambio, Rodrigo de Navia no es un nombre que pueda pasar por alto, y conociendo su carácter, todo puede complicarse mucho a partir de ahora.

Veo su reflejo en uno de los grandes espejos y sé que está observándome. Está vestido de perfecta etiqueta, con un traje sastre que le resalta todo el trasero… ya sé que soy indiscreta pero no puedo evitar mirar. Es el mismo, sin embargo en dos años sus rasgos se han endurecido y mantiene una barba muy bien cuidada. Ese porte haría que se me mojaran las bragas si trajera alguna puesta.

Intento sacármelo de la cabeza y paso el resto de la noche atendiendo a mis invitados de honor. Thiago y Layla son por supuesto los primeros y más importantes, y cabe destacar que después de dos años siguen exactamente igual de cabezotas especialmente ahora que Layla está con el instinto maternal doblemente disparado y… no, esperen, esa es “su” historia, si quieren saberla pregúntensela a ellos.

La inauguración resulta ser el éxito que se esperaba, y para las doce de la noche todos comienzan a retirarse del centro de convenciones hacia las actividades que han reservado con anticipación.

Esta noche tenemos seis conciertos, dos obras de teatro, tres óperas, un festival de danza, doce firmas de libros y cinco exposiciones de pintura y escultura. ¡Todo eso a la misma vez! De verdad mis hermanas y yo hemos creado un sitio de ensueño.

No vuelvo a ver a Rodrigo en toda la noche, debe estar en su firma de libros, a la que por supuesto no pienso asistir.

A la una de la madrugada me dejan literalmente sola, Liam y Arabella se van a un concierto, Sabrina y Layla se llevan a Thiago a la Ópera, para torturarlo como castigo por no dejarla beber, y Claire… bueno Claire encontró al parecer una amiga con la que pasar el resto de la velada.

Lo dicho: estoy sola, así que hago lo mejor que puedo hacer en este momento y es irme a descansar. Mi suite privada está justo debajo del centro de convenciones, en el penúltimo piso de la Torre Blanca, como le llaman al edificio. Por supuesto está completamente insonorizada, porque de lo contrario los constantes eventos no me dejarían descansar.

Paso la tarjeta por la cerradura electrónica y el botón se pone verde en un segundo. Estoy completamente agotada y con los nervios tensos, así que hago lo único que me da tranquilidad, y es dejar todo en la puerta de la casa.

No sé si lo han notado pero soy extremadamente literal, así que cuando digo "todo", quiero decir que me quito los tacones, me bajo los tirantes del vestido y lo dejo caer al suelo… el brazalete, los aretes… todo queda en un pequeño bulto junto a la entrada mientras suelto las incómodas horquillas que mantienen atado mi cabello y dejo que me caiga por el cuerpo.

La semi penumbra que envuelve la habitación y el aire acondicionado hacen que la piel se me erice y mis pezones se endurezcan, sonrío pensando en que hace rato que "las gemelas" no reciben la atención que merecen. Masajeo con suavidad mi cabeza mientras camino hacia el bar y entonces lo siento… esa presencia que no es cuerpo, ni sombra, ni ilusión.

—Me gusta esta clase de recibimientos —la voz de Rodrigo es tan profunda que siento que puede llegar a cada rincón de la habitación—, pero dada la reacción que tuviste hace unas horas cuando me viste, debo confesar que no la esperaba.

Me doy la vuelta para verlo ahí, muy sentado en mi sofá, sin el saco y con la camisa arremangada hasta los codos.

—¿Cómo entraste? —lo increpo sin ponerme nerviosa porque siendo honesta, el miedo que le tengo no viene por su cercanía, sino por su alcance.

—Bueno, me metí entre tus piernas. ¿Qué tan difícil podía ser entonces la cerradura de tu puerta, Mel?... ¿O debo decir, Elízabeth?

Cierro los ojos durante los tres segundos en que me toca asimilar que ya todo se fue a la mierda. Ya Rodrigo sabe quién soy, pero yo también sé quién es él, y como dicen por ahí: lo que es parejo, no hace ventaja.

Abro la botella más fría que tengo de champán y no me molesto en vestirme. Estoy perfectamente cómoda con mi cuerpo porque sé que soy hermosa, y si no piensa lo mismo, bien puede irse a freír espárragos.

—Puedes llamarme Elízabeth —acepto, sentándome frente a él en una banqueta alta. Cruzo las piernas y las manos, apoyando los codos en las rodillas.

—¿Me engañaste? —se levanta para venir hacia mí y su rostro queda a centímetros del mío.

Siento su olor y es delicioso. Debería estar buscando ahora mismo una salida, pero lo que quiero es una entrada, y una bastante fuerte.

—Un poco, no quería que supieras quién era —admito porque suelo ser bien cruda y no voy a cambiar por él—. Aunque tú debes entenderme muy bien, porque tampoco me dijiste quién eras.

—¡Lo único que omití fue mi apellido! —escupe con rabia—. ¡No me inventé todo el maldito nombre!

—No, pero recuerdo muy bien haberte preguntado qué clase de escritor eras y no me dijiste la verdad —aseguro—. Hace dos años Rodrigo de Navia era tan reconocido como ahora, sin embargo me hiciste creer que estabas muriéndote de hambre.

—No quería que estuvieras conmigo por mi dinero —explica y lo entiendo, pero realmente no me importa.

—Uy, cielo, yo estaba contigo por todo menos por tu dinero —aseguro toda coqueta porque su camisa está un poco abierta, puedo ver una deliciosa franja de músculos y mi cuerpo reacciona en consecuencia.

—¡No estoy para juegos! —me advierte y la sangre se me rebela de una sola vez porque no tolero ni advertencias ni amenazas—. Sólo dime la verdad, ¿por qué lo hiciste?

—¿Y a quién carajo le importa por qué lo hice? ¿Por qué dije otro nombre? ¿Por qué te elegí? Puedo darte una sarta de excusas inservibles pero no soy así —sonrío con suficiencia—. ¡Reconócelo, sólo estás enojado porque creíste que me habías engañado, jajajajaja y ahora resulta que yo te engañé mucho mejor!

—¡¿A qué estás jugando, Mel?! —se adelanta y me toma de la muñeca. La banqueta se balancea peligrosamente con ese movimiento y Rodrigo le devuelve el equilibro haciéndole de apoyo contra mi cuerpo.

Parece una broma del destino, otra vez con este hombre entre mis piernas. Siento su cuerpo tensarse por la cercanía. No importa que hayan pasado uno, dos o diez años, sigue deseándome como el primer día y yo… yo siento su aliento caliente sobre mi boca y es como si el tiempo no hubiera pasado.

Mi mano se encuentra con la base de su cuello y lo atraigo hacia mí. Su lengua se hunde en mi boca como un desafío y la recibo con tanta ansiedad que mi cuerpo se arquea y se acomoda a él, siento sus manos es mis muslos, en mis nalgas, recorriendo mi espalda para apretarme contra su torso y siento esa erección que le nace de repente contra el pantalón, que es lo único que lo separa de mi sexo.

Sus labios siguen siendo suaves y antojadizos, demandantes y violentos hasta que entre mordidas y besos perdemos completamente el aire y se detiene, respirando con dificultad sobre mi rostro mientras me tiene firmemente agarrada.

—Mi nombre no es Mel —recalco.

—No me acostumbro a llamarte de otra forma…

—Sólo elije una, puedes decirme Elízabeth, Emperatriz, Lizzie, Liz, Craven, Diosa…

Una de sus manos atrapa mi barbilla con gesto fiero y sé que ya le han dicho que así me dicen mis amantes.

—¿Estás tratando de que te mande a la mierda? —espeta con rabia.

—A la verga sería mucho mejor, te aseguro que disfrutaría más el viaje…

Sus ojos oscuros de clavan en los míos y me estremezco.

—No hay problema, linda  —murmura mientras desabotona su camisa—. ¡Eso se puede arreglar!

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