CAPÍTULO 40

EMMA.

—¿Quieres ir a casa? —alcé la mirada hacia Noah, que estaba de pie frente a mí en el pasillo del juzgado, mientras la gente iba y venía.

Tenía cierto temblor en mi pecho, y aunque hoy por supuesto no iban a dar el veredicto final, yo ya sabía el resultado de este.

Afirmé hacia Noah, pero fue imposible que mis ojos se desviaran de lugar cuando mi madre se plantó a nuestro lado.

—Nunca quise hacerte daño… —Noah se giró al instante, como si el golpe, lo estuviese recibiendo él y la miró de arriba abajo como si mi madre fuese una basura que tuviese que ser limpiada.

Rápidamente, puse mi mano en su brazo, y él miró mi agarre con determinación. Así que me adelanté en hablar.

—No tengo nada que hablar contigo… tus hechos son suficientes para mí —le dije, y ella se apresuró en quitarse las gafas de sol.

Pude evidenciar el desastre en sus ojos. Las ojeras y la rojez de estos.

—Sé que debo pagar, Emma… la vida ya me lo está cobrando. Pero déjame decirte que me siento orgullosa de ti. Por
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