Hizo una breve pausa y su mirada se endureció con una resolución que se hizo aún más evidente y determinada.
—No puedo fallarle a la Diosa Luna, Fenris —dijo con firmeza—. No como lo hizo nuestra madre y guardiana Elena. Ella decidió no cumplir como debía, siguió sus propios deseos y olvidó la responsabilidad que tenía sobre sus hombros y ya viste lo que ocasionó. No me pidas que haga lo mismo. Todo lo que decía era cierto. La responsabilidad, el deber y el sacrificio se entrelazaban dolorosamente con el amor. Yo la comprendía; era un Beta destinado a poner todo lo del Alfa y la manada por encima de mis propios deseos. —Clara… —susurré mientras buscaba una forma de hacer que entendiera el riesgo al que se enfrentaba. —Fenris —me interrumpKIERAN:La desconexión era total. Jamás había experimentado algo así. Como Alfa, era inconcebible no sentir el enlace con cada miembro de la manada. No se trataba solo de un vínculo roto; era la esencia misma de nuestra unión la que estaba fracturada. Rafe no tardó en emitir un aullido de alerta máxima. Sabíamos lo que eso significaba: estábamos expuestos. Elena, la guardiana, giró la mirada hacia Clara con una intensidad que cortaba el aire. —Dime que no lo hiciste, Clara —la increpó de súbito, sin rodeos. Elena no formuló la pregunta como si buscara respuesta, sino como si temiera confirmarla. La miraba con incredulidad, lo cual hizo que todos claváramos los ojos en Clara. Su nerviosismo era obvio, y buscó refugio detrás de Fenris, como si con eso pudiera evitar enfrentarnos. —¿Qué hizo? —pregunté, con impaciencia. —Solo... solo quería ayudar a mi hermana —murmuró Clara. Luego bajó aún más el tono—. No quería que la castigaran. Fenris pareció tardar unos segundos en comprender s
CLARIS:Había comenzado a familiarizarme con las capacidades de una Loba Lunar Mística, pero eso no eliminaba el miedo abrumador que se apoderaba de mí cada vez que pensaba en mis hijos. Siempre había delegado en los demás, confiando en que ellos los protegerían, en que la manada estaba allí para cuidarlos. Sin embargo, algo había cambiado. Mi instinto maternal se había intensificado de una forma imposible de ignorar; sentía que nadie cuidaría de ellos mejor que yo. Por eso, no podía ni siquiera imaginar dejarlos solos, ni siquiera por un momento.Esa noche, decidí mantenerlos conmigo en mi habitación. Quería darme un baño, pero incluso eso parecía una tarea titánica ante el temor de alejarlos de mi vista. Encontré una solución improvisando una cesta amplia donde arreglé sus mantas, los coloqué con cuidado allí y los llevé al baño conmigo. Los dejé en un lugar seguro, donde podía vigilarlos, mientras me preparaba.El ruido del agua llenó el espacio y cubrí mi rostro con el chorro que
CLARIS: Sentía una necesidad imperiosa, casi irreprimible, de que me amara, a mí, a la humana Claris. También sabía que él necesitaba sentirse seguro de mi amor. Kieran miraba a los gemelos que dormían plácidamente en el centro de nuestra cama, ajenos a todo. Entendía que lo que le pedía con ellos ahí presentes era imposible, pero no iba a permitirme retroceder. Decidida, me acerqué a él. Había una determinación y necesidad que me impulsaban a seguir adelante. Lo tomé suavemente y lo guié hacia el baño. Él me siguió sin resistirse, su mirada me estudiaba, intrigado. El aire en el baño parecía cargado con todo lo que no habíamos dicho desde aquella noche en la que mi necedad por rechazar lo que soy lo llevó a marcarme de nuevo, como si esa fuese la única soluci&oa
El ruido del agua del baño apenas era un eco lejano, opacado por el peso de la presencia que me rodeaba. Todavía con la espalda hacia él, sentía cómo cada fibra de mi cuerpo vibraba, inquieta, desnudada no solo en cuerpo, sino en alma. Atka me había introducido sin mucha fuerza, pero la suficiente para entrar por completo. Las manos de Kieran se convirtieron en garras; sentí cómo su ropa se rompía ante la transformación. Hasta ahora había visto al lobo de cuatro patas y al humano. Al licántropo jamás; lo mismo sucedía conmigo: o era humana o loba, nunca una mezcla de ambas. Cerré los ojos, intentando controlar la agitación que despertaba lo que me hacía. Sus garras se hundían en mis caderas y, lejos de gritar por el dolor, sentía un gran placer. —Te enseñaré lo que es ser mi loba. ¿Qu
KIERAN: Había permitido que Atka tomara el control, pero no al punto de perderme por completo. Aunque le di libertad, no dejé que me eclipsara; ambos sabíamos que esto no era una lucha, sino un equilibrio. Atka le había mostrado a Claris quién era realmente: una licántropa, una de los nuestros, y había dejado su marca en ella con una pasión salvaje y voraz. Sentir aquel poder desbordándose entre ambos era embriagador, un recordatorio de lo que éramos en nuestra esencia más pura. A pesar de esa intensidad, permanecí alerta. Sabía lo frágil que podía ser el puente que ella intentaba construir entre su humanidad y lo que ahora formaba parte de su naturaleza. Por eso, mientras Atka disfrutaba de cada instante con ella, yo ya estaba planeando nuestro siguiente paso. Me comuniqué con Fenris, mi beta, a través del enlace, pidién
RAFE:Después de recorrer todo el territorio de la manada para confirmar que los guardias estaban en sus puestos, Elena, la loba lunar guardiana y mi compañera, me acompañaba con el ceño fruncido y una preocupación evidente. Su inquietud no había disminuido desde lo sucedido con Clara, su pupila, quien había sido utilizada con demasiada facilidad por los enemigos. Nos detuvimos en los límites del territorio. A unos pasos comenzaba el área controlada por los lobos del norte. Nos cubrimos tras unos arbustos, cuidando de que los guardias de la otra manada no nos detectaran. A pesar de estar atentos a cualquier movimiento sospechoso, la tensión de Elena era tan palpable que me distrajo. —¿Qué te tiene así? —pregunté en voz baja, sin apartar la vista de su rostro, aunque permanecía atento a los alrededores. Elena, mi compa&n
ELENA:Era una Loba Lunar Guardiana, una de las pocas que cada mil años la Diosa elegía para una misión sagrada. Mi generación, destinada a portar poderes extraordinarios, se perfilaba como la última esperanza para restaurar el equilibrio. Pero había fallado. Mi confianza, convertida en arrogancia, me había cegado, y ahora enfrentábamos el precio de ese error. Claris, reacia a abrazar su naturaleza, y Clara, manipulada con tanta facilidad, eran la prueba más dura de mi fracaso. Ellas, al igual que yo, estaban destinadas a traer de vuelta el equilibrio perdido, pero no había logrado prepararlas. Ese vacío era justo lo que las Lobas Antiguas habían aprovechado para extender su sombra, y ahora nos correspondía detenerlas. Todo había comenzado con la visita al refugio de la madre mística del Alfa, una loba sabia y conectada con la Diosa, a
CLARIS: Cuando volví a despertar, lo hice porque sentí la falta de su calor. Lo busqué con la mirada y escuché el agua de la ducha. Me levanté rápidamente, decidida a aprender a ser una loba. No solo tenía que hacerlo, sino que lo deseaba. Corrí al baño y me metí en la ducha con él. No dijo nada, solo me miró y me hizo espacio bajo el chorro de agua. Salió antes de que yo terminara. Al salir, ya no estaba. Me puse un pantalón cómodo, decidida a no separarme de Kieran en todo el día. Bajé las escaleras corriendo, recordando que ya me había dicho que Clara estaba cuidando a los niños. Eso me tranquilizó, aunque subí de todas formas a llevarles leche. Los encontré dormidos, abrazados a su tía. —Clara, voy a recorrer la manada con mi Alfa. No salgas de la casa con los niños —le indiqué con firmeza. —Cuídate, Claris, y no te excedas, recuerda tu situación —respondió entre balbuceos, apretando a los niños contra su pecho antes de quedarse dormida nuevamente. —¿Qué quieres decir co