Lenis se levantó de la cama, claramente aletargada, sin embargo, despierta desde hace minutos. Se dirigió al tocador y cerró la puerta tras de sí con lentitud. Se quitó el pijama que Maximiliano le había prestado y se bañó completa, colocando su rostro bajo el fuerte chorro de la ducha. Sabía que afuera la esperaba George. Sus ganas la motivaban a no querer verlo. Ni a él ni a nadie más. De hecho, había pensado en toma de decisiones, por lo que regresaría en ella, inevitablemente, esa manera de ver la vida, calculándola con cabeza fría y buenas estrategias que funcionasen a su entero favor, siempre con la idea de protegerse. Se colocó un albornoz y salió del tocador, con el único propósito de buscar las prendas que se colocaría. George, al ver que la puerta se abría, se levantó del sillón. —Lenis…Ella no prestó atención. Él definió que le estaba aplicando la ley del hielo, pero nada a la ligera; sintió miedo de nuevo, su comprensión de todo, de la forma de ser de ella, más sus vi
T.C miraba a Lenis por el retrovisor y enviaba mensajes por su teléfono. Afuera llovía, por lo que Lenis prefirió esperar que escampara un poco para salir del vehículo. Desde su asiento en la parte de atrás, la secretaria observaba el edificio donde el abogado George J. Miller tenía su bufete. Recordó su historia. Esa era la segunda oficina que montaba, gracias a que su padrastro, siendo también el de él, lo había arruinado todo. Solo pensó en esa misma parte de lo que George le había contado y ella negó con la cabeza, colocando la yema de sus dedos sobre el tabique, suspirando… Comprendía todo, sabía que tanto él como Peter, junto al jefe de la corporación, eran víctimas de Turgut. Entendía por qué ellos lo buscaban, por qué deseaban que aquel infame ser pagara por todo lo que hizo. Ella, hasta podía entender, el porqué aquellos tres jefes habían desconfiado de ella, era lógico, lo comprendía. Aún así, se le estaba haciendo una árdua tarea perdonarlos por no haberles dicho nada de
La jueza terminó de leer el acta protococar y giró la cámara, apuntando a los presentes. —Señor Miller —nombró Bader—, proceda, por favor. —Muchas gracias, buenos días. Señoría… —saludó, junto a un asentimiento de cabeza—. Para efectos de grabación, mi nombre es George James Miller —Lisa lo miró—, con registro de colegiatura, número… —los presentes escuchaban atentamente—, abogado de la señora Lisa Díaz, con número de indentificación... —Jeferson aún no despegaba la mirada de ella—, ciudadana de este país. —George miró a los presentes, enfocado mayormente en la jueza—. La demanda propone un acuerdo judicial entre las partes en base a la petición de divorcio emitida por la demandante, con efecto inmediato a partir del día de hoy, con dos requerimientos taxativos especificados en el acta oficial de demanda que exponemos ante esta audiciencia. —George entregó a la jueza y al abogado de la defensa los documentos pertinentes. La jueza Bader abrió y asintió, mostrando y entregando el cont
Antes de cruzar las puertas de madera de doble hoja que encerraban la sala de juntas de aquel bufete, el abogado de Lisa Díaz la detuvo, tomándola de un brazo. —Está bien, aceptemos esto: como tu defensor no lo recomiendo. Posiblemente Bader no tenga problema alguno a que esto se haga con permisos legales, ya que aún no se ha enviado tu denuncia a un departamento policial. Ella tendría que hacer llamar a un agente de la ley colaborador de su juridiscción. —La mujer escuchaba atentamente—. Así que, si te quedas a solas con ese hombre... —George tragó grueso y lo que diría a continuación, lo soltaría con toda la convicción y consciencia que podía reunir dentro de sí—, llama a Peter y mantén la llamada encendida, que Smith no se de cuenta —le dijo, observando cómo los ojos grises de ella tomaban un brillo particular ante el consejo de Miller, quien luego de decir aquello, miró a Peter y le dijo por señas que estuviese al pendiente de su móvil—. Déjame hablar a mí, a menos que Bader pida
George entró en su oficina con las manos en su cintura, casi espetando la puerta contra la pared, seguido por Maximiliano y Peter. Este último cerró la puerta tras de sí. El abogado dio varios pasos en círculo, miró a través de la ventana, muy disgustado, intentando calmarse porque pensaba que en cualquier momento colapsaría. —Tienes que calmarte… —¡Y una m****a, Max! Lenis me miró a los ojos y me aseguró que le marcaría a Peter y que dejaría la llamada abierta para que… —Se interrumpió a sí mismo al caminar de súbito hacia su escritorio y apretar (casi golpear) un botón en su teléfono fijo—. ¡Maggie, mantenme informado cuando la señorita Evans salga de la sala de juntas! —comandó aquella orden casi en grito, no podía calmarse. Peter resopló ya sentado en una de las dos sillas frente al escritorio. Max estaba acomodado en la otra. Había tensión en el ambiente, pero nada como el desorden que llevaba George encima. —Miller, pareces un asolescente hormonal, ¿qué te pasa? —le dijo Pet
Lenis sintió que la piel volvía a apretarse alrededor de ella. Podía estar verdaderamente molesta con los tres jefes, pero jamás los dejaría en evidencia. Ella tenía, una vez más, que fingir, así dijese una verdad a medias que pudiese comprometer todo, pero con Jefferson no se las podía jugar baja, tenía que ir con cuidado a pesar de la osadía, y el único modo de lograrlo era haciendo que él creyera todo lo que le decía. —No supe de la existencia de ellos hasta que Sias me lo contó, por eso viajé hasta acá. Gracias a ti no tengo familia cercana, Jefferson, ¿qué creías, que no iba a buscar ayuda después de la vida desastrosa que me diste durante nuestro matrimonio? Jeferson no movió músculo alguno intentando dar lectura al lenguaje corporal de Lenis. Él volvió a inclinarse hacia delante para hablarle con mayor confidencia. —Si fui yo quien te cambió, te pido disculpas. Es en serio. —Lenis sonrió sin nada de gracia, negando con la cabeza una vez más—. No te conocía como alguien menti
Maximiliano pudo darse cuenta que Lenis necesitaba aquello mucho antes de la audiencia. Drenar, sacar cada gota, dejar de ser fuerte por un momento… No sabía si era algo malo o bueno ser testigo de aquello. Admiraba demasiado a Lenis Evans y no se sentía particularmente orgulloso de haber desconfiado de ella en un principio. No podía culparse dadas todas las circunstancias, pero aún así, viéndola llorar con esa forma tan vibrante y liberadora, recordando su historia, la forma cómo sus únicos familiares la habían tratado, ser joven y haber tenido que vivir todo eso, más el amor…, ese amor que ella sentía por su abogado…, por su amigo… Él tragó grueso. Recordó también la imagen de una Lenis con la cara moreteada y ensangrentada, bajo el reflector de un lente forense dentro de un cuarto impersonal y grisáceo. Sentía ahora más que nunca que la injusticia estaba presente en todos lados, que nadie quedaba exento de ella. Lenis limpió su cara por enésima vez e intentó respirar a través de
Cindy D'Vigo, una hermosa mujer de piel clara, aunque evidentemente tostada por el sol, con cabello marrón claro y ojos del color del café, pequeños, pero siempre despiertos y afilados, brillosos y contentos, alta estatura y esbelto cuerpo, había llegado al restaurante acompañada de dos amigas suyas y no se perdió el espectáculo de ver llegar a George J. Miller al sitio. Ella se quedó paralizada, pensaba no verlo tan rápido. Para la fémina, George estaba como el vino. Calculó que debía tener casi sus cuarenta años y se veía «ultra espectacular», como dijeron las chicas en su mesa, con ese traje de tres piezas de tela oscura y su cabello bien cortado, impoluto, como siempre. Sin embargo, cuando ella —después de consultarlo con sus amigas— decidió levantarse para ir a saludarlo, percibió su preocupación y no lo recordaba de ese modo: casi hablando solo, pensativo..., un semblante que solo le había visto en el pasado, una sola vez, cuando ellos escribieron una historia juntos. George