FENRIS: Observaba a mi Alfa desde el otro lado del despacho, un espacio sombrío que apenas era iluminado por la fría luz de la luna filtrándose entre las delgadas cortinas. Kieran me había llamado con urgencia en medio de la madrugada, y como siempre, acudí. Era mi deber como su Beta, pero hoy mi mente estaba en otra parte. Clara, mi compañera destinada, la loba empática, había puesto una vez más mi paciencia al límite. Su testarudez parecía un desafío constante, y el tiempo que pasaba lejos de ella solo avivaba mi irritación. —¿Qué es lo que sucede, Kieran? —gruñí, impaciente. Kieran no respondió de inmediato. Mantuvo su mirada fija en su propia mano, como si buscara en ella una respuesta a algo que no entendía. Fruncí el ceño al verlo tan ausente. Esto no era común en él. Mi Alfa nunca mostraba duda ni vacilación; era el pilar de nuestra manada, inquebrantable. —Mira mi mano —murmuró al fin, extendiéndola hacia mí. Miré la palma de su mano extendida hacia mí. Y allí est
KIERAN:La puerta se abrió despacio. Claris apareció en el umbral, iluminada por la luz de la luna menguante. Nos observaba con una intensidad que hacía innecesarias las palabras. —No puedo quedarme quieta cuando los siento alterados —dijo, mirándonos con preocupación—. ¿Qué está pasando, mi Alfa? No respondí de inmediato. Mi mirada permaneció anclada a la suya. Ella era mi Luna, la única capaz de defender la manada aparte de mí. Era su derecho saberlo todo, aunque eso pudiera destruir su recién descubierto lazo con su naturaleza. —Ven aquí, mi Luna —le pedí con suavidad, señalando el espacio frente a mí—. Siéntate. Necesitas saber algo. —¿Estoy interrumpiendo? —inquirió, mirando de Fenris a mí. Luego, preguntó—: Puedes expl
INDERUAN:Había escuchado del poder del padre del Alfa Kieran Theron, un relato que se transmitía como un susurro en las sombras de nuestra historia. Mis antepasadas, poderosas pero incompletas, fueron eliminadas por él antes de que pudieran siquiera describir aquello que enfrentaron. Era un misterio que nos había seguido durante generaciones, un vacío lleno de preguntas. Por eso, cuando llegó el aviso de Sarah, la loba traidora, de que Kieran había sacado a su Luna, la loba lunar mística, todavía sin control pleno sobre sus poderes de cacería, no dudamos. Fuimos de inmediato. Era nuestra oportunidad. Una posibilidad tan precisa como fugaz, tan peligrosa como imprescindible. Si podíamos robar los poderes de esa Luna antes de que los dominara, antes de que se convirtiera en un arma en manos del Alfa de Alfas, podríamos cambiar el destino que había marcado a nuestra sangre. Pe
CLARIS:Retomé el control en un instante, aunque mi respiración era errática. Había escuchado a Lúmina, mi loba, aterrada, sintiendo ese miedo aún en mi alma. ¿Dónde está mi lobo? Esas palabras seguían golpeando mi mente, como si fueran un eco implacable, y yo sentía cómo mi cuerpo se fragmentaba junto con ella. Frente a mí, Kieran permanecía arrodillado, sus hombros caídos bajo un peso invisible que parecía haberlo quebrado en un instante. La expresión de terror en su rostro me partió en dos. Yo nunca lo había visto así. Jamás. Su miedo era tan palpable que parecía enraizarse en el suelo, sujetándolo como si este temiera que él pudiera desaparecer. ¿Qué había pasado? ¿Qué demonios había sucedido con Atka? Sin pensarlo, dej&eacu
KIERAN:Fenris me observó, inmóvil, con una mezcla de incredulidad y desconcierto dibujada en su rostro. Lo conocía demasiado bien; no necesitaba decir palabra alguna para saber lo que atravesaba su mente. Por primera vez en mucho tiempo, su templanza inquebrantable parecía tambalearse. Él sabía, igual que yo, que la seguridad de la manada pendía de un hilo casi invisible, y la tentación de advertirles sobre el peligro era tan fuerte como el miedo a las consecuencias. Pero yo no podía permitirlo.—¿Qué? ¿Por qué? —insistió, hundiendo esas palabras en el silencio como una daga, su incredulidad palpable en cada sílaba—. ¡Tenemos que avisar que estamos en peligro!Lo miré fijo, manteniendo el control, aunque cada fragmento de mi interior ardía con conflictos que no podía permitirme mostrar. Aparté
KIERAN:Por un momento, él me observó con incredulidad, sorprendido por mi súplica. Había algo diferente en su mirada ahora, tal vez arrepentimiento por no haber regresado a mi lado y ayudarme con la falta de papá. Mis palabras parecían haberlo alcanzado de una manera inesperada. Después de todo, Farel había sido el beta leal de mi padre. Su historia estaba tejida en las sombras de nuestra manada: él, que estuvo presente en su apogeo y también en su ruina; él, que desapareció durante años tras la casi aniquilación de los nuestros; y él, que me había encontrado en el momento en que lo necesitaba, no para ser un miembro activo de mi manada, sino para protegerme desde el rincón más oscuro de nuestras vidas compartidas.Sus labios formaron una línea fina antes de que me preguntara, con una preocupación inusual, como si mi r
KIERAN: Comencé a vislumbrar el entramado oscuro y complejo de las tres Lobas Lunares. Ferins escuchaba cada palabra con la atención de quien sabe que cada detalle puede cambiar el curso del destino. Su interés no era casual; estaba aprendiendo de Farel, el beta que había servido a mi padre con lealtad inquebrantable porque no había podido casarse y tener un descendiente. Su pareja destinada, la Loba Empática, junto a la Guardiana, fallecieron antes de cumplir su destino; solo había sobrevivido mi madre, la loba Mística, cargando todo ese peso en soledad. Fenris había heredado el puesto, pero, al igual que yo, no tuvo a nadie que lo guiara. Farel había desaparecido junto a toda nuestra manada después de la traición de Sarah. Por eso ambos escuchábamos atentamente al beta de mi padre, quien, por alguna razón, había decidido regresar al seno de la manada. —Cuando tú naciste, Kieran, el poder estaba en ti —dijo Farel, con una cadencia grave que me heló la sangre—, más fuerte y más in
CLARIS:Estaba desconcertada, observando la actitud de Farel. Este lobo ermitaño, que había irrumpido de repente en nuestras vidas con un aura de conocimiento absoluto, me inspiraba un temor que no podía ignorar. Había algo en su mirada, en la certeza con la que actuaba, que me hacía sentir diminuta, como si él estuviera viendo un peligro que aún no podía descifrar. Sin embargo, a pesar de que mi instinto me empujaba a cuestionarlo, algo dentro de mí me llevaba a creer que, en el fondo, estaba protegiendo a mis hijos de algo mucho más oscuro de lo que alcanzaba a comprender.Miré a Farel, de vuelta a mi alfa y, finalmente, a mis compañeras, las Lobas Lunares. Trataba de encontrar respuestas a su actitud, luego centré mi atención en mis pequeños, que observaban todo con curiosidad infantil, completamente ajenos a la tormenta invisible que se acumulaba a su alrededor. U