Capítulo 5: Sofía es asaltada y golpeada

Llevaba esa última semana en silencio, oculta desde el otro extremo de la banqueta, a veces tras el parabrisas empañado de su auto, otras sentada en la banqueta cubierta por gafas de sol o alguna revista. Siempre ahí, siempre a la misma hora.

Entonces la veía.

A Camila. A esa dulce niña que su pecho susurraba desde lo más profundo que era suya, que era su hija.

Cabello dorado y rizos suaves cayendo como espirales sobre sus hombros. Ojos grandes, expresivos, con la chispa viva que Sofía casi conocía como suya. Sus mejillas redondas, sonrojadas. La forma en la que fruncía el ceño cuando el sol le daba a la cara. Todo de ella resultaba familiar. Dolorosamente familiar, y eso era lo que más la consumía.

Sofía tragaba saliva cada vez que la veía ser llevada por una institutriz, anhelando con todo su ser poder ser ella.

Cuando la veía finalmente marcharse, y que no volvería a verla el resto del día, venía el aguijonazo, el dolor profundo, casi insoportable. Ese que nacía desde sus huesos y se expandía como un incendio descontrolado. Uno que la obligaba a apretar los puños, a tragarse el nudo en la garganta y a buscar fuerzas de donde no las tenía para romperse.

Todavía podía recordar el día en el que la vio por primera vez. La habían mantenido oculta durante todos esos años, y muy a pesar de su incansable investigación, no había conseguido nada, hasta ese día, unas semanas antes de que volara de regreso a Nueva York. Todos los focos de las cámaras apuntando hacia ella. Las preguntas directas a Marcus.

“¿Por qué nunca habló de su hija?”

“¿Dónde había estado todo ese tiempo?”

“¿Fue un acuerdo del matrimonio?”

“¿Era para protegerla de los medios?”

Ninguna de las preguntas fue respondida. Pero Sofía tenía la respuesta:

Fue para alejarla de ella, y ahora no descansaría hasta tener las pruebas.

Una tarde, mientras Sofía observaba a Camila desde el otro lado de la banqueta, cubierta por una bufanda azul y una gorra, cuando de pronto, la vio tropezar. Cayó sobre sus rodillas, y por un instante, se quedó quieta, confundida. Su amiga corrió a ayudarla, pero fue el gesto de Camila lo que desgarró a Sofía:

Miró a su alrededor. Buscó. Como si esperara que alguien más, alguien importante, viniera corriendo hacia ella.

Sofía se levantó instintivamente de la banca, presa de esa necesidad y con el corazón en la garganta. Dio un paso. Dos. Luego se detuvo. La niña se levantó por sí misma, sonriendo y siguió jugando como si nada.

Sofía sonrió, orgullosa, aunque abatida a partes iguales, pues la pequeña mostraba signos de demasiada auto dependencia para su corta edad.

— Eres mía — susurró entre lágrimas, en voz baja, sentándose de nuevo, vencida por la emoción —. Mi pequeña... la pequeña que te robaron de mí. Y te voy a recuperar. Cueste lo que cueste

Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y sacó el móvil de su cartera. Marco a un número registrado y dio unas instrucciones:

— Hazlo esta noche. Recuerda.

— ¿Qué tan profundas quieres que sean las marcas?

— Lo suficiente para que parezca que necesito ayuda.

— Bien.

Y colgó.

Sofía sabía que era una jugada así, que la Sofía del pasado jamás se hubiese atrevido a algo tan bajo y ponzoñoso, pero ella ya no era esa mujer nunca más.

Horas más tarde…

Justo en el momento y sitio acordado, ocurrió todo.

El golpe había dejado un sabor metálico en la boca de Sofía, y el hombre desapareció tan profundo se le pagó por su trabajo.

— Volveré a llamarte si te necesito — fueron las últimas palabras de Sofía antes de salir a la luz de los autos que transitaban, comenzando a quejarse con debilidad y dando pasos tambaleantes.

Llegó a una cafetería. Los empleados enseguida se alarmaron por su estado y no dudaron en ofrecerle agua y lo que sea que necesitara.

— ¿Puedo… hacer una llamada?

— Por supuesto que sí, señorita, tenga — le dijo una de las encargadas.

Sofía tomó el aparato con dedos temblorosos y marcó el número que, a pesar de estar escrito en la tarjeta, se sabía de memoria. Era extraño que después de su “muerte”, Marcus nunca hubiese cambiado de número. En el pasado siempre lo hacía. La prensa, amistades por conveniencia, odiaba que todo el mundo tuviese acceso a su número privado, y siempre se las arreglaban para conseguirlo, así que en aquel entonces no era extraño que cambiase a uno nuevo cada seis meses.

Después de varios tonos, lo escuchó.

— Blackstone — dijo aquella voz oscura, varonil, capaz de provocar tempestades.

— ¿Marcus…? ¿Marcus Blackstone? — preguntó Sofía delicadamente, rompiendo en un llano cuidadosamente ensayado.

Hubo un momento de silencio, después una reacción.

— ¿Sofía? ¿Sofía, eres tú?

— Dios, si eres tú, creí que… no iba a poder localizarte.

— ¿Qué pasa? Te escucho… asustada. ¿Estás llorando?

— Sí, no, bueno, yo… ah, no debí llamar, lo siento.

— ¡Espera, no cuelgues! — rogó Marcus, y se escuchó de repente el sonido de una silla siendo empujada hacia atrás y unos pasos firmes — ¿Qué pasa? ¿Estás bien? Sofía, habla.

— Es que… me han asaltado. No sabía a quién llamar. Me asusté tanto. Tu número era lo único que tenía a mi alcance y yo… yo… — hubo un momento de silencio, después unos jadeos apresurados.

Marcus abrió los ojos.

— ¡Sofía! ¡Sofía! ¿Estás ahí?

No contestó, pero alguien más sí.

— ¿Hola? — la voz de una joven preocupada.

— ¿Quién habla? ¿En dónde está Sofía?

— ¡Se ha desmayado! ¡Tiene que venir rápidamente por ella! ¡Está… herida!

Marcus sintió una sensación similar a la noche en la que murió su esposa. No tan fuerte, no tan desesperante, pero sí muy similar.

— Voy para allá — decidió, colgando la llamada al tiempo que tomaba su saco detrás del respaldo de su silla ejecutiva.

— ¿Quién era? ¿A dónde vas con tanta prisa? — preguntó Alex, su mejor amigo.

— Es Sofía, me necesita.

Alexander frunció el ceño y lo siguió hasta la puerta, también tomando su saco, lo detuvo por el brazo.

— ¿Sofía?

Marcus exhaló.

— Sí, la Sofía que salvó a Camila.

— ¿Y a qué te refieres precisamente con que te necesita?

— La acaban de asaltar, no sé dónde esté pero se ha desmayado y alguien más ha contestado el teléfono. Está herida.

— Espera… espera… ¿te ha llamado a ti y no a la policía? ¿No a una amiga? ¿No a un familiar?

— Alex, no tengo tiempo para esto.

— Y yo no quiero que vuelvas a pasar por lo mismo. ¿Recuerdas lo de hace tres años? Alguien intentó estafarte con supuesta información de que Sofía estaba viva. Luego… simplemente desapareció. ¡Quizás sea alguien más que está jugando contigo y quiere estafarte, Marcus!

— Esto… es diferente. Tú y todos lo han dicho, ¿no? Mi esposa está muerta, pero la mujer que salvó a mi hija y con la que estoy en deuda, está herida, sola y necesita mi ayuda. Voy a dársela. ¿Vienes o te quedas?

Alex se apretó el puente de la nariz, pero terminó siguiéndolo. Era su hermano de toda la vida.

En el ascensor, Alex se encargó de rastrear para Marcus la ubicación del número del que lo habían llamado, y les tomó alrededor de veinte minutos llegar al sitio.

Entonces la vio.

Tan distinta y tan similar. Tan…

Esa contradicción lo tenía atrapado desde el momento en el que la conoció. Sus facciones eran muy similares, demasiados, pero existían otras partes de ella que la alejaban de su Sofía

A su esposa no le gustaba el cabello corto, decía que la hacía ver la cara redonda. El fleco le molestaría en la frente y definitivamente no usaría gafas, prefería los lentes de contacto con aumento porque su nariz sudaba mucha y siempre se le bajaban.

Reaccionó cuando Sofía alzó el rostro.

Entró a paso decidido y no se detuvo hasta llegar con ella.

— Sofía — dijo con voz ronca y se agachó cuidadosamente, inspeccionándola con la mirada — ¿Estás bien?

Sus ojos brillaban con lágrimas, y jugaba con sus dedos mientras intentaba controlar su nerviosismo.

Enseguida Marcus notó el rastro de la sangre seca en la comisura de sus labios y el corte en su ceja izquierda. Sintió rabia e impotencia.

— Estoy bien, solo… solo… — intentó hablar, pero rompió en llanto, y sin esperarlo, se desmayó en sus brazos.

— ¡Sofía! — gritó Marcus, asustado, y la cargó en sus brazos.

Se la llevaba. Se la llevaba consigo.

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