Lizzie
Cierro los ojos y trato de dormir, pero el rostro descompuesto de Rodrigo no se me va de la cabeza. Esto es exactamente lo que me temía de su irrupción en mi vida, que crea que tiene derecho a algo cuando sólo pasamos un par de meses increíbles. Pero tal parece que los hombres son así, creen que sólo por clavar el asta de la bandera ya les perteneces.
Una risa sarcástica se me sale y trato de levantarme pero la punzada hace que me detenga unos segundos y asimile el dolor hasta que va pasando. Rodrigo no ha sido el único hombre en mi vida, eso es claro, pero sí ha sido el único al que no he sabido controlar. Quizás porque fue el primero… o quizás porque me gusta mucho más que los otros.
De cualquier manera, me hizo recordar bastante bien cómo es tener sexo con un español de treinta y tres años, que mide uno ochenta y siete y tiene el cuerpecito más sabr… ¡qrqrrqrqrqrq! Me rasco la garganta para no seguir soñando, porque los recuerdos de un duro contra el muro en… bueno, la verdad fue en todos lados, no es lo mejor para mi psicología.
Me levanto, se sirvo una copa de champaña y voy derecho al balcón. Mi pequeña ciudad rebulle con los gritos y las exclamaciones de lo que apenas van saliendo de los conciertos. Está por amanecer y yo estoy intranquila.
Este es mi imperio: mi despacho, mis proyectos, mi compañía. Lo levanté con muchas lágrimas y nada de inocencia. Quizás por eso, cuando Rodrigo me dio la oportunidad de ser alguien totalmente diferente, la tomé sin dudarlo un segundo.
Pero eso fue hace dos años, le di una salida y él la tomó. También fue su decisión que nos despidiéramos como extraños, que no venga ahora a hacerse el santo ni el ofendido porque no le queda.
Mi vida es muy diferente ahora, y no estoy dispuesta a que nada la perturbe, ni siquiera él.
La puerta se abre con el sigilo con que debiera abrirse cualquier puerta de un edificio que yo construya, y Clare hace aparición con una cara de haberse corrido tres veces que no se la aguanta. Tal parece que tomó la decisión correcta yéndose con su amiga.
—¿Estás empezando o no has parado desde anoche? —Se apoya en el barandal de hierro y cristal, justo al lado mío, y yo arrugo el entrecejo porque no comprendo nada.
Me señala la copa de champaña y yo sólo me encojo de hombros.
—No podía dormir. Él estuvo aquí.
Claire abre mucho los ojos y lanza una carcajada que parece que lleva años aguantándose.
—¿”Él”? ¿Tu Rodrigo? —su boca se queda abierta y mi primer instinto es decirle que la cierre.
—Por supuesto que es él. ¿De quién más hablaría?
Me hace un gesto de duda con la ceja levantada y niego como si eso pudiera borrarlo todo. Mis amantes son legendarios, pero ni siquiera mis hermanas saben quiénes son.
—¿Y cómo es que estuvo aquí? ¿Te estaba buscando o… te encontró por casualidad? ¡Cuéntame! —demanda casi dando saltos y suspiro porque no puedo entender esa actitud tan infantil. A veces siento que hay un abismo de distancia entre mis hermanas y yo aunque hayamos nacido con minutos de diferencia.
—Pues un poco de todo —digo yéndome hacia el sofá y sentándome en él, con las piernas recogidas debajo de mí—. Fue uno de los artistas invitados a la inauguración.
—Nooooo. ¿Es famoso entonces? ¿No que era un escritorcillo de quinta, conocido en su casa y respetado en su suburbio? —no sé cómo se acuerda de cada palabra pero así es Claire, es el cerebro genial de este cuarteto.
—Pues eso pensaba yo pero aparentemente, además de ser excelentes para coger, también fuimos buenos engañándonos. Su nombre es Rodrigo de Navia.
Claire se lleva las puntas de los dedos a los dientes y sé lo que está pensando: “Más conocido en Europa, ni Dios”.
—¿Y entonces? ¿Cómo estuvo ese reencuentro? ¿Se dio cuenta de que lo engañaste?
—Por supuesto. Estaba aquí esperándome cuando regresé de la inauguración —palmeo el sofá—. En este mismo lugar, todo teatral, tendrías que haberle visto la cara.
Mi hermana del alma que por alguna razón es una puritana rara se cubre los ojos con una mano y suspira:
—¡Por Dios dime que no entraste por la puerta deshojándote como haces siempre!
—¿Si ya me conoces para qué me preguntas?
—¡Jajajajjajajajaja! Debe haberse quedado de piedra cuando te vio desnuda —se burla Claire—. ¿Y qué pasó luego?
—Bueno… tuvimos una conversación muy… sudorosa —Sonrío con malicia llevándome la copa a los labios y Claire niega cerrando los ojos—. ¡Ay no te hagas, que tú hueles a sexo a diez metros de distancia!
Se sirve una copa de champaña y se la bebe de un tirón. Sé que para ella es difícil hablar de su vida sexual con nosotras, especialmente cuando no comparte el gusto del resto por los atributos masculinos, pero yo tengo por costumbre ser tan cruda en eso como en el resto de mi vida, además de que me tiene sin cuidado lo que le guste mientras sea feliz.
—¿Estás feliz de… verlo? —me pregunta de repente y yo me envaro.
—No lo sé —contesto con sinceridad— Rodrigo fue un capítulo de mi vida más importante de lo que me gustaría admitir, sobre todo frente a él. Pero creo que Rodrigo no quedó particularmente feliz de verme a mí.
—No entiendo. ¿No cogieron? —arruga el ceño.
—Sí.
—¿Y coges mal o qué? —le aviento un cojín y se ríe de mí. Pendeja, si no la quisiera como la quiero…
Respiro hondo antes de seguir, porque dice el idiota de mi psicólogo que uno tiene que enfrentar el pasado en el momento en que regresa.
—Vio una foto de Aitana —murmuro con inquietud.
—¿Y qué dijo?
—¿Qué va a decir? ¡Tú lo viste! —ese es un detalle que nunca dije, me quedé con fotos de Rodrigo, no podía simplemente permitirme olvidarlo—. Aitana no se parece a mí, pero parece una calca de Rodrigo.
Creo que eso fue lo que más llamó mi atención de mi hija desde el primer día que la tuve en mis brazos.
—¿Cree que es suya? —se preocupa Claire y no es para menos.
—Por supuesto. No te imaginas cómo se puso. Incluso me amenazó… —intento no reírme porque hace demasiados años que ningún hombre se atreve a amenazarme.
—¿Y qué vas a hacer?
—¿Qué puedo hacer, sino repetirle hasta el cansancio que no es su hija?
Pero algo me dice que no va a ser suficiente, no se va a quedar tranquilo sólo con eso. Y lo que más me temía está a punto de convertirse en una realidad: Rodrigo de Navia está de vuelta en mi vida, y esta vez es para quedarse.