Llevaba esa última semana en silencio, oculta desde el otro extremo de la banqueta, a veces tras el parabrisas empañado de su auto, otras sentada en la banqueta cubierta por gafas de sol o alguna revista. Siempre ahí, siempre a la misma hora.
Entonces la veía.
A Camila. A esa dulce niña que su pecho susurraba desde lo más profundo que era suya, que era su hija.
Cabello dorado y rizos suaves cayendo como espirales sobre sus hombros. Ojos grandes, expresivos, con la chispa viva que Sofía casi conocía como suya. Sus mejillas redondas, sonrojadas. La forma en la que fruncía el ceño cuando el sol le daba a la cara. Todo de ella resultaba familiar. Dolorosamente familiar, y eso era lo que más la consumía.
Sofía tragaba saliva cada vez que la veía ser llevada por una institutriz, anhelando con todo su ser poder ser ella.
Cuando la veía finalmente marcharse, y que no volvería a verla el resto del día, venía el aguijonazo, el dolor profundo, casi insoportable. Ese que nacía desde sus huesos y se expandía como un incendio descontrolado. Uno que la obligaba a apretar los puños, a tragarse el nudo en la garganta y a buscar fuerzas de donde no las tenía para romperse.
Todavía podía recordar el día en el que la vio por primera vez. La habían mantenido oculta durante todos esos años, y muy a pesar de su incansable investigación, no había conseguido nada, hasta ese día, unas semanas antes de que volara de regreso a Nueva York. Todos los focos de las cámaras apuntando hacia ella. Las preguntas directas a Marcus.
“¿Por qué nunca habló de su hija?”
“¿Dónde había estado todo ese tiempo?”
“¿Fue un acuerdo del matrimonio?”
“¿Era para protegerla de los medios?”
Ninguna de las preguntas fue respondida. Pero Sofía tenía la respuesta:
Fue para alejarla de ella, y ahora no descansaría hasta tener las pruebas.
Una tarde, mientras Sofía observaba a Camila desde el otro lado de la banqueta, cubierta por una bufanda azul y una gorra, cuando de pronto, la vio tropezar. Cayó sobre sus rodillas, y por un instante, se quedó quieta, confundida. Su amiga corrió a ayudarla, pero fue el gesto de Camila lo que desgarró a Sofía:
Miró a su alrededor. Buscó. Como si esperara que alguien más, alguien importante, viniera corriendo hacia ella.
Sofía se levantó instintivamente de la banca, presa de esa necesidad y con el corazón en la garganta. Dio un paso. Dos. Luego se detuvo. La niña se levantó por sí misma, sonriendo y siguió jugando como si nada.
Sofía sonrió, orgullosa, aunque abatida a partes iguales, pues la pequeña mostraba signos de demasiada auto dependencia para su corta edad.
— Eres mía — susurró entre lágrimas, en voz baja, sentándose de nuevo, vencida por la emoción —. Mi pequeña... la pequeña que te robaron de mí. Y te voy a recuperar. Cueste lo que cueste
Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y sacó el móvil de su cartera. Marco a un número registrado y dio unas instrucciones:
— Hazlo esta noche. Recuerda.
— ¿Qué tan profundas quieres que sean las marcas?
— Lo suficiente para que parezca que necesito ayuda.
— Bien.
Y colgó.
Sofía sabía que era una jugada así, que la Sofía del pasado jamás se hubiese atrevido a algo tan bajo y ponzoñoso, pero ella ya no era esa mujer nunca más.
Horas más tarde…
Justo en el momento y sitio acordado, ocurrió todo.
El golpe había dejado un sabor metálico en la boca de Sofía, y el hombre desapareció tan profundo se le pagó por su trabajo.
— Volveré a llamarte si te necesito — fueron las últimas palabras de Sofía antes de salir a la luz de los autos que transitaban, comenzando a quejarse con debilidad y dando pasos tambaleantes.
Llegó a una cafetería. Los empleados enseguida se alarmaron por su estado y no dudaron en ofrecerle agua y lo que sea que necesitara.
— ¿Puedo… hacer una llamada?
— Por supuesto que sí, señorita, tenga — le dijo una de las encargadas.
Sofía tomó el aparato con dedos temblorosos y marcó el número que, a pesar de estar escrito en la tarjeta, se sabía de memoria. Era extraño que después de su “muerte”, Marcus nunca hubiese cambiado de número. En el pasado siempre lo hacía. La prensa, amistades por conveniencia, odiaba que todo el mundo tuviese acceso a su número privado, y siempre se las arreglaban para conseguirlo, así que en aquel entonces no era extraño que cambiase a uno nuevo cada seis meses.
Después de varios tonos, lo escuchó.
— Blackstone — dijo aquella voz oscura, varonil, capaz de provocar tempestades.
— ¿Marcus…? ¿Marcus Blackstone? — preguntó Sofía delicadamente, rompiendo en un llano cuidadosamente ensayado.
Hubo un momento de silencio, después una reacción.
— ¿Sofía? ¿Sofía, eres tú?
— Dios, si eres tú, creí que… no iba a poder localizarte.
— ¿Qué pasa? Te escucho… asustada. ¿Estás llorando?
— Sí, no, bueno, yo… ah, no debí llamar, lo siento.
— ¡Espera, no cuelgues! — rogó Marcus, y se escuchó de repente el sonido de una silla siendo empujada hacia atrás y unos pasos firmes — ¿Qué pasa? ¿Estás bien? Sofía, habla.
— Es que… me han asaltado. No sabía a quién llamar. Me asusté tanto. Tu número era lo único que tenía a mi alcance y yo… yo… — hubo un momento de silencio, después unos jadeos apresurados.
Marcus abrió los ojos.
— ¡Sofía! ¡Sofía! ¿Estás ahí?
No contestó, pero alguien más sí.
— ¿Hola? — la voz de una joven preocupada.
— ¿Quién habla? ¿En dónde está Sofía?
— ¡Se ha desmayado! ¡Tiene que venir rápidamente por ella! ¡Está… herida!
Marcus sintió una sensación similar a la noche en la que murió su esposa. No tan fuerte, no tan desesperante, pero sí muy similar.
— Voy para allá — decidió, colgando la llamada al tiempo que tomaba su saco detrás del respaldo de su silla ejecutiva.
— ¿Quién era? ¿A dónde vas con tanta prisa? — preguntó Alex, su mejor amigo.
— Es Sofía, me necesita.
Alexander frunció el ceño y lo siguió hasta la puerta, también tomando su saco, lo detuvo por el brazo.
— ¿Sofía?
Marcus exhaló.
— Sí, la Sofía que salvó a Camila.
— ¿Y a qué te refieres precisamente con que te necesita?
— La acaban de asaltar, no sé dónde esté pero se ha desmayado y alguien más ha contestado el teléfono. Está herida.
— Espera… espera… ¿te ha llamado a ti y no a la policía? ¿No a una amiga? ¿No a un familiar?
— Alex, no tengo tiempo para esto.
— Y yo no quiero que vuelvas a pasar por lo mismo. ¿Recuerdas lo de hace tres años? Alguien intentó estafarte con supuesta información de que Sofía estaba viva. Luego… simplemente desapareció. ¡Quizás sea alguien más que está jugando contigo y quiere estafarte, Marcus!
— Esto… es diferente. Tú y todos lo han dicho, ¿no? Mi esposa está muerta, pero la mujer que salvó a mi hija y con la que estoy en deuda, está herida, sola y necesita mi ayuda. Voy a dársela. ¿Vienes o te quedas?
Alex se apretó el puente de la nariz, pero terminó siguiéndolo. Era su hermano de toda la vida.
En el ascensor, Alex se encargó de rastrear para Marcus la ubicación del número del que lo habían llamado, y les tomó alrededor de veinte minutos llegar al sitio.
Entonces la vio.
Tan distinta y tan similar. Tan…
Esa contradicción lo tenía atrapado desde el momento en el que la conoció. Sus facciones eran muy similares, demasiados, pero existían otras partes de ella que la alejaban de su Sofía
A su esposa no le gustaba el cabello corto, decía que la hacía ver la cara redonda. El fleco le molestaría en la frente y definitivamente no usaría gafas, prefería los lentes de contacto con aumento porque su nariz sudaba mucha y siempre se le bajaban.
Reaccionó cuando Sofía alzó el rostro.
Entró a paso decidido y no se detuvo hasta llegar con ella.
— Sofía — dijo con voz ronca y se agachó cuidadosamente, inspeccionándola con la mirada — ¿Estás bien?
Sus ojos brillaban con lágrimas, y jugaba con sus dedos mientras intentaba controlar su nerviosismo.
Enseguida Marcus notó el rastro de la sangre seca en la comisura de sus labios y el corte en su ceja izquierda. Sintió rabia e impotencia.
— Estoy bien, solo… solo… — intentó hablar, pero rompió en llanto, y sin esperarlo, se desmayó en sus brazos.
— ¡Sofía! — gritó Marcus, asustado, y la cargó en sus brazos.
Se la llevaba. Se la llevaba consigo.
La depositó en los asientos traseros de un Audi último modelo y condujo con Alex en el asiento del copiloto.— Marcus, ¿Qué crees que estás haciendo? — preguntó Alex durante el trayecto.— No sé a lo que te refieres.— Lo sabes bien. La forma en la que estás comportándote respecto a esta mujer es…— Alex, estoy bien.— No, no lo estás. Sé que quieres encontrar en ella a tu esposa, pero Sofía está…Antes de que pudiera terminar, Marcus se detuvo en un semáforo de forma un tanto abrupta, y miró a su amigo.— Sí, sé que Sofía está muerta y que nada va a devolverla. Lo sé muy bien. Vivo con eso cada día. No tienes que recordármelo — la forma tan dolorosa en la que se escucharon sus palabras, silenciaron a Alex, y cerró los ojos echando la cabeza hacia atrás.Sofía escuchó todo con los ojos cerrados, y por un momento, se sintió contrariada.Tras llegar a su destino, en silencio, Marcus bajó del auto y tomó a Sofía en brazos.— Asegúrate de averiguar quién le hizo esto. Va a pagarlo — le di
Sofía llegó a su apartamento aún con la respiración agitada y el corazón retumbando en el pecho. Evelyn la esperaba en la sala, visiblemente alterada al verla entrar. Se levantó de inmediato, sus ojos evaluando cada rincón del rostro de su amiga, deteniéndose en el labio herido y la ceja vendada.— ¿Estás bien? — preguntó, alarmada —. ¿Marcus te descubrió? ¿Sospechó algo?Sofía negó con la cabeza mientras se dejaba caer en el sofá, agotada tanto física como emocionalmente.— No… no sospecha nada — murmuró, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos —. Pero acabo de entrar al mundo de los Blackstone.Los ojos de Evelyn se abrieron de par en par.— ¿Qué hiciste?— Me ofreció trabajo — respondió con voz queda —. Me preguntó en qué era buena… y se lo dije. Me citó para mañana en su oficina. No puedo creer que haya funcionado.Evelyn se sentó junto a ella, tomándole la mano con fuerza.— Tienes que tener cuidado, Sof. Esto que estás haciendo es demasiado peligroso. Ya sabes de lo que esa famil
— ¿Qué diablos significa esto, Marcus? — Ágata se puso de pie de inmediato — No puedes tomar una decisión respecto a la empresa sin consultarnos.— Ágata tiene razón. Todos hemos tenido que pasar por tu aprobación siempre. Es justo que recibamos la misma importancia en cuanto a estas decisiones — intervino Bianca, la cuñada de Marcus, mostrándose evidentemente inconforme.— Nos los reuní para preguntarles si estaban de acuerdo o no con esta decisión, los reuní para que estuvieran al tanto. De resto, no hay nada que creo que se deba discutir aquí.— Tenemos que hablar. Y no te lo estoy pidiendo como tú esposa, sino como accionista del grupo Blackstone — le dijo Ágata, dejando muy en claro quién era ella en vida de Marcus.Sofía no se inmutó. Llevaba años estudiándola, conociendo sus fortalezas y debilidades, y aprovecharía cada una de ellas si llegaba a interponerse en su camino por lograr su objetivo.— De acuerdo, hablaremos, pero no será ahora. Sofía y yo tenemos que ponernos al cor
— Soy una estúpida, Eve, una completa estúpida — fueron las primeras palabras de Sofía al llegar al apartamento que compartía con su mujer amiga. Dejó la bolsa a un lado y se sentó en el sofá, enterrando el rastro entre las manos.Eve dejó lo que estaba haciendo y se acercó a ella.— ¿Por qué dices eso? ¿Pasó algo en ese viaje?Sofía asintió con impotencia.— Tuve esa pesadilla… — Eve sabía de cual hablaba — y él vino.— ¿Marcus?— Sí. Entró a la habitación, me despertó y… me abrazó — sus voz se quebró mientras los ojos se le llenaban de lágrimas — Pero eso no fue lo peor, sino que… le pedí que no me soltara. Como una tonta me aferré a él como si fuera todo lo que tenía.— Ah, Sofi…— ¡¿Qué diablos me pasa?! — exclamó, cruzada por la rabia y la necesidad de querer arrancarse del pecho eso que estaba sintiendo.— Es normal. Es el hombre que... bueno… ya sabes.Sofía negó.— No, es el hombre que me dejó morir — entonces la miró — ¿Entiendes eso? El hombre que se suponía debía protegerme
Capítulo 1. Muerta en vidaEl cielo estaba despejado aquella noche, la ciudad dormía envuelta en luces tenues mientras el auto serpenteaba suave por la carretera. Sofía reía, con la mano sobre su vientre abultado, y la otra entrelazada con la de Marcus. Su mundo entero estaba dentro de aquel auto.De pronto, el móvil de Marcus sonó. Este esbozó una sonrisa al leer el contenido de un mensaje. Sofía entornó los ojos, mirándolo con curiosidad.— ¿Qué? ¿De qué se trata?— Siempre tan curiosa — le dijo, besando el dorso de su mano —. Esperaba poder darte la sorpresa, pero no quiero esperar. He conseguido la casa.Sofía se llevó las manos a la boca y sus ojos brillaron.— ¿Qué? ¿Te refieres a…? — las palabras no pudieron salir de su boca, y Marcus volvió a sonreír.— Sí, mi vida, me refiero a la casa de nuestros sueños.La habían estado tratando de conseguir durante meses, y aunque la competencia con otros compradores era dura, Marcus sabía cuan ilusión le hacía a Sofía tener esa casa, así
Capítulo 2. El fantasma de su esposaDespués de recuperarse, la esperanza de que su hija estuviese viva, bajo el resguardo de los Blackstone, todavía latía en el corazón de Sofía.Fue así como durante semanas, algunos días con sol y otros con lluvia, Sofía frecuentaba bajo las sombras la mansión de los Blackstone. Una fortaleza de oro. Impenetrable, intocable.— Vamos, pequeña… — murmuró para sí misma, esperanzada —. Solo una señal… un gesto. Sé que estás allí. Mamá está esperando por verte.Durante todo ese tiempo, se había escondido entre arbustos, dentro de autos rentados, incluso disfrazada con gafas oscuras y gorra, caminando por la acera opuesta a la mansión. Se sabía los horarios de los guardias, la rutina del jardinero, el momento exacto en el que Marcus salía a correr… pero nunca la niña. Nunca su hija. ¡La hija de sus entrañas!Un día, ya había perdido la cuenta de las horas que había pasado allí, a la espera de algo, de una señal, por muy pequeña que fuera, y como otras tan
Capítulo 3. Sofía finge no ser ella frente a Marcus— ¡Papá! — la voz de la pequeña Camila sacó a Marcus Blackstone de su asombro, y la vio correr hacia él.La atrapó en el aire y la pegó a él con fuerza y desesperación. Sus manos temblaban mientras la examinaba de pies a cabeza, asegurándose de que estuviese entera, sana, a salvo.— ¿Estás bien? ¿Te duele algo?— Estoy bien, papi — le aseguró la pequeña, y Marcus exhaló, frotándose el entrecejo.— Dios, Camila. ¿Por qué te saliste así de la casa, mi amor?— Lo siento, papi, estaba buscando a mami.Marcus frunció el ceño.— ¿Qué?— Sí, ella me llamó. Me dijo que la siguiera, y está aquí, por fin mi mami está aquí.— Sofía, por amor a Dios, ¿de qué… hablas?La dulce niña ensanchó una sonrisa como si no le hubiese dado el susto de su vida.— ¡Sí, papi! ¡Mami está aquí! ¡Mírala! — y señaló a la mujer que aguardaba detrás de ella, con la manos cruzadas frente a sí misma.Marcus alzó el rostro y pasó un trago, incorporándose. Todo lo que s
Capítulo 4. Destruir el mundo de los Blackstone como un castillo de arenaGrupo Blackstone. Manhattan, New York.— ¿Estás escuchándome, Alex?Marcus apretó los dientes mientras caminaba por su despacho, con el ceño fruncido y la tarjeta en la mano. La misma tarjeta que él mismo había entregado aquella mañana a la mujer que lo tenía al borde del abismo.— Tenía sus mismos ojos… su misma forma de mirar — murmuró —. Y el mismo nombre.Su mejor amigo, Alex Bennett, lo observaba desde el sillón frente al escritorio, brazos cruzados, con una expresión de preocupación.— Marcus… ya hemos hablado de esto. Sofía murió.— No lo entiendes.— A ver, esta mujer, ¿te dijo que era Sofía? ¿Tu Sofía?— Obviamente no, pero…— Entonces ya está, Marcus. Las personas se parecen, pero es todo.— No estoy diciendo que esa mujer sea Sofía. Estoy diciendo que… algo vi en ella. Que la forma en que apareció, el momento, cómo salvó a Camila. Era como si el destino me la estuviera poniendo frente otra vez.Alex n