capítulo 52

Toqué la puerta, tres golpecitos, como una melodía, esa era mi manera de golpear su puerta. Estaba tardísimo a esas alturas ya se me había pasado la maluquera, menos mal no me había emborrachado sino hubiera sido peor. Un minuto después la puerta se abrió y apareció él un poco adormecido, con su ropa de dormir y su cabello vuelto un enredo.

—Chispita… —se frotó los ojos y me miró, como si la visión se le hubiera aclarado, su gesto se alteró—. Chispita, qué pasó, estás bien.

Sujetó mi rostro entre sus manos, acarició la parte inflamada por el mordisco de ese imbécil, bajó la mirada hasta mi pecho descubierto, sus ojos se oscurecieron. Intenté sonreír, acaricié su mejilla.

—No me vas a dejar pasar.

Se hizo a un lado indicándome que entrara, una vez en la sala me bombardeó con preguntas, jamás lo había visto así; estaba alarmado. Mientras él seguía diciéndome quién sabe qué, yo pensé; será él el indicado. Entonces las palabras se escaparon de mis labios.

—¿Y si nos volvemos novios?

Se c
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